“Si a tu vecinos quieres
mal mete tus cabras en su corral”
Así
dice el refrán, querido Sancho, uno de los refranes que Don Miguel no incluyó
en la novela de tus gloriosas hazañas. Y como no pudieron llegar a nuestro corral,
nuestros vecinos metieron sus cabras en la ínsula de Perejil y después algunos
soldados, policías o como quisieran llamarlos. En cualquier caso el perejil es
esa hierba con la que el gran Arguiñano remata los platos ricos, ricos, cuyas
recetas nos descubre en televisión para deleite de paladares. Así, con Perejil,
nuestros vecinos adornaron el remate de lo que hasta hoy ha sido un guiso de
refriegas y rifirrafes pues no demasiado nos quieren y tampoco demasiado los
queremos, como buenos vecinos que ambos países demostramos ser.
Resulta
Sancho que mi muy querido maestro me dijo que contigo divagase sobre la “Guerra
de Marruecos” pero nada me dijo acerca de cuál de las muchas guerras se refería,
por ello he decidido contarte algo sobre más de una riña de las que se conocen,
cosa habitual en los patios de vecindad y cotilleo, es decir, litigios y
habladurías. Así, disparando a todo lo que se mueve, seguro que con alguna
acertaré.
Sabe
amigo Sancho que más al sur de nuestra España hay una tierra a la que el
imperio romano llamó la Mauritania Tingitania, inicialmente adscrita a la
propia Hispania, y que esa tierra alcanzaba desde el océano Atlántico hasta los
límites de la provincia de África, donde hoy está Túnez. Al igual que nuestro
suelo, inicialmente aquello fue asentamiento de colonias púnicas, como lo fuera
Cartago, o Ikosim después llamada Argel donde Don Miguel pasó una larga
temporada de obligado retiro. A las gentes que allí vivían los romanos los
llamaban mauros, en general, y después moros, y de entre los moros al vecino de
las montañas y de los sitios más alejados de la civilización, en particular y
al igual que al resto de extranjeros, lo llamaron bárbaro, resultando bereber con
la lógica evolución lingüística de esa zona.
Así
transcurría la vida en esas tierras estrujadas y explotadas por unas cuantas
familias romanas. Ciudades costeras y alguna otra interior inicialmente fenicias
y después romanas servían de nudos de comunicación marítima para enlazar rutas
comerciales, ciudades alejadas entre sí con débil y escasa conexión terrestre que
ejercían su influencia sobre radios de acción territoriales pequeños y, entre
ciudad y ciudad, el vacío civilizado y numerosas tribus diseminadas de
bereberes. Una vez más te recuerdo Sancho que nosotros llamamos indios a todas
las tribus de las Américas, que los griegos llamaban celtas a todas las tribus
del norte de Europa y que sabemos que había innumerables diferencias entre sus
costumbres, idiomas y rasgos culturales. Aplica esto a los bereberes y
acertarás.
Con
la disolución de la administración romana, vándalos del norte expulsados de
España por visigodos se adueñaron efímeramente de aquellos territorios. Después
los mismos visigodos hicieron lo propio aunque nada tardaron los romanos
orientales, o bizantinos, en recuperar gran parte de aquellas ciudades hasta
que los árabes de Mahoma apoyados por bereberes, unidos ahora bajo la fe del
islam y sobre todo por una magnífica oportunidad de rapiña, se adueñaron de
ellas. Los árabes nombraron a la Mauritania Tingitania con el nombre de “Reino donde
el sol se pone” o “Al Magrib”, es por ello por lo que se le conoce también como
“el Magreb”. Y fueron dos facciones posteriores de estos bereberes, los almorávides
(morabitos o monjes soldados ermitaños habitantes de las rábidas) e
inmediatamente después los almohades (los que reconocen la unidad de Dios),
quienes impusieron una tutela más o menos sustantiva en un amplio territorio a
través del dominio militar sobre gran parte de la antigua Mauritania Tingitania,
incluso con gran expansión territorial en algunos momentos.
Proclamado
califa independiente (sucesor de Mahoma) el gran caudillo almorávide Ibn
Tashfin funda en 1.062 la ciudad “Tierra de Dios” o “Marrakus” en árabe,
conocida por nosotros como Marrakech, instalando allí su corte y dando con ello
el nombre de Marruecos a aquellos dominios para ser su capital hasta que Rabat
en 1.911 le arrebató esa prerrogativa. Contra Castilla Tashfin unas veces se
alió con diversos reyezuelos de taifas que despotricaban en ese producto
enlatado que quieren vendernos los estafadores de la Historia llamado “paraíso
de Al Ándalus”, y otras veces guerreó contra esos mismos reyezuelos para
apoderarse de gran parte de la Bética regando cumplidamente con sangre nuestro
suelo, ese líquido que junto con el aceite de oliva y el buen vino tanto ha circulado
por estos lares.
