"¿Qué enemigo se ha levantado contra Baal, qué rival contra
el Auriga de las nubes? Yo he abatido ya al amado de El, Yam, ya he aniquilado
a Nahar, dios de las aguas inmensas, ya he amortajado a Tannin, he cerrado su
boca, ya he abatido a la serpiente tortuosa, Shaliyat de las siete cabezas, he
abatido al amado de El, Arish, he destruido al ternero divino, Aük, he abatido
a la perra divina, Ishat, he aniquilado a la hija de El, Dhabib" (Textos cuneiformes de Ugarit KTU 1.3
III 37-47; segundo milenio AC).
Mas ¿dónde está la
simple verdad, amigo Sancho? Los sarracenos tienen la suya, los judíos la
propia, en las indias luchan por su verdad y en nuestro reino cristiano decimos
tener la única existente, indudable y genuina. “Para la Iglesia, nada es más
fundamental que conocer la verdad y proclamarla” decía Juan Pablo II (Ex Corde
Ecclesiae, 1990, n.4), mas convendrás conmigo en que toda verdad es sencillamente
la interpretación de un mensaje que recibe la mente, y que cada individuo le
confiere mayor o menor credibilidad según su raciocinio. La emisión de un juicio
verdadero depende, según la cabeza que lo vierta, de la tosquedad de esa
información y del pulido y abrillantado que se haga sobre los elementos
epistemológicos que conforman la propia verdad, especialmente en cuanto a
creencia y justificación. Por tal motivo, en la búsqueda de la verdad, hoy te
cuento algo que a ti nunca te refirieron pues, por desconocimiento o bien a
sabiendas, no lo contaron en la cristiandad. Exonérame pues del reproche al que
sería acreedor en tu tiempo y comprende que en el mío pueda hablarse como hoy
te hablo.
Érase una vez, hace cuatro
mil millones de años, un planeta con agua y lleno de volcanes en el que
apareció un tal “LUCA” (Last Ultimate Common Antecesor que traducido a nuestra
lengua significa "el primer antecesor común"), una bacteria o arquea unicelular.
El tal “LUCA” tenía 355 genes (según dicen los investigadores genetistas que
han llegado a esa conclusión) y al poco se dividió en más como él, y se
reprodujo y mutó, y mutó, y siguió mutando porque las mutaciones son muy
habituales en las cadenas de ADN provocando la evolución y diversidad de las
especies, hasta que hace unos 200.000 años aparecieron unos monos que se creían
más listos que el resto de los seres vivientes. Estos monos listos vivían en
familias, iban de un lado para otro detrás de los animales para cazarlos y así poder
comer, durmiendo en cuevas, en abrigos o al aire libre, y no sabían por qué
había nubes, por qué se hacía de noche, por qué llovía, tronaba, había
terremotos, el fuego quemaba, el agua bajaba de las montañas cuando la nieve se
derretía, ni por qué había tanto bicho suelto, muchos de ellos peligrosos.
Miraban al cielo y
veían los rayos de las tormentas. “Son seres
poderosos quienes los provocan” –
pensarían-. “Nos miran desde arriba. El
sol es lo más grande que hay en el cielo, debe ser el más poderoso. Nos calienta,
nos da luz, es bueno. La noche es mala, no podemos ver y los lobos, las hienas
y los leones nos comen, pero la luna nos da un poco de luz. Debe ser también un
ser poderoso pero menos que el sol. Hay muchos otros seres poderosos. Unos son
buenos, como el que nos da el agua de los ríos, otro nos da las frutas de los
árboles, otro nos da la fuerza para cazar y para defendernos de nuestros
enemigos. Nos protegen. Otros seres poderosos son malos. Nos traen
enfermedades, a veces truena, se enfadan, nos mandan rayos y fuego, hacen que
la tierra se mueva, escupen fuego desde las montañas en donde viven. Tenemos
miedo ¿Dónde viven? Está claro. Unos en el cielo, otros en las montañas, otros
bajo tierra, otros en el viento, en el mar, y a saber… "
Cuando esos monos
listos aprendieron a plantar su comida y a domesticar vacas, cabras y demás animales
para comérselos o hacerse abrigos de piel, ya no tenían que ir de un sitio para
otro. Pasaron 3.999.990.000 años desde que apareció “LUCA” cuando hicieron
casas y se quedaron a vivir en ellas. Las semillas que plantaban germinaban,
quizás porque los seres poderosos debían ser buenos o estaban de buen humor.
Otras veces no germinaban. Debían ser malos o tal vez los castigaban y les enviaban
sequías, tormentas, terremotos, granizos o inundaciones (¿diluvios?). Sí, hubo
muchas inundaciones desde el 12.000 al 10.000 AC como consecuencia del final de
la era glaciar y, sobre todo, los hombres vivían junto a los ríos (no es
bueno comprar una casa a la orilla de un río). El nivel del mar subió unos cien
metros. Los litorales del mapamundi que hoy conocemos variaban bastante, el
Sáhara era un vergel, el Mar Rojo casi no existía. Y es que el eje del planeta
cambió y con él empezó la desertización, es decir, el clima cambió bruscamente.
Los monos listos africanos
se iban agolpando al borde del gran río Nilo ante el avance del desierto. Otros
monos listos se instalaron junto al Tigris y al Éufrates y junto al Jordán, los
monos indios junto al Indo, los chinos junto al río Amarillo, etc. Tener cerca
agua potable y poder regar los cultivos era imprescindible para sobrevivir. El
Mar Negro antes era una profunda depresión llena de vida regada por el Danubio
que se inundó escandalosamente al entrar el Mediterráneo por el Estrecho del
Bósforo ya que, con el deshielo, creció y creció. Probablemente los seres
poderosos castigaron a los monos listos de aquel lugar rompiendo la barrera que
impedía que entrara el agua al interior del continente. La presa natural se desbordó
o se rompió y el agua del Mare Nostrum entró hacia el interior en forma de
gigantescas olas. Por allí estaría el Noé bíblico con su arca, o el Utnapishtim
babilónico 1200 años antes de que los hebreos escribieran la aventura del buen
Noé al que los sumerios llamaban Ziusudra, justo otros 1000 años antes de que
los babilonios escribieran el mito del diluvio en la Epopeya de Gilgamesh (un
señor que fuera rey de la ciudad sumeria Uruk alrededor del 2700 AC), y otros
mitos similares que en muchas partes del mundo se recordaron como tragedias
ancestrales y que se transmitían de forma oral de generación en generación.
Cada familia, cada tribu
y cada pueblo adoraba a sus propios dioses, les atribuían una forma concreta,
aventuras fantásticas, súper poderes, milagros y les construían una
personalidad definida y específica a cada uno de ellos en base a sus propias
vivencias e imaginación. - “Los dioses de los tracios tienen el cabello rubio y
los ojos azules; los dioses de los etíopes la tez negra y el pelo ensortijado;
si los caballos tuvieran dioses, éstos tendrían forma de caballo”, -
decía el poeta Jenófanes en el siglo VI AC. Los monos más listos de entre aquellos
monos listos decían que se comunicaban con esos seres poderosos quienes les
transmitían sus órdenes para los demás monos, y el rebaño, como siempre estúpido y
asustadizo, hacía caso de los más listos a los que llamaron “sacerdotes”, del
latín “sacerdos” “sacer” que significa “sacro” “sagrado”.
Hoy, si no cumplimos
las leyes, nos imponen multas (¿quién se escapa de Hacienda?), nos meten en la
cárcel, estamos controlados mediante censos y registros. Obedecemos las normas porque
existe un fuerte aparato represor (administración, policía, jueces, etc.). En
aquellas épocas, no tan lejanas, el aparato represor era casi inexistente, sólo
se manifestaba con el capricho de quien tenía algún poder físico o coactivo, algún
tipo de ejército o cuadrilla de matones. La gente deambulaba por los caminos haciendo
lo que se le antojaba, igual que en las películas del western americano ¿qué
gobernante podía permitirse una policía permanente dotada de recursos para
perseguir a los maleantes y poner orden?
