Es tan ligera la lengua
como el pensamiento, que si son malas las preñeces de los pensamientos, las
empeoran los partos de la lengua.
Y la lengua pare tanto beldades como tosquedades,
afeamientos e indignidades, amigo Sancho. Por aquello del mal vicio que tengo
al extenderme en demasía intentaré hacer
lo contrario en este alegato y abreviar en la medida de lo posible si buenamente
se me permite, y si no, también. Hablando de abreviar, ello significa hacer
breve, acortar, o reducir. También podríamos entender que abreviar consiste en
optimizar recursos si lo aplicamos en un sentido estrictamente economicista. Querido
Sancho, menudencias aparte y salvo en gobiernos y administraciones públicas, optimizar
trámites siempre fue una propensión natural en las maneras del hombre… y de las
mujeres, que si no se me enfadan las feministas y los “feministos”, bien sea
por aquello de la escasez de los recursos o sencillamente por la comodidad a la
que aspiramos en casi todos los ámbitos de la vida y ello también se
manifiesta, como no podía ser de otra forma, en el lenguaje.
En la búsqueda de esa comodidad a veces escatimamos
en nuestra forma de hablar la pronunciación de palabras enteras sustituyéndolas
por su primera letra, como cuando decimos FM en lugar de Frecuencia Modulada. Resulta
que a la letra inicial de cada una de estas palabras la llamaron sigla, que
tampoco es el femenino de siglo y, curiosamente, las siglas a menudo se unen
para formar palabras en ese juego ingenioso llamado bautismo de entidades y cosas.
Es entonces cuando decimos que las siglas forman un acrónimo, como RENFE, ONU, SIDA,
etc. También decretan los que aprueban las reglas ortográficas que debiéramos
colocar un puntito tras cada una de las siglas aunque finalmente las costumbres
se imponen y la soberanía popular hace caso omiso a dichas normas, sobre todo en
cuestiones de “fablas”. Amigo Sancho, si nuestros mandamases fuesen tan poco
derrochadores en los asuntos de gobierno y tan ahorrativos como lo es el pueblo
con el lenguaje otro gallo nos cantaría. Tú en ello tienes sólida experiencia.
Economizar está bien, casi siempre está bien,
y cuando entramos en las maneras de hacerlo descubrimos cómo se catalogan por
sí mismos los usuarios según aplican sus actitudes personales al lenguaje. Por
ejemplo, en el ámbito coloquial, la palabra "para" da origen a su
pronunciación abreviada como “pa”, y con ello no buscamos la optimización de
recursos sino que simplemente nos dejamos llevar por la pronunciación relajada
o descuidada de esa palabra. Es la flojera del lenguaje que también se
manifiesta en otros casos, como la desaparición de la “d” en la última sílaba
de los participios pasivos (comido o pesado lo sustituimos por “comío” y
“pesao”). Los que así hablamos, salvo que se desconozcan las reglas elementales
de la gramática, damos a entender ese matiz de vagancia, podría concluirse,
aunque en nuestro descargo nada impide alegar el hecho de habernos criado en el
entorno de esas costumbres a la hora de hablar y así justificar y encubrir la realidad
de nuestra flojera.
También las cuestiones administrativas y
mercantiles han generado multitud de abreviaturas en la expresión escrita. Admon.
por administración, cta. cte. por cuenta corriente, son ejemplo de ello.
Tenemos asimismo abreviaturas usuales como fdo. por firmado, pág. por
página, o adj. por adjetivo, y
abreviaturas de cortesía y tratamiento, como atte. por atentamente o excmo. por excelentísimo. Cuestiones todas
ellas generalmente admitidas que se han convertido en usos habituales y que
sólo persiguen economizar espacios en los textos escritos o bien dotar de
agilidad las redacciones sintetizando fórmulas cansosas y repetitivas en los documentos
a modo de formularios prestablecidos. Abreviaturas estas que en ningún caso
obstaculizan la pronunciación de la palabra comprimida pues no pronunciamos
“admon” cuando lo leemos, sino administración, ni tampoco decimos “adj” sino
adjetivo cuando nuestros ojos escudriñan esas tres letras en un diccionario. En
definitiva, contracciones que por sí solas no dañan al lenguaje ni dan lugar a
su transformación.
Existe sin embargo otro tipo de abreviaturas
que también responde en cierto modo a la flojera, como el “quillo” granadino
por el chiquillo, el “aeh” por el sabes, y el “lavín” por la Virgen, que son
primas hermanas de la deformación familiar del lenguaje, como también lo es el
“poh jí” por el pues sí. Fórmulas consistentes en recortar, unir o transformar
las palabras sin otro ánimo que el dado por la expresión natural. Pero últimamente,
amigo Sancho, se están introduciendo abreviaturas que no responden a la natural
evolución de las formas lingüísticas y que rayan, aunque más bien se adentran,
en el límite de la cursilería. Cuando un niño habla de su profesor como
“profe”, de sus compañeros como “compis” o de las matemáticas como “mates”,
poco reproche puede hacérsele en primera instancia según el sentimiento
maternal o paternalista que nos fluye instintiva y cariñosamente hacia estas
personillas, aunque no está de más advertirles que utilicen de forma correcta
el lenguaje, pues buenos consejos deben abundar en épocas de aprendizaje que lo
es toda la infancia.
Pero, amigo Sancho, las entendederas debieran
sublevarse puesto que las meninges se irritan escocidas y los oídos zumban dolorosos
cuando se escucha a personas ya entraditas en años y conocedoras de las más
elementales leyes de la lingüística utilizar abreviaturas como que la “pandi”
se va de “finde” y “buenrro”, cuya traducción a nuestro idioma sería: la
pandilla se va de fin de semana y buen rollo. Evidentemente cada cual tiene la
libertad de definirse a sí mismo frente a los demás según utilice el lenguaje,
ajá, o sea… entre otras muchas más cosas, naturalmente, faltaría más...