Lo
mismo hicieron después los almohades, usurpadores del poder almorávide, con su
califa Muhammad An Nasir, al que los cristianos llamaron Miramamolín. Sí,
querido Sancho, aquel que puso los pies en polvorosa cuando vio al gigante
Sancho de Navarra cabalgar como loco hacia su tienda en la batalla de las Navas
de Tolosa. Estas guerras fueron las primeras que los españoles cristianos
tuvieron contra los africanos del norte cuando estos ya eran algo que podía
llamarse más o menos reino de Marruecos, aunque en nada se parecía a lo que hoy
es nuestro país vecino, ni cultural ni políticamente hablando. De hecho se les
conoce a tales acontecimientos con el nombre de invasiones almorávide y
almohade, pero no como conflictos con Marruecos.
Hasta
ese momento las desavenencias entre españoles y norteafricanos, como es el caso
de la invasión del año 711 y las demás campañas contra Ceuta, contra Melilla y
contra el resto de territorios españoles del norte africano no pueden llamarse en
ningún caso guerras contra Marruecos, puesto que Marruecos aun no existía y
dudosamente lo hizo después durante bastantes siglos como ente político. A
partir de los tiempos de Doña Isabel y Don Fernando, España mantuvo diversos
enfrentamientos y estableció puntos de control en el norte de África para vigilar
el tráfico del Mediterráneo, especialmente para luchar contra la piratería bereber
que hostigaba las rutas comerciales.
Uno
de esos puntos clave siempre fue Ceuta. Derivado de siete en latín (septem, septa,
seuta), inicialmente ciudad fenicia (Abyla) y tras la caída de Cartago ciudad
romana (Septem Fratres, o siete hermanos por sus siete montes más o menos
simétricos) situada en la Península Tingitana, primero fue adscrita a la Hispania
romana, y así se mantuvo hasta que el conde Don Julián, visigodo él, traicionó
al rey Rodrigo para facilitar la invasión musulmana de nuestra península.
Después Abderramán III la conquistaría para su califato cordobés, después fue
una taifa independiente, después fue almorávide, después almohade, después
perteneció al reino de Granada vasallo de Castilla, después fue de los
benimerines, sucesores de los almohades marroquíes que intentaron una nueva
invasión peninsular pero, claro, los ejércitos de Castilla ya no eran como
aquel débil y traicionado ejército de Don Rodrigo que encontraron seis siglos atrás. Vuelve Ceuta a la órbita
del reino de Granada hasta que en 1.415 los portugueses se hacen dueños de la
ciudad y el Reino de Fez la reconoce como portuguesa.
Respira
Sancho, toma un buen trago de vino y algún chorizo pues tanto nombre y dato
acabará por nublar la mente de quien me lee.
Seguro
que te preguntarás ¿qué era el Reino de Fez? Pues más o menos la mitad del
actual Marruecos en poder de una facción
bereber. Bien sabes que esos reinos se expandían y contraían constantemente,
que igual una familia bereber se hacía con unos dominios, o que al poco otra
familia hacía otro tanto extendiéndose o arrebatando los dominios de la
anterior o los de sus vecinos mostrando así una discontinuidad entre gobiernos
despóticos, anarquías y demás inestabilidades que azotaban constantemente a
esas pobres gentes. De vez en cuando alguna familia consolidaba su poder y se
lanzaba a conquistas y trifulcas variadas. Muchas de ellas lo hicieron a la
piratería y al tráfico de esclavos. Más o menos lo que hacían en nuestras
tierras en tiempos de las taifas con la diferencia de que las estructuras
sociales romanas, al contrario que lo sucedido con las estructuras tribales
norteafricanas, sí estaban por aquí muy consolidadas y ofrecían un esqueleto
social suficientemente consistente y vertebrador de una sociedad que tuvo que
soportar durante algunos siglos las correrías sanguinolentas de tales
desgobiernos entre poderosas familias musulmanas. Recuerda amigo Sancho que
taifa significa bando o facción.
Poco
después, tras referéndum entre los habitantes ceutíes, sí, referéndum en
aquellos tiempos, la ciudad se proclama nuevamente española siendo reconocida
como tal en el Tratado de Lisboa de 1.668. Como siempre el estratégico y goloso
puerto de Ceuta continuó recibiendo asedios y presiones de distinta intensidad
por diversas facciones bereberes y por gentes de otras nacionalidades, ingleses
incluidos. De Melilla y del resto de territorios españoles en África no hablo.