Solución: - “si no te puedo imponer
una sanción, un castigo por desobedecer o por hacer algo malo, entonces te lo
pondrán los dioses. Anda, valiente, atrévete y te mandarán un rayo o una
enfermedad” – dirían los
sacerdotes, mientras la masa estúpida y asustada pensaría: –“eso es castigo de dios”
- su dios. Así, la “autosanción” se mostraba como la amenaza más
efectiva para controlar a la muchedumbre: –
“Si robo y no me pillan no pasa nada, total, aun no
se ha inventado la benemérita, pero el dios que está en lo alto y todo lo ve me
castigará, contra él no puedo hacer nada. Mamaíta ¡qué susto!” - Las
conductas mal vistas empezaron a llamarse “pecados”. Hoy, en nuestro Derecho,
las llamamos “delitos”, “ilícitos” o “ilegalidades”.
Algunos dioses se
parecían porque, aunque rigieran los destinos de ciudades distintas, provenían
de un tronco común de gentes. Esos dioses se llamaban de forma parecida según
sus adaptaciones en base a la lengua correspondiente, o aun llamándose de forma
distinta, sus retratos, sus formas, sus historias y designios eran similares.
Otros eran impuestos por pueblos poderosos que tenían reyes fuertes y poderosos,
y sacerdotes aun más poderosos. Los dioses se mezclaban, los ritos y los cultos
se entrelazaban formando pastas de creencias más o menos homogéneas (eso se
llama sincretismo). Ya sabes, amigo Sancho, cómo se transforman las noticias
cuando pasan por tanto cotilla. Tú y yo podemos dar fe de ello.
Llegados a este momento
decimos que en todo el planeta los focos de civilización se concentraban inicialmente
en torno a los grandes ríos, como antes te dije, aunque después influyeron
otros factores tales como posiciones estratégicas, puertos marítimos, rutas
comerciales, etc. Por orden cronológico desde la aparición de la escritura (indios
y chinos aparte), redondeando en años y tomando como referencia a las “naciones
históricas antiguas” más importantes tenemos:
1 Mesopotamia (3300
al 200 AC)
2-
Egipto (3000 al 100
AC)
3-
Creta (2500 al
1500 AC)
4-
Anatolia (1700 al
1200 AC) con los hititas
5-
Canaán: fenicios,
hebreos y filisteos (1200 AC hasta hoy)
6-
Persia (700 AC hasta
hoy)
7-
Grecia (500 al 30
AC)
8-
Roma (400 AC al
470 DC)
Si observas un poco,
querido Sancho, es obvio que Jesús está más cerca de nosotros que de los
inicios de la historia allá en Mesopotamia. Y ¿qué había inicialmente en
Mesopotamía? Sumer. Los inventores de casi todo. Mil años estuvieron con sus
cosas buenas (muchas) y sus cosas malas (muchas menos que la mayoría de las
culturas). Ellos fueron los inventores de la mitología que impregna las grandes
religiones, de la creación del mundo, el paraíso, el mito del diluvio, y dos
dioses principales por encima de todos: una diosa (Innana Ishtar), madre del
cielo y de todos los dioses y un dios (Enlil), padre de todos los dioses,
creador de todo y esposo de Ishtar.
Y si te fijas con más detenimiento podrás
comprobar que en la lista cronológica de civilizaciones que te he mostrado
verás que Grecia ocupa el lugar séptimo. Eso quiere decir que hubo otras seis
zonas con civilizaciones anteriores de las que Grecia bebió su ciencia, su
filosofía, su religión y muchos otros aspectos. A nosotros nos ha llegado lo
griego como el pilar fundamental de la historia antigua. Durante 2000 años Grecia
ha sido la base de la cultura y todo aquello que se suponía más antiguo para
nuestra civilización sólo eran historias del pueblo hebreo que se mencionaban
en la Biblia como algo perdido en el ostracismo de los tiempos sin relevancia
alguna salvo la única intención de manifestar el poder de Dios.
Hoy en día nuestro
sistema educativo sigue omitiendo todo aquello, nos sigue privando del
conocimiento de esas grandes etapas históricas que resultan trascendentales
para comprender nuestro mundo. Un ámbito reservado para un reducido grupo de
estudiosos y eruditos aunque poco a poco vamos admitiendo todo aquello sin más
remedio que aceptarlo tras las pruebas que van apareciendo. Fue en el siglo XIX
cuando empezó la fiebre arqueológica con Egipto, y desde entonces comenzamos a
descubrir algunas cuestiones que empezaron a hacernos dudar de lo que tú y yo sabíamos.
Poquito a poquito
iban desenterrando y descifrando pruebas que ponían en tela de juicio nuestros
puntos de vista cimentados fuertemente tras 2000 años de aceptar las consignas
greco-romanas y eclesiásticas. Pero fue cuando se desenterraron en esos lugares
los trastos de otras civilizaciones cuando nos dimos cuenta de que los griegos
no fueron inventores de casi nada sino continuadores de casi todo, que antes de
ellos hubo grandes culturas olvidadas, perdidas y enterradas en las arenas de
Irak, de Irán y de Anatolia. Así tuvimos que desaprender mucho de lo aprendido.
Casi todo Oriente
Medio estaba ocupado por un pueblo: los presuntos descendientes de un hijo de
Noé, Sem, los semitas. Los semitas, inicialmente proliferaban por Arabia,
Canaán, que es lo que hoy llamamos Israel, Jordania, Líbano y sur de Siria, por
Egipto y por casi toda Mesopotamia. Y digo casi toda porque los sumerios no
eran semitas, curiosamente y sin saber por qué, eran caucásicos tipo europeo
(lo sabemos por sus restos físicos y por su idioma, entre otras cosas). Pero
finalmente fueron absorbidos por todo lo semita que los rodeaba, aunque
tardaron mil años en desaparecer (en números redondos). Los semitas son esos
individuos de piel moruna que escriben de derecha a izquierda y sus lenguajes
no tienen vocales escritas.
Los sumerios
inventaron la figura del rey, un sujeto puesto por los dioses para que gobernara
a los hombres. Antes lo hacía la figura del príncipe, es decir, el primero, el principal
entre los hombres, un “primus inter pares” (primero entre iguales) que no es designado
por los dioses. Esa es la diferencia entre la institución de rey y la de
príncipe. Un rey es mucho más que un jefe, es un delegado de su dios, o un dios
mismo. Ellos llamaban “en” al rey,
algo así como “señor”, por eso su dios era Enlil, palabra compuesta que
significa “señor” o “rey” (en) del aire o de los cielos (lil). En algunas
ciudades lo llamaban Anu, y en otras
afirmaban que Enlil era uno de los hijos de Anu, junto a otro dios
hermano llamado Enki. De la figura de Anu viene esa estupidez de los anunnakis
extraterrestres, alienígenas, reptilianos del tal Zacarías Sitchin quien se
hizo rico con esa farsa.
Y “Lil”, en idioma sumerio,
es una palabra fácil de pronunciar al leerla porque tiene una vocal definida,
pero en los idiomas semitas, sin vocales escritas, quedó simplemente como “L”.
Amigo Sancho, intenta pronunciar una “L” sin vocal alguna que la apoye y
comprobarás que no es nada fácil, por eso empezaron a llamarle a su dios
supremo “EL”, padre de todos los dioses, creador de todo lo visible e invisible
(como dice el Credo nicénico que se recita en la cristiandad desde el año 511).
Y los semitas se fueron disgregando, repartiendo por todo el mundo conocido. En
muchas partes de Mesopotamia seguían llamándole “EL”, pero en Canaán y en otras
zonas, con el paso de los años, entre “EL” y “LIL”, le llamaron “ELÍ”. Así nos dice Mateo 27:46: “Elí, Elí, lemá
sabachtaní”, que gritó Cristo en la cruz, lo cual significa “Dios, Dios, por
qué me has abandonado”. Los árabes le llaman Alah. Y todo lo cercano a “EL”,
todo lo relacionado con el dios principal, se nombraba con su nombre como
terminación en forma de genitivo:
·
Rafa-el: Dios
sana.
·
Emmanu-el: Dios
con nosotros.
·
Migu-el: Como
Dios.
