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domingo, 5 de abril de 2015

ABREVIANDO, QUE ES GERUNDIO


 
Es tan ligera la lengua como el pensamiento, que si son malas las preñeces de los pensamientos, las empeoran los partos de la lengua.

 

Y la lengua pare tanto beldades como tosquedades, afeamientos e indignidades, amigo Sancho. Por aquello del mal vicio que tengo al extenderme en demasía intentaré hacer lo contrario en este alegato y abreviar en la medida de lo posible si buenamente se me permite, y si no, también. Hablando de abreviar, ello significa hacer breve, acortar, o reducir. También podríamos entender que abreviar consiste en optimizar recursos si lo aplicamos en un sentido estrictamente economicista. Querido Sancho, menudencias aparte y salvo en gobiernos y administraciones públicas, optimizar trámites siempre fue una propensión natural en las maneras del hombre… y de las mujeres, que si no se me enfadan las feministas y los “feministos”, bien sea por aquello de la escasez de los recursos o sencillamente por la comodidad a la que aspiramos en casi todos los ámbitos de la vida y ello también se manifiesta, como no podía ser de otra forma, en el lenguaje.

 

En la búsqueda de esa comodidad a veces escatimamos en nuestra forma de hablar la pronunciación de palabras enteras sustituyéndolas por su primera letra, como cuando decimos FM en lugar de Frecuencia Modulada. Resulta que a la letra inicial de cada una de estas palabras la llamaron sigla, que tampoco es el femenino de siglo y, curiosamente, las siglas a menudo se unen para formar palabras en ese juego ingenioso llamado bautismo de entidades y cosas. Es entonces cuando decimos que las siglas forman un acrónimo, como RENFE, ONU, SIDA, etc. También decretan los que aprueban las reglas ortográficas que debiéramos colocar un puntito tras cada una de las siglas aunque finalmente las costumbres se imponen y la soberanía popular hace caso omiso a dichas normas, sobre todo en cuestiones de “fablas”. Amigo Sancho, si nuestros mandamases fuesen tan poco derrochadores en los asuntos de gobierno y tan ahorrativos como lo es el pueblo con el lenguaje otro gallo nos cantaría. Tú en ello tienes sólida experiencia.

 

Economizar está bien, casi siempre está bien, y cuando entramos en las maneras de hacerlo descubrimos cómo se catalogan por sí mismos los usuarios según aplican sus actitudes personales al lenguaje. Por ejemplo, en el ámbito coloquial, la palabra "para" da origen a su pronunciación abreviada como “pa”, y con ello no buscamos la optimización de recursos sino que simplemente nos dejamos llevar por la pronunciación relajada o descuidada de esa palabra. Es la flojera del lenguaje que también se manifiesta en otros casos, como la desaparición de la “d” en la última sílaba de los participios pasivos (comido o pesado lo sustituimos por “comío” y “pesao”). Los que así hablamos, salvo que se desconozcan las reglas elementales de la gramática, damos a entender ese matiz de vagancia, podría concluirse, aunque en nuestro descargo nada impide alegar el hecho de habernos criado en el entorno de esas costumbres a la hora de hablar y así justificar y encubrir la realidad de nuestra flojera.

 

También las cuestiones administrativas y mercantiles han generado multitud de abreviaturas en la expresión escrita. Admon. por administración, cta. cte. por cuenta corriente, son ejemplo de ello. Tenemos asimismo abreviaturas usuales como fdo. por firmado, pág. por página,  o adj. por adjetivo, y abreviaturas de cortesía y tratamiento, como atte. por atentamente o  excmo. por excelentísimo. Cuestiones todas ellas generalmente admitidas que se han convertido en usos habituales y que sólo persiguen economizar espacios en los textos escritos o bien dotar de agilidad las redacciones sintetizando fórmulas cansosas y repetitivas en los documentos a modo de formularios prestablecidos. Abreviaturas estas que en ningún caso obstaculizan la pronunciación de la palabra comprimida pues no pronunciamos “admon” cuando lo leemos, sino administración, ni tampoco decimos “adj” sino adjetivo cuando nuestros ojos escudriñan esas tres letras en un diccionario. En definitiva, contracciones que por sí solas no dañan al lenguaje ni dan lugar a su transformación.

 

Existe sin embargo otro tipo de abreviaturas que también responde en cierto modo a la flojera, como el “quillo” granadino por el chiquillo, el “aeh” por el sabes, y el “lavín” por la Virgen, que son primas hermanas de la deformación familiar del lenguaje, como también lo es el “poh jí” por el pues sí. Fórmulas consistentes en recortar, unir o transformar las palabras sin otro ánimo que el dado por la expresión natural. Pero últimamente, amigo Sancho, se están introduciendo abreviaturas que no responden a la natural evolución de las formas lingüísticas y que rayan, aunque más bien se adentran, en el límite de la cursilería. Cuando un niño habla de su profesor como “profe”, de sus compañeros como “compis” o de las matemáticas como “mates”, poco reproche puede hacérsele en primera instancia según el sentimiento maternal o paternalista que nos fluye instintiva y cariñosamente hacia estas personillas, aunque no está de más advertirles que utilicen de forma correcta el lenguaje, pues buenos consejos deben abundar en épocas de aprendizaje que lo es toda la infancia.

 

Pero, amigo Sancho, las entendederas debieran sublevarse puesto que las meninges se irritan escocidas y los oídos zumban dolorosos cuando se escucha a personas ya entraditas en años y conocedoras de las más elementales leyes de la lingüística utilizar abreviaturas como que la “pandi” se va de “finde” y “buenrro”, cuya traducción a nuestro idioma sería: la pandilla se va de fin de semana y buen rollo. Evidentemente cada cual tiene la libertad de definirse a sí mismo frente a los demás según utilice el lenguaje, ajá, o sea… entre otras muchas más cosas, naturalmente, faltaría más...