Nos llevaría más de una conversación junto al fuego, amigo Sancho, y ya es
momento de centrarnos en lo que creo que mi maestro me pidió.
Por
ello te digo que El Rif es una región norteña montañosa con aspiraciones nacionalistas
e independentistas adscrita de manera intermitente al sultanato marroquí. De
organización tribal y de carácter bereber en su más pura esencia y significado
etimológico los mismos marroquíes lo llaman “El país del desgobierno”. Las
tribus rifeñas tradicionalmente reclamaron Ceuta para su soñada nación y
acosaron en todo momento a quienes gobernaban en dicha ciudad, sea cual fuere
su nacionalidad.
Los
hostigamientos que los rifeños hicieron sobre la ciudad desde 1.840, apoyados
por el propio sultán marroquí, al ser conocedores de la debilidad del ejército
español distraído en numerosos frentes de batalla tanto internos como en
América, crecieron en gran medida hasta que el general O´Donnell puso orden.
Dice Josep Fontana que aquello fue un invento del propio O´Donnell para
colgarse sus medallas, que aquello fue “una guerra injusta porque los infelices moros
daban todas cuantas satisfacciones pedíamos los españoles…/… pero era preciso
distraer a la corte con la guerra contra los infieles, que por su atraso y
pobreza se los vencía con facilidad, y de este modo la gloria militar haría
fuerte al gobierno y mataba las intrigas cortesanas”.
Supongo que algo de cierto habría en
ello, aunque la parcialidad de tal historiador en sus obras me hace dudar de
casi todo lo que cuenta, entre otras cosas porque siempre extrae conclusiones ideologizadas
en la misma dirección allá donde no hay datos que afirmen una realidad
empírica, e incluso aun habiéndolos. En cualquier caso debemos afirmar que
aquello fue una acción militar dirigida a sofocar numerosas acciones de acoso, de
guerrilla y de sabotaje coordinadas y planificadas que venían sucediéndose
desde hacía más de diez años, que se aprovechó asimismo la ocasión para
intentar mejorar la imagen exterior de España y que con ello se pretendió dar
un impulso de patriotismo al alicaído pueblo español.
Resulta curioso cómo ese patriotismo
caló con más intensidad en Cataluña y en las Vascongadas, tradicionales nidos
de carlistas y de patriotas, lo digo por el gran número de voluntarios
alistados al efecto. Quién lo ha visto y quién lo ve. Digamos que ocurrió entre
1.859 y 1.860 y que muchos historiadores lo llaman curiosamente la “La primera
guerra de Marruecos”. Está visto también que las matemáticas, aunque sólo sea por
el simple hecho de contar, no son materia de dominio de tanto historiador.
Antes de este conflicto bélico hubo algunos otros entre España y Marruecos,
como el sucedido en tiempos de Muley Ismaíl, sultán de Fez, o el asedio y
bombardeo de Melilla de 1.775 y otras refriegas menores. Supongo que a esas dos
guerras las llamarán “menos una y menos dos guerras de Marruecos”, eso sin
contar otros conflictos como los que antes mencioné.
Tras
esa guerra las tensiones y los ataques no dejaron de sucederse. Entre los actos
que más conmovieron a la opinión pública española se encuentra el secuestro y
la posterior venta como esclavos de seis comerciantes españoles. Este clima de
tensión condujo a nuestro gobierno a reforzar las defensas de los territorios
españoles y con la excusa de boicotear una de las nuevas edificaciones
militares que se estaban construyendo junto a la tumba de un famoso santo
adorado por los rifeños, seis mil de ellos atacaron a la escasa guarnición
española melillense en 1.893 iniciándose la llamada “Primera guerra del Rif”,
también llamada “guerra de Margallo” por ser éste el más destacado general
español de aquella contienda. Justamente también fue protagonista un joven
militar llamado Miguel Primo de Rivera.
Los
rifeños, sin el apoyo del sultán marroquí que dio la razón a los argumentos
españoles, aguantaron hasta que los barcos de nuestra armada sometieron a un
duro bombardeo las posiciones del enemigo. Aquello terminó con una paz
transitoria ya que en 1.909 otra vez volvieron los rifeños a atacar Melilla. Con
el Tratado de Fez de 1.912 Francia cede a España el protectorado de la zona del
Rif y algunos otros territorios, un 5 % del total del suelo de nuestros vecinos,
pero lo más destacado es que con dicho Tratado el sultán marroquí quedó
relegado a ejercer el papel de una simple marioneta en poder de los franceses.