·
Samu-el: Dios ha
escuchado.
·
Dani-el: Dios es
mi juez.
·
Gabri-el: Hombre
fuerte de Dios.
·
Isra-el: Lucha
con Dios.
·
Ari-el: León de
Dios.
Pero “EL” no fue
igual en todos los sitios ni en todos los tiempos, las características de su
personaje han cambiado mucho. Además tampoco estaba solo en la congregación divina
sino que se encontraba rodeado de muchos otros dioses menores, de ángeles, de espíritus,
y de otros seres que vivían en un panteón específico lejos del alcance de los
hombres. Aunque nos suene y se parezca, no tiene nada que ver con la imagen general
que nosotros tenemos de Dios sino que inicialmente era más parecido al Zeus
griego con su panteón en el Olimpo, o al Odín nórdico con su panteón en Asgard,
y a otros muchos panteones en los que los dioses vivían, tenían familia y
luchaban, como es el caso de la rebelión de Satanás, que fuera vencido por el
arcángel Miguel y desterrado al infierno. Si te fijas, la misma Biblia conserva
bastantes acontecimientos mitológicos parecidos.
La figura de Dios ha
sido una construcción compleja e indeterminada que se ha llevado a cabo a
través de la historia. Cada persona tiene una idea de quién, qué y
cómo es Dios. Para unos es el amor puro que siempre perdona, para otros es como
un padre y a veces castiga porque eso también forma parte del papel de un padre,
para otros es un juez que nos impondrá un castigo tras morir según nos
comportemos en este mundo y para otros simplemente no existe. Unos dicen que
vive en el cielo, otros que está en todas partes, otros lo han pintado como un
venerable anciano de piel blanca y barbas blancas y todos admiten que es
masculino. Ante una desgracia unos repiten eso de “castigo de Dios” que antes
te dije, y frente a esa misma desgracia otros dicen “no, Dios es bueno, no
castiga, es el destino, eres tú quien se lo ha buscado con tu forma de ser o de
hacer” pero para otros, si Dios conoce el futuro es porque previamente lo ha fijado,
de lo contrario ¿quién fija el destino? Otros muchos no comprenden el por qué
del sufrimiento y hay quien piensa que Dios sólo concede cosas buenas, el
sufrimiento es algo que nada tiene que ver con Dios.
En fin, cada cual tiene
su propia imagen de quién y cómo es Dios, a pesar de que más o menos hay
modelos, personalidades concretas definidas por las grandes religiones. Imagina
en aquellos momentos, cuando no existía la Iglesia de Roma ni internet, cuando
cada ciudad, cada pueblo, cada familia nómada interpretaba cómo era Dios. Así la
imagen de “EL” se fue transformando según donde aterrizaba su culto. No
obstante hoy por fin tenemos elementos arqueológicos, relatos traducidos que
fueron escritos miles de años antes que la Biblia, donde se describe más o
menos cómo era “EL” en distintos lugares y momentos, y de ello extraemos o
deducimos algo de su evolución general hasta que los hebreos escribieron y
juntaron todos sus libros en una “biblioteca”, que es lo que significa la
palabra “Biblia”.
Supongo que ya
sabes, y si no te lo cuento, que Mesopotamia, hoy Irak, durante 3000 años fue
la gran potencia cultural y económica de la antigüedad con el respeto de India,
China y Egipto. Diversas culturas y civilizaciones florecieron allí. Ya sé que
es un lío, mucho nombre, pero te resumo lo más importante para que entiendas
que durante 3000 años junto a esos dos grandes ríos hubo una maraña de
historias míticas difíciles de resumir en pocas palabras, un lío que desembocó
en nuestro Antiguo Testamento. A los efectos que pretendo te resumo algunos de
los caracteres generales de aquellos pueblos:
1-SUMER (3400
al 2400 AC) Inventores de la escritura. Pusieron por escrito sus leyes, su
ciencia, sus costumbres y su mitología. Todos los imitaron, todos los
respetaron y admiraron hasta que unos iracundos semitas, los ACADIOS, que
vivían en su frontera norte los conquistaron pero no los eliminaron, se
fundieron con ellos y así mantuvieron unos
400 años más el olor a sumerio. Entre estos acadios semitas destacó Sargón de
Acad, primer gran rey/emperador de Sumer y Acad, “siervo de ENLIL” nos dice la
tablilla de arcilla que cuenta su historia. Curiosamente también nos dice que
cuando nació querían librarse de él pero su madre lo colocó en una cesta y lo
echó al río donde fue recogido y criado como sirviente del rey de Kish (ciudad
sumeria). Pasaje trasladado a la Biblia con el nacimiento de Moisés.
2-BABILONIA:
(2000 al 200 AC) Inicialmente fue una colonia sumeria más al centro de
Mesopotamia donde pronto reyes semitas tomaron el poder. Fue la Nueva York de
la época, la capital del mundo civilizado, la guardiana de la cultura y de la
ciencia, heredera de todo lo sumerio, la ciudad más fascinante de la
antigüedad, con su Etemenanki, o Torre de Babel bíblica y los jardines colgantes
de Nabucodonosor II. En sus 1800 años de poderío tuvo altibajos, guerreó y se
transformó, fue destruida y reconstruida varias veces, y fue el referente
principal de todo el mundo antiguo hasta la llegada de Roma. Alejandro Magno
quiso ubicar allí la capital de su imperio pero su repentina muerte lo impidió.
A sus escuelas iban a estudiar los sabios egipcios, griegos y persas. Los caldeos de los
que habla la Biblia eran una tribu, familia o etnia que la gobernaron durante
varias generaciones. Los Reyes Magos, o magos caldeos, supuestamente serían
miembros de esa familia según algunos Evangelios apócrifos. Hammurabi, con su
famoso código de leyes fue uno de sus reyes más sonados.
3-ASIRIA:
Más al norte. (1700 al 600 AC). Fue la otra potencia semita de la zona.
Guerreaba con Babilonia y con todo el que se pusiera por delante. Aunque fue
una gran potencia comercial fundamentalmente son recordados por su crueldad.
Los judíos dan cuenta de ello en la Biblia pues los sufrieron en sus carnes.
Conquistaron toda Mesopotamia, Canaán e incluso parte de Egipto. Tuvo varias
capitales y la más importante fue Nínive que llegó a tener un millón de
habitantes, con 50 km de murallas (tres
días a pie para recorrerlas, la mayor ciudad de la antigüedad). Precisamente,
la biblioteca de Nínive nos ha aportado miles de tablillas de arcilla que se
conservan en el Museo Británico con documentos que sacaron a la luz mucha
información de la época. Hoy no queda nada de esa magnífica ciudad, sólo unos
cuantos ladrillos y algunas excavaciones en medio de las guerras locales.
Bien, estos pueblos
mesopotámicos, al igual que todos los pueblos de este planeta, tenían su propia
mitología que fue mutando, cambiando, entrelazándose, produciendo numerosos
revoltijos según la ciudad o según el momento. Repito: 3000 años que conozcamos
más o menos, son muchos años. Pero sí se ha podido deducir un hilo conductor
que, como antes te dije, terminó proclamando a “EL”, “ENLIL”, o “ALAH” para los
muy tardíos árabes como el dios principal de los pueblos semitas, dios del aire
y de los cielos, y ello tras filtrar los dioses Anu y Enki de la leyenda
sumeria del “Enuma Elish”, un poema en el que se cuenta la creación del mundo.
Junto a “EL” estaba su
esposa ISHTAR (llamada así en Babilonia, Innana en Sumer y Astarté, Astarot o
ASERÁ en Canaán), y de su matrimonio nacieron 70 hijos. Sí, 70, ni 69 ni 71,
que vivían con ellos en su panteón divino corriendo sus fiestas y sus disputas,
junto con otros seres menores que hacían la función de sirvientes o mensajeros;
nosotros los conocemos como los “ángeles”, muchos ángeles anteriores al cristianismo
cuyas imágenes podrás encontrar representadas con alas en los grabados sobre
piedra de sus edificios. Y el hijo más poderoso de “EL” era el dios del trueno:
“BAAL”.
Como siempre las
trinidades, los triángulos de dioses, se adoraban desde lo más remoto:
· Brahma, Vishnú y
Shiva por los indúes.
·
El, Ishtar y Baal
por los mesopotámicos y cananeos.
·
Horus, Isis y
Osiris por los egipcios y en la Judea fronteriza.
Cada ciudad hacía de
su capa un sayo. El culto a “EL” solía ser prioritario y mayoritario aunque a
su esposa Ishtar se le tenía incluso más devoción, pero sin despreciar al resto
de dioses. En otros sitios Baal era más adorado y, a veces, en determinados
lugares, incluso se le confundía con “EL”. Sobre el resto de dioses decir que
cada cual tuvo su momento y que muchos de ellos fueron olvidados. Pero vamos al
asunto, querido Sancho, centrémonos en Canaán, donde se fraguó la mitología
hebrea y su continuidad con el cristianismo. Y digo mitología porque la religión judía es altamente
mítica, así que deberemos tener en cuenta y compaginar por un lado las fuentes
míticas como el Antiguo Testamento y, por otro lado, las evidencias históricas
que se manifiestan a través de las pruebas arqueológicas.
Hablemos primero de
mitología. Los hebreos se refieren tanto a “EL” como a “Yahveh”, y otras veces
a “Elohim”, identificándolos como su Dios, aunque el nombre “Yahveh” apareció en
la Historia casi 2000 años después de los primeros escritos sumerios. Según la
Biblia, Noé y su familia fueron los únicos supervivientes del genocidio que llevó
a cabo Yahveh cuando ahogó a miles o a millones de mujeres, hombres, ancianos,
niños y animales por el simple hecho de estar enfadado con la raza humana.
Bien, pues Sem, Cam y Jafat fueron los tres vástagos de Noé, y a los
descendientes de Sem los llamaron semitas, los de Cam fueron los camitas y los
de Jafat los jafatitas. A su vez, estos individuos que vivían tropecientos años
tuvieron más hijos, como Elam que dio nombre a los elamitas, Asur que dio nombre
a los asirios, Aram a los arameos y Canaán.
Cierto día Noé dormía
desnudo a la vista de todos y sus hijos mayores, Sem y Jafat, lo taparon con una manta para evitar que las
gentes viesen al anciano en semejante estado. Sin embargo Canaán, su nieto, se
mofó de tal escena. Cuando Noé despertó y le contaron lo sucedido, cogió tal enfado
que maldijo a su nieto nombrándolo esclavo e inferior al resto, maldición que
podrás comprobar en Génesis 9:20-27. Así, el probe Canaán se fue de Mesopotamia
y encontró cobijo junto al río Jordán. Allí, en “la tierra de Canaán” formó el
pueblo de los cananeos, un pueblo que ya nació siendo mal visto por el resto de
los semitas pues su fundador había ofendido a Noé, el elegido de Dios.
Ahora
hablemos de Historia, mi buen Sancho. Ya te dije quienes son los semitas. Pero ¿cómo fue su expansión por todas
esas tierras del Oriente Próximo? Esa es la cuestión. En Mesopotamia, desde el
2400 AC los semitas ya se hicieron dueños de aquello (¿recuerdas a los acadios
de Sargón que conquistaron a los sumerios?). Mesopotamia era rica y avanzada gracias
a Sumer, así que heredaron esa riqueza y esa enorme cultura. Allí se quedaron,
prosperaron y guerrearon. Después guerrearon más, siguieron guerreando más
todavía, y hoy continúan haciéndolo. Pero no todos los semitas prosperaron.
Las hambrunas empujaban a
los más pobres a emigrar, muchos de ellos con unas pocas cabras y una tienda de
campaña que se trasladaban de un sitio a otro, nómadas en definitiva de los que
algunos llegaron al río Jordán, un valle donde más o menos se podía vivir, y
allí se encontraron con algunas ciudades, como Jericó (decían que la más
antigua del mundo) y crearon otras ciudades y aldeas humildes en el interior de
Canaán, un interior desértico y pedregoso donde sólo había yerbajos para las
cabras, mugre y miseria. Poco podían prosperar en esos ambientes salvo
sobrevivir. No obstante otros semitas se trasladaron junto al mar, construyeron
barcos, pescaron y comenzaron a relacionarse con otras gentes hasta convertirse
en excelentes comerciantes y marineros. Ya sabes que el comercio hace rica a la
gente.
Y estos semitas del
litoral construyeron ciudades magníficas y una red comercial nunca vista hasta
entonces. Llegaron hasta Inglaterra por el Atlántico norte y hasta Sudáfrica
por el sur bordeando la costa africana. Ten en cuenta que siempre navegaban con
la costa a la vista. Sus barcos y los sistemas de orientación de aquella época
no daban para mucho más. Y allí por donde pasaban iban construyendo almacenes
para comerciar con los indígenas, y alrededor de los almacenes casas, es decir,
fundaron auténticas ciudades o colonias dependientes de sus principales
ciudades cananeas: Tiro, Sidón y Biblos. A las costas de nuestro reino vinieron
y nos cuentan en las escuelas que fundaron Cádiz (qué simplismo académico),
Málaga y Almuñécar a la que llamaron "Sexi”. Los griegos, que son los que
nos hablaron de aquellos cananeos, los llamaron Phoenix, los romanos Punos y
nosotros: FENICIOS. Phoenix significa púrpura, rojo. Ello es debido a que se hicieron famosos por vender unas codiciadas telas rojas. El tinte rojo era muy apreciado en la
antigüedad pero, cuando las lavaban, las prendas siempre perdían el color. Estos
cananeos extraían el tinte rojo de unos caracoles que abundaban por la zona, y ese
tinte en especial no desteñía, así que era muy apreciado por la gente
mediterránea más presumida de la época.
Y todos aquellos que
inicialmente eran hermanos semitas se fueron distanciando. Los ricos del norte
miraban por encima del hombro a los pueblerinos del sur y del interior. Y los
pastores que olían a cabra y a otras cosas peores miraban envidiosos a los
pijos del norte con todo el odio del mundo. Pero todos eran hijos de la misma
madre, es decir, hermanos de raza. Compartían costumbres, que se fueron
separando con el tiempo, idiomas que también se fueron disgregando con el
tiempo y religión, su religión mesopotámica con sus dioses mesopotámicos que,
como siempre, se fueron compartiendo, disgregando, desperdigando, mascando,
amontonando y transformando.
Aun así, “EL”, como dios
principal, su esposa Aserá y Baal, el más poderoso de sus hijos, se mantenían
más o menos firmes como trinidad divina para todos los semitas cananeos,
convertidos ahora en arameos y galileos, en fenicios, en moabitas, en edomitas,
en samaritanos, en judíos e israelitas y ¿en filisteos, como Goliat, al que el pequeño
David venció y le cortó la cabeza? Pues no. Los filisteos eran originariamente
griegos que, al estilo vikingo, invadieron esa parte de Canaán y allí se
quedaron y guerrearon con judíos e israelitas, Sansón inclusive. Philistinae o
Palestina. Ese es el origen del nombre que los romanos pusieron a aquellas
tierras cuando las conquistaron para irritar a los hebreos revoltosos. Amigo
Sancho, te he hablado de lo que sucedió desde el 1500 al 700 AC.
La palabra “hebreo” es
confusa. Se dice que procede de “Abraham”, padre del pueblo hebreo, pero sólo es
una conjetura que no tiene sentido para los filólogos. Algunos dicen que viene
de “Heber” uno de los hijos de Sem, otros la identifican con “ibri”, una
palabra semita/acadia/mesopotámica que significa “paria”, pobre. Probablemente
así los llamarían los cananeos del norte de forma despectiva hasta que los
nombrados asumieron con orgullo esa designación. Sólo son teorías. La cuestión
es que, según la Biblia, Jacob luchó con un ángel de Yahveh (Génesis 32:23), y
éste le partió una pierna, así que Yahveh le dijo: "Jacob, desde ahora te llamarás Israel
- el que lucha con Dios - y tus hijos serán los israelitas". De ese modo aquellos hebreos fueron bautizados bajo tal denominación.