La
aparición de nuevos recursos mineros en la zona y las concesiones que se
hicieron a empresas españolas y francesas por el propio sultán marroquí para la
explotación de las minas enervó de nuevo a los caudillos rifeños quienes buscaban
obtener un trozo del pastel. La explotación de dichas minas necesitó de nuevas
infraestructuras, especialmente de un ferrocarril, por lo que numerosos obreros
especializados españoles se desplazaron a la zona. Acosados por rifeños emboscados
fueron tiroteados en diversas ocasiones con algunos obreros muertos iniciándose así
una mayor escalada de acciones bélicas sobre lo que, en un principio, pretendió
ser una simple actuación policial, según Antonio Maura, presidente del Gobierno
español por aquel entonces. A estos conflictos se les llama “Segunda Guerra del
Rif, o “Segunda Guerra de Marruecos”, reafirmando así mi teoría de que contar
no es una de las mejores virtudes de muchos historiadores.
Los
rifirrafes continúan y en 1.921 el general Fernández Silvestre sufre una
estrepitosa derrota en la localidad de Annual. La pérdida de cañones que fueron
a parar al enemigo y la ineptitud de la dirección militar hicieron huir sin
coordinación alguna a los 13.000 soldados españoles que fueron perseguidos y
masacrados con saña en su retirada. Algunos supervivientes lograron parapetarse
y resistir durante varias semanas sin apenas agua ni comida. Tras pactar la
rendición los rifeños no cumplieron con su palabra y terminaron la masacre
exterminando a los soldados españoles ya rendidos. Con esta victoria declararon
la República Independiente del Rif.
Pero
la continuidad de las reyertas provocó la intervención de Francia para nivelar
la situación hasta que en 1.923 el general Sanjurjo protagonizó el primer
desembarco aéreo-naval de la historia, el Desembarco de Alhucemas, donde
destacó meritoriamente el coronel Franco quien fue ascendido a general por su
actuación, el más joven general europeo del momento. Dicen que Eisenhower
estudió detenidamente las tácticas de los españoles y las aplicó en el
Desembarco de Normandía, aunque quizás no sea más que otro intento de
vanagloriar nuestro ombligo. Mientras
tanto en la península la oposición política no perdía ocasión para criticar la
actuación española y pedir la retirada de las tropas utilizando el conflicto
como arma para minar más aun la ya desprestigiada monarquía de Alfonso XIII. El
hecho de que actuasen tropas de remplazo reforzaba la idea en la ya herida
conciencia social con aquella frase tantas veces repetida: “llevan al matadero
a los hijos de los pobres”.
La
intensidad de los combates empujó a Francia a adoptar una actitud más
beligerante y envió refuerzos al ejército español. En 1.925 concluye la guerra
y con ello la independencia de la República del Rif que volvió al protectorado
español y a depender formalmente del sultán de Marruecos. También decirte,
amigo Sancho, que los franceses utilizaron armas químicas de las mismas que
usaron en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y de ello se acusa
también a los españoles a pesar de no estar probada tal afirmación, al igual
que tampoco está probado pero asimismo se sospecha que la Tercera
Internacional, la comunista dirigida desde la URSS financió y asesoró el
levantamiento militar rifeño. En 1.958 otra vez se sublevarían los rifeños,
pero esta vez no nos tocó a nosotros roer ese hueso sino al sultán del momento.
Otro
enfrentamiento también tuvimos en ese mismo año de 1.958 contra Marruecos a
causa del protectorado del Sidi Ifni, un territorio saharaui cedido por el
propio sultán marroquí a España desde 1.860. Dos años antes Marruecos obtuvo su
independencia gracias al proceso de descolonización instado desde la ONU y
pretendió recuperar para sí dicho territorio. Tras una importante contienda
bélica en la que otra vez participó Francia junto a España, los marroquíes
fueron derrotados de nuevo y el Sidi Ifni continuó perteneciendo a España hasta
1.969, fecha en la que cumplió su compromiso para proceder a su descolonización
según resolución correspondiente de la ONU.
En
1.975, con la muerte de Franco, tuvimos aquel esperpento de “La Marcha Verde”
de la cual no hablo por ser algo que casi todos los españoles conocen y muchos
de ellos se avergüenzan. Como en el noble arte taurino la división de opiniones
se posa sobre tal acontecimiento con encarnizadas disputas dialécticas en las
que no deseo entrar por motivos obvios. Finalmente con el episodio de la isla
de Perejil, al más puro estilo Arguiñano, concluyen por ahora los guisos
bélicos, si es que aquello tuvo algo de eso, que hemos cocinado con nuestros buenos
vecinos del norte africano. Y si con todo esto mala nota me pone mi maestro, a
otra cosa mejor dedicarse ¿no crees, mi buen Sancho?