Y sus descendientes
fundaron el reino de Israel (David, Salomón y demás personajes míticos ¡cuidado!
digo míticos porque no existen pruebas históricas de su existencia). Más abajo se
encontraba el reino de Judá, otro reino que fundaron los cananeos pobres más al
sur de Israel. Ambos reinos, Israel y Judá, coexistieron a veces, se
absorbieron el uno al otro, desaparecieron otras veces y guerrearon lo que
pudieron. Y ellos, tanto los judíos como los israelitas, fueron llamados hebreos. Amigo Sancho,
nunca pierdas de vista que el foco que con más intensidad iluminaba las vidas
de todas aquellas gentes era su religión, y que pasaban sus cortas existencias,
con una esperanza de vida en torno a los cuarenta años, asustados por terribles dioses y demonios que atormentaban sus mentes.
Estamos entre el
1500 y el 1200 AC, antecedentes y supuesta época de Moisés, si es que Moisés
existió pues tampoco tenemos pruebas históricas ni tan siquiera indicios de
ello. De la Biblia se deduce que compartió infancia con el egipcio Ramsés II que
reinó del 1279 al 1213 AC. Conocemos bien aquella época y la vida de esos reyes,
y nada se dice de Moisés ni del éxodo judío, ni tampoco de que los judíos
fuesen esclavos de los egipcios. Por otro lado, vencer al más grande de los
faraones y aplicar enormes castigos en forma de plagas al imperio de moda es un
hecho a destacar, un orgullo patrio para los judíos.
Moisés es un mito
fundacional del pueblo hebreo, que junto a Abraham y a David, lo es también del
propio reino de Israel como lo son de distintos pueblos otros muchos mitos
fundacionales que bien conocemos. Rómulo y Remo lo son de la fundación de Roma,
Dido lo fue de Cartago, y Eneas héroe y antecedente en la fundación de ambas
ciudades, Habis de Tartessos, o como Cadmo lo es de la ciudad de Tebas o la
diosa Atenea de Atenas. Los pueblos necesitan exaltar sus orígenes para
convencerse de que son únicos, de que su inicio es grandioso, así enaltecen
orgullosamente su razón de ser y de existir y promueven entre sus ciudadanos un
fuerte sentimiento de pertenencia y de orgulloso patriotismo. Es algo que se
repite continuamente: héroes y dioses suelen ser los fundadores de los grandes
pueblos y naciones.
Pues bien, nos
cuentan que Moisés vivía como pastor nómada en esa parte medio desértica de
Canaán cuando Ramsés lo expulsó de Egipto. Casado con Séfora tras ser acogido
por su familia se enteró de que su suegro tenía un Dios interesante. Un día que
subió al monte a dormir la siesta encontró a Yahveh que estaba en lo alto y le
dijo: “- Yo soy Yahveh
el Dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás
acostado te la daré a ti y a tu descendencia” (Génesis 28:13). Yahveh se le había
revelado. Antes lo hizo con Abraham prometiéndole la tierra de Canaán, después
la prometió a su hijo Isaac, después a su nieto Jacob, y además de no cumplir
la promesa a ninguno de ellos en vida le envió un ángel al paciente Jacob que
le partió una pierna. Finalmente tras bastantes siglos sin cumplir su promesa
se la volvió a hacer a Moisés. Pero ¿quién es Yahveh?. Según sus palabras bíblicas
nunca dijo: “- yo soy Dios, el único, el padre de todos” - sino que siempre se
presentó como el dios de Abraham y de Isaac, y ahora de Moisés, como si fuese
un dios entre otros dioses de otros pueblos.
Así se define como
el dios nacional de los hebreos, dios de los descendientes de Abraham, un dios que
era extremadamente celoso, especialmente de Baal, el que fuera dios del trueno
y de la lluvia, hijo de “EL” y adorado en todo Canaán; tremendamente celoso,
incluso hasta pedir y causar la muerte de quienes no lo adoraban. Fíjate: - “Así Israel se unió a Baal, y se encendió la ira del
Señor contra Israel. Y el Señor dijo a Moisés: Toma a todos los jefes del
pueblo y ejecútalos delante del Señor a plena luz del día, para que se aparte
de Israel la ardiente ira del Señor. Entonces Moisés dijo a los jueces de
Israel: Cada uno de vosotros mate a aquellos de los suyos que se han unido a
Baal” (Números 25:3-5). Y no. No
es una sola cita la que existe en la Biblia sobre el asunto sino muchas más. A
título de ejemplo podrás encontrar algunas de ellas en Deuteronomio 4:3; Jueces
2:12-13; Jueces 3:7; Jueces 8:33; 1 Reyes 22:53; 2 Reyes 11:17-18; Jueces
6:28-32; Jeremías 11:13; Jeremías 23:13, y un largo etc.
Lo llaman el
tetragrámaton, del griego que en español significa cuatro letras, y esas letras
son: YHWH. En los idiomas semitas, sin vocales escritas, es difícil pronunciarlas.
Inténtalo tú si puedes. El sonido más convencional es el de Yahveh aunque otros
dicen que es Yohwah, o Jehová, esa es la diferencia entre los dos nombres, la
simple pronunciación. Y esas cuatro letras significan “Yo soy el que soy”, pero
¿quién es? ¿cuál es su nombre? Parece ser que no es Baal, puesto que era su
principal adversario.
¿Sería el propio “EL”,
el dios supremo, el que se apareció a Moisés? Así lo identifican los hebreos, como
antes te dije. Tampoco se presenta como el Dios de todos los hombres sino como
un dios entre otros dioses, concretamente el dios del pueblo de Israel. A eso
se le llama henoteísmo que es la creencia por la que se reconoce la
existencia de varios dioses, pero sólo uno de ellos es digno de adoración,
frente al monoteísmo, por el que
sólo se reconoce a un único dios. Por tanto, según los estudiosos de la Historia
de las religiones, nos encontramos en la primera etapa de la construcción de la
mitología hebrea. Frente a los mitos semitas de Baal, “EL”, Aserá y al resto de
su panteón aparece un dios que compite con ellos y exige a los hebreos que lo
adorasen en exclusiva, eso sí, bajo pena de muerte de no hacerlo.
Mientras tanto, las
gentes sencillas seguían con sus dioses de toda la vida. En el sur, en Judá,
frontera con Egipto, los cananeos adoraban a los dioses Osiris, Isis, Horus,
etc. En el norte eran Baal y Aserá quienes tomaban cada vez más fuerza. Baal
por ser el dios del trueno, de la lluvia, de las tormentas, el dios fuerte que
castigaba a los barcos fenicios con huracanes, al que temían, adoraban y
sacrificaban ganado constantemente y a Aserá (Astarté, Astarot o Ishtar) diosa
madre de todos, diosa que da la vida, que hace que nazcan los niños, las
plantas y las cosechas.
Por otro lado parece que “EL”, padre de todos, iba perdiendo fuelle, aunque muchos judíos lo
seguían adorando llamándolo ahora Elí, unas veces, o Elohim en otras ocasiones (que
según los lingüistas es un plural, es decir, dioses), y Alah más abajo allá por
Arabia. Curiosamente, se cree que los dioses griegos Zeus, Hera y Marte son el
reflejo de “EL”, Aserá y Baal, como también Odín, Frigg y Thor lo son del
panteón nórdico. Así fue progresando la mitología hebrea, desde el año 1000 AC hasta
el destierro y cautiverio de los judíos en Babilonia (586 a 537 AC).
“En aquel tiempo los servidores de
Nabucodonosor, rey de Babilonia, subieron contra Jerusalén; y la ciudad fue
sitiada.... Y llevó en cautiverio a toda Jerusalén: a todos los magistrados, a
todos los guerreros valientes (un total de diez mil cautivos), y a todos los
herreros y artesanos. No quedó nadie, excepto la gente más pobre del pueblo de
la tierra.... El rey de Babilonia proclamó rey en lugar de Joaquín a su tío
Matanías, y cambió su nombre por el de Sedequías” 2 Reyes 24:10-17 (Versión Reina Valera, porque no hay
una sola versión de la Biblia, sino muchas versiones de la misma). “Esto sucedió a
causa de la cólera de Yahveh contra Jerusalén y Judá, hasta que los arrojó de
su presencia. Sedecías se rebeló contra el rey de Babilonia” 2
Reyes: 24:20 (Versión Biblia de Jerusalén). Uno de los muchos castigos de
Yahveh.
“EL”
era una deidad apacible, distante y paternal. Solían representarlo como
un rey barbudo, otras veces en
forma de toro; el toro fue un animal admirado porque su fuerza denota poder,
por eso enfrentarse a este animal siempre fue una demostración del valor que tuvieron
los machotes en todas las épocas. Desde su trono celeste “EL”
presidía la asamblea de los dioses cananeos y, sin lugar a dudas, era el dios original de Isra-“El”. Así
lo dice la Biblia en sus citas presuntamente más antiguas atribuyéndole
distintas cualidades según el momento: “EL Shaddai”, que significa “EL” de
las Montañas (Génesis 17, 1), “EL Olam”, que significa “EL” Eterno (Génesis
21, 33), “EL
Roi”, que significa “EL” que me
ve (Génesis 16, 13), “EL Eyón”,
que significa “EL” Altísimo (Génesis 14, 18-24), entre otras muchas menciones.
En
principio no parece lógico que los hebreos, un pueblo de enorme personalidad,
adoptaran un dios cananeo si no se parte de la idea de que judíos e israelitas
eran también tribus cananeas, o lo que es lo mismo, tribus semitas que
inicialmente compartían el mismo panteón de dioses. Por tal motivo la influencia de la teología semita es tan
profunda en la Biblia que
no resulta fácil trazar una clara distinción étnica, cultural o incluso
religiosa entre todos esos pueblos. Y la cuestión es comparar a “EL” con
“Yahveh”, intentar encontrar la intersección entre ambos personajes para llegar
a la conclusión de si son, o no son, la misma entidad.
Yahveh
no aparece en ninguna de las listas de dioses del Oriente Próximo antiguo, una
omisión rarísima teniendo en cuenta las miles de deidades incluidas en estas
listas. Algunos estudiosos dicen que es el mismo “Brahma” indú, de ahí el
nombre de “Ab-braham” (supuestamente elegido por Brahma) pero esto es una
deducción que no se sostiene, una especulación como muchas otras que existen
sobre la procedencia de ese nombre. Sin embargo, hay dos referencias materiales
a Yahveh en unos jeroglíficos traducidos de Nubia (entre el sur de Egipto y el norte
de Sudán), una de ellas se encuentra en el templo de Amenhotep III (siglo XIV
AC) y la otra en uno de los templos de Ramsés II del siglo XIII AC. Ambas
inscripciones mencionan algo llamado: “la tierra de los nómadas de Yahveh”. Son
las referencias más antiguas encontradas hasta ahora, justo 2000 años después
de la invención de la escritura. Pero ¿dónde está esa tierra de nómadas? Aunque
existe cierta controversia acerca del lugar exacto, mayoritariamente los
estudiosos creen que se refiere a la gran región desértica y pedregosa que se
extiende justo al sur de Canaán, llegando incluso a Arabia, lo que se llamaba
“tierra de Madián”. De ello se deduce que, si Moisés existió, se encontró con
una deidad madianita (el propio Yahveh).
Querido Sancho, intentar casar
historia con mitología es volverse loco. Te he contado la versión más cercana a
lo histórico intentando encajar la parte mitológica de forma racional.
Encontrarás muchas otras versiones sobre el asunto (extraterrestres incluidos).
Sin embargo, de todo ello se extrae la siguiente conclusión de forma
contundentemente racional: los pueblos semitas adoraban a un panteón de dioses
presididos por un dios principal, con su diosa esposa, con numerosos dioses
menores hijos y con otros seres que bullían a su alrededor. Este formato o
modelo de divinidad, cambiando nombres y trajes, es el que se ha venerado en
todas las culturas antiguas. Todos ellos eran dioses mezquinos, celosos entre
sí. Cuando un pueblo guerreaba contra otro no lo hacía solo. Sus respectivos
dioses también lo hacían, así el pueblo vencedor lo era porque su dios era más
fuerte que el del vencido. Exigían sacrificios tanto de humanos como de
animales para satisfacer su morbosa crueldad y no castigar al pueblo. Y ¿por
qué esa imagen de dioses malvados que asustaban a todo lo “asustable”?
Según las sociedades iban creciendo,
los sacerdotes de cada deidad pugnaban por obtener parcelas de poder y de
influencia. -“Si mi dios es el que más seguidores tiene tendré más donaciones en forma de
gallinas, vacas, conejos, trigo, dinero, etc.” – Conclusión lógica.
Así los almacenes de los sacerdotes siempre estarían llenos, y su palabra sería
la ley que todos cumplirían por miedo al terrorífico castigo divino. La
divinidad siempre ha sido el mejor negocio de todos los tiempos, pues se trata
de vender un producto sin apenas coste de producción, tan sólo unas frases
bonitas o crueles, según el contexto. Contempla algunas de las cualidades de quien
dicen ser nuestro propio Dios, Yahveh:
Era celoso: “Los
que adoren a otros dioses, o al sol, o la luna... morirán lapidados”
(Deuteronomio 17:2-5).
Admitía la esclavitud como algo
legítimo y aconsejaba cómo tratar a los esclavos: “Si
un esclavo está contento contigo, tomarás un punzón y le horadarás la oreja y
te servirá para siempre. Y lo mismo le harás a tu esclava” (Deuteronomio 15:16-18).
Era un juez ¿justo?: “Estando los hijos de Israel en el desierto,
hallaron a un hombre que recogía leña
en día de reposo (el sábado) y los que le hallaron recogiendo leña, lo trajeron a
Moisés y a Aarón, y a toda la congregación; y lo pusieron en la cárcel, porque
no estaba declarado qué se le había de hacer. Y Yahveh dijo a Moisés: Irremisiblemente muera aquel hombre;
apedréelo toda la congregación fuera del campamento. Entonces lo sacó la
congregación fuera del campamento, y lo apedrearon, y murió, como Yahveh mandó
a Moisés” (Números 15:32-40).
Si recogías leña en sábado ya sabes lo que te podía pasar.
Sobre genocidios (Diluvio Universal,
Sodoma, Gomorra), o matanzas masivas de niños (plagas de Egipto), o sobre
sacrificios, ni te cuento: “Ponga cada cual la espada a su lado; pasad y traspasad
por medio del campamento desde una puerta a otra puerta, y cada uno mate aunque sea al hermano, y al
amigo y al vecino” (Éxodo 32:26-28). La palabra “hecatombe” proviene del griego y significa “cien
(heca) bueyes (tombe)”. En el templo de Jerusalén, en la Pascua judía, se
sacrificaban cien bueyes uno detrás de otro. Imagina tanto animal berreando al
clavarle el cuchillo en el cuello o en el pecho para sacarle el corazón, y la
sangre corriendo a raudales por las acequias… pues eso, una hecatombe.
Pero Yahveh no era ni mejor ni peor
que los otros dioses. Como todos ellos necesitaba de los hombres para
sobrevivir. Si nadie lo adoraba, simplemente no existía. Y llegó un momento en
el que tener tantos dioses no era conveniente. Cada dios tenía sus propios
caprichos, sus propias leyes, su propio grupo de seguidores, todos peleándose
entre sí. Un enorme lío. Así que desde los resortes del poder se dieron cuenta
de que eso no era nada bueno y pensaron que sería mejor un solo poder, en
definitiva, el de un dios que todo lo domina, que todo lo preside, que todo lo
regula, que todo lo juzga y que habla por boca del rey que, a su vez, es el
jefe religioso o máximo sacerdote.
Y los hebreos hicieron eso. Cuidado,
no fueron originales, ni mucho menos, pero sí muy inteligentes. ¿Cuándo? Durante
el exilio babilónico en el siglo VI AC. Por aquel entonces los israelitas se
negaron a pagar los impuestos al rey babilonio, así que Nabucodonosor dirigió a
su impresionante ejército y literalmente arrasó Israel. Y destruyó Jerusalén,
incluido el templo de Yahveh. Y deportó a toda la élite judía superviviente
como esclavos a Babilonia, tal y como antes te dije. Y cuando llegaron allí se
quedaron con la boca abierta. Era como si a un hombre rural de los años 30 del
siglo pasado que no ha salido de su pueblo lo plantas de golpe en Nueva York. Y
entre los judíos deportados se encontraban los eruditos de Jerusalén que fueron llevados
a las grandes escuelas babilónicas, donde trabajaron y estudiaron, donde
recopilaron todas las leyendas semíticas para ponerlas por escrito engordando
su propia mitología, y todos esos libros finalmente los juntaron en uno. Y
allí, entre los ríos de Babilonia nació el Antiguo Testamento y la magnífica canción
de Boney M.
Mi buen Sancho, estamos en la
Babilonia del siglo VI AC. La ciudad vive su máximo esplendor. Medio millón de
habitantes bullían cada día por sus diez distritos perfectamente organizados,
con una infraestructura urbanística que no se volvió a alcanzar hasta el siglo
XX. Entrar por la puerta de Ishtar y contemplar la Avenida de las Procesiones,
algo así como la Quinta Avenida de Nueva York, por donde a diario paseaban en
procesión los cientos de dioses adorados por la muchedumbre, el ejército, o el
propio Nabucodonosor, kilómetros de calle adornada con palmeras a ambos lados pasando
junto a los jardines colgantes (una de las siete maravillas de la antigüedad) y
terminar al fondo, con la torre de Babel, el Etemenanki, un zigurat de 90 metros
de alto y otros 90 metros de base, debió suponer un shock para los miles de pueblerinos
hebreos que fueron deportados.
Sí, Babilonia era el centro del mundo cuando
Alejandría no existía y Roma era una minúscula ciudad y, al contrario de lo que
nos cuentan los rancios y puritanos judíos en la Biblia, era una ciudad abierta,
repleta de edificios públicos y de obras de arte, donde gentes de todos los
pueblos acudían a estudiar en sus escuelas. Era el centro cultural y económico
del mundo civilizado. Marduk, rival de “Enlil, o EL”, se hizo con el trono del
panteón babilónico unos siglos antes y por aquel entonces reinaba como dios
principal de la ciudad. Su templo estaba en lo alto de la torre de Babel. Pero
nuevas corrientes religiosas invadían el viejo mundo. En Irán los persas se
alzaban como gran potencia. Precisamente el rey babilonio Nabucodonosor se casó
con la hija del rey medo por cuestiones políticas (los medos fueron los
antecesores de los persas) especialmente para evitar enfrentamientos, cuestión
esta que sucedería muy pronto. Pues bien, en el reino persa tomó fuerza una
religión indoirania que influyó de forma determinante en todo lo que nos
concierne: el MAZDEÍSMO.
Ahura Mazda, el primer dios que se
parece en realidad al nuestro. Es un dios sin forma, sin cuerpo, un espíritu
puro que no se puede representar. Es único. No hay más dioses que él mismo. Fue
el creador de todo y no fue creado. A su vez, creó a una serie de entes para
que lo ayudaran en el gobierno del universo, los “ahura” (¿ángeles, ánimas,
santos?). Es el padre de todo, y es un padre bueno, el padre que siempre
perdona a sus hijos, que no los castiga, que les da libertad para elegir sus
actos y sus pensamientos. Ahura Mazda es, en definitiva, la representación del amor.
Un golpe de mano: monoteísmo lleno de amor en su más pura esencia frente al
politeísmo o al henoteísmo que hasta entonces había regentado y amargado las
vidas de los hombres. Miles de dioses ignominiosos e injustos que asustaban a todo
el mundo. Y, claro, las gentes se agolpaban para pertenecer al club de Ahura
Mazda, un dios de amor que otorga consuelo a los afligidos era un buen producto
religioso para vender.
Zoroastro, o Zarathustra, fue el profeta
del mazdeísmo, un intelectual que escribió el “Avesta” algo así como el Corán
para los musulmanes o la Biblia para nosotros. Las principales bases de su
religión son:
1. Existen el bien y el mal. El bien es
Ahura Mazda, el mal está representado por dos espíritus, hijos gemelos de Ahura
Mazda (Spenta y Angra) que se rebelaron contra él, que fueron expulsados del
cielo y desde entonces emponzoñan a la humanidad tentándonos y provocando toda
clase de males. Pero cuando llegue el fin del mundo, las huestes de Ahura Mazda
vencerán a los ejércitos del mal y el reino de Ahura Mazda envolverá a los
hombres. Resulta cuanto menos curioso el parecido con la mitología cristiana. Y
Ahura Mazda, como buen padre que es, nos da libertad para elegir entre el bien
y el mal.
2. Por otro lado, las reglas para que los
hombres convivan según la doctrina del mazdeísmo son:
· Igualdad de todos, incluso de sexo, raza o religión.
Todos somos hijos de Ahura Mazda.
· Respeto absoluto a la naturaleza y a todos los seres
vivos, empezando por los hombres (condena de la esclavitud), y siguiendo por
los animales (no más sacrificios ni crueldad con ellos)
· Trabajo duro (eso no gustaría mucho) y caridad, ayudar
al prójimo en todo lo posible.
· Lealtad y fidelidad a la familia, a la comunidad y al
país.
Pensarás que esto es muy “guay y muy
progre”, pero también tiene sus inconvenientes, por ejemplo, no enterraban a
los muertos, los dejaban al aire para que se los comieran las alimañas, así se
alimentaban las criaturas sin interrumpir el ciclo de la naturaleza; echaban los
cadáveres a la intemperie en un lugar común y allí los pajarracos se daban el
festín. Hoy en día quedan algunos seguidores mazdeístas en la India y en Pakistán,
se llaman los “Parsis”. Salieron corriendo de Irán en tiempos de la revolución
islámica del Ayatollah Jomeini. Pero vamos a lo que vamos.
Los judíos eruditos que trabajaban en
las bibliotecas y escuelas de Babilonia empezaron a recopilar las leyendas de
su pueblo. Como eran tan pírricas las completaban con otras leyendas semíticas
ancestrales de las que seguramente no conocerían su origen perdido entre milenios
y que, al fin y al cabo también debían ser suyas, especialmente las leyendas babilónicas
que más burbujeaban en las noches alrededor de los hogares, como la del diluvio
de Utnapishtim (el Noé babilónico) del poema de Gilgamesh, o la creación del
mundo (poema de Enuma Elish encontrado en la biblioteca de Nínive, capital de
Asiria, supuestamente escrito en el siglo VII AC, pero del que no sabemos su
verdadera antigüedad). Y claro, todo eso lo mezclaban con su dios Yahveh en una
ensalada de mitos y cuentos intercalados con sentencias morales y otras no tan morales.
Pero ¿Cómo se transformó la idea de Yahveh durante el exilio babilónico?
Recapitulemos. Inicialmente Yahveh era
un dios entre otros (politeísmo), después fue el único dios a adorar entre
otros dioses por el pueblo de Israel (henoteísmo) quien se enfadaba y castigaba
cruel y criminalmente a quien le fuera infiel. Esa es la imagen del Yahveh
que llegó a Babilonia en la mente de aquellos judíos. Y sus eruditos supieron
comprender que la forma de mantener vivo al pueblo hebreo era mediante un dios
único. - “No
tenemos territorio, pero tenemos un dios, nuestro dios que nos ha prometido la
tierra de Canaán” (aunque desde
tiempos de Abraham venía haciendo esa promesa sin cumplirla). También ese dios
único hizo un pacto con Israel ignorando de esa forma a los demás pueblos del
mundo. Ellos son los elegidos. Dios los ama, aunque les haya gastado
innumerables jugarretas. Así, copiando la idea monoteísta persa, comienzan a
introducir elementos del mazdeísmo, el primero: sólo existe un dios, creador de
todo, que no fue creado. De ese modo confeccionan ese revoltijo de escritos que
se concretan en la Toráh, o lo que es lo mismo, nuestro Antiguo Testamento,
aunque no por ello la obra quedó definitivamente cerrada sino que siguió
evolucionando, añadiendo y quitando elementos.
Justo 25 años después de la muerte del
gran Nabucodonosor, los persas invaden Babilonia con Ciro el grande. El gran
imperio persa se adueña de toda Mesopotamia. Ciro fue un gran político además
de un magnífico general, y demostraba sus dotes a través de una gran capacidad
de pacto. Ciro no oprimía a los pueblos, al contrario, se mostraba como un
libertador. Ten en cuenta que era mazdeísta, una religión positiva repleta de
amor, de tolerancia y de hermandad como antes te conté, y su ideal era
conquistar todo el mundo conocido, gobernarlo bajo las directrices de esa
religión y “salvar” de ese modo a los pueblos oprimidos. En consecuencia liberó
a los judíos cautivos en Babilonia para que volvieran a su tierra, y no sólo
les dio la libertad sino que también les financió la reconstrucción de
Jerusalén, incluido el templo de Yahveh. De ese modo tendría en Israel un firme
súbdito y aliado que le daría salida al Mediterráneo para continuar con sus
planes de expansión.
Tras tantos años de “cautiverio” (lo
pongo entre comillas porque no fue tal cautiverio puesto que fueron tratados
como hombres libres por Nabucodonosor y sus sucesores según hemos podido
deducir de numerosas tablillas de la época) muchos judíos volvieron a su tierra
prometida, otros se quedaron en Babilonia (para qué volver al pueblo si vivían
en el cogollo del mundo) y otros se diseminaron por todo el Mediterráneo en
busca de negocios. Todos ellos con su Biblia o Torah recopilada, bien cocinada
y condimentada, repleta de mitos y leyendas semíticas y ya con un definitivo
cariz monoteísta. No obstante, el distanciamiento, la dispersión de estos
individuos dio lugar a distintas interpretaciones posteriores, así en cada
lugar añadían libros nuevos, distintos pasajes, que luego fueron declarados
apócrifos. Sí, el Antiguo Testamento también tiene libros apócrifos (apartados,
no reconocidos, declarados heréticos).
Bien, ya tenemos el Antiguo Testamento
más o menos concretado, lleno de contradicciones y proclamando a Yahveh como
único Dios, padre de todos, pero había un problema: si Yahveh lo es todo, si todo
se le atribuye ¿también es el causante del mal? Los mazdeístas habían resuelto
ese problema con la sublevación de los hijos gemelos de Ahura Mazda como te
conté anteriormente. Era preciso inculpar a alguien que no fuese Yahveh de todo
lo malo. Desde tiempos inmemoriales la mitología semita mantenía un panteón de
dioses donde también vivían los ángeles (mensajeros de los dioses) mientras que
el mundo estaba lleno de demonios y seres mágicos que vivían en los bosques, en
las cuevas, en las montañas, en la oscuridad (elfos, duendes, hadas, según las
mitologías occidentales) y algunos de ellos hostigaban la “armonía” de sus
vidas.
Muchos dioses menores y semidioses fueron
perdiendo importancia hasta quedar degradados a esa categoría de simples seres
mágicos. Seres mágicos que para los antiguos hebreos eran los se´irim (seres
peludos parecidos a los sátiros, con piernas y cuernos de cabra), los zafrire
(espíritus del amanecer), los Ilin (espíritus de la noche), los mazzikin (que
eran los que hacían daño a las personas), los telane, los shedim, etc., seres
que no todos necesariamente eran malvados o tenían una connotación negativa.
Algunos de aquellos seres aun suenan
en el mundo del ocultismo, como Azazel, Samael, Asmodai, o la propia Lilith,
que en la mitología semítica ancestral fue la primera mujer, anterior a Eva.
Pero ninguno de ellos tenía categoría suficiente como para ser el adversario de
Yahveh representando el mal absoluto. Era necesario buscar alguien para hacerlo
responsable de todo lo malo, alguien que no fuera tan poderoso como Yahveh pero
que capitaneara un ejército capaz de resistir, aunque sólo fuera un poco, las
acometidas de las huestes divinas. La solución fue sencilla: la mazdeísta. Un
ángel, el más bello y poderoso desea ser como Yahveh, reúne en su ejército a otros
ángeles y a todos esos seres mágicos que no están en el panteón divino, esos
seres que después, San Jerónimo, en el año 382 de nuestra era, llamara
“demonios” en su traducción de la Biblia que denominaron “la Vulgata”. Y a ese
ángel, Satanael, lo despojaron del genitivo divino quedándose en Satanás, que
vino a significar “el adversario”.
Naturalmente hubo criterios
divergentes respecto a que Satanás fuera el adversario de Yahveh como consecuencia de las distancias y la separación
de los judíos tras la salida de Babilonia. Aunque finalmente se impuso como
capitán de la maldad, hubo corrientes que nombraron como adversarios de Yahveh
algunos de los dioses que aun seguían siéndolo en los cultos cananeos. Por
ejemplo, Baal, que también era llamado Baal Zebub, pasó a ser el jefe de los
malos (nosotros lo conocemos como Belcebú). Moloc, que era otro hermano de
Baal, también fue designado como jefe de lo maligno, entre otras cosas porque
le sacrificaban a los bebés recién nacidos arrojándolos al fuego. La solución
final fue decir que el maligno, Satanás, tenía muchos nombres pero no el de
“Lucifer”, cuidado, ese nombre se lo puso el ya citado San Jerónimo bastantes
siglos después cuando tradujo del profeta Isaías la frase: "¡Cómo has caído del
cielo, Lucero, hijo de la Aurora!” como:
"¡Quomodo cecidisti de caelo, Lucifer, fili aurorae!”.
Bien, ya tenemos un Dios único que representa a un padre, que es bueno
y comprensivo pero, cuidado, si te portas mal te castiga como lo hace un padre
severo, a pesar de que chirría el que le mantuvieran ese aspecto de caprichoso
y celoso que muestra en los textos bíblicos más antiguos. Y tenemos a un
personaje que encarna el mal. Tenemos también el libre albedrío mazdeísta, la
elección que Dios nos concede entre el bien y el mal. Nos vamos acercando al
Dios de Jesús, si bien hay que decir que esta evolución fue lenta, pesada, y
que no acabaría en tiempos del propio Jesús, pues tras su muerte aun tardaron
un siglo los judíos en pulir la imagen del propio Yahveh. Es curioso que Jesús,
en los Evangelios, nunca mencione a Dios con ese nombre, pero sí a Elí.
Con sólo una lectura superficial de la Biblia vemos que el concepto de
Yahveh, por muy pulimentado que estuviese, no encaja bien con el Dios de Jesús.
En cualquier caso hay que concluir que entre el Yahveh de la época de Moisés y el
Yahveh de la época de Jesús existen muchísimas más diferencias que entre el
Yahveh de la época de Jesús y el actual. Ahora bien, si se le preguntase a un
judío del siglo primero ¿cómo era Yahveh? contestaría omitiendo toda esa
evolución sencillamente por desconocimiento. Daría su vida o quitaría la tuya por
haber blasfemado diciendo que Yahveh no siempre fue el dios de los hebreos, que
sólo trescientos años antes muchos de ellos adoraban a Baal, a Horus y a Isis,
que el concepto de Satanás y sus demonios no existía cinco siglos atrás.
Evidentemente nosotros sabemos mucho más sobre la historia de su religión que aquellos
habitantes del Israel del siglo I.
En cualquier caso, amigo Sancho, de nuevo debemos convenir en que los
libros religiosos no son libros de Historia en sentido estricto, con
independencia de que en ellos existan briznas de verdad histórica intercaladas
entre mitos y leyendas. En mi tiempo, algunos eruditos cristianos, musulmanes y
judíos admiten la existencia de tales paradigmas y sostienen que Dios se
manifiesta a través de esas mitologías paganas para revelarnos su mensaje. Otros,
por el contrario, mantienen su fe de forma ciega en la literalidad de los
relatos bíblicos y coránicos, y algunos otros mezclan ambas conclusiones según
su entendimiento.
Como al principio te dije: “a cada cual le toca escoger la
cuchara con la que ha de comer”.