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miércoles, 9 de febrero de 2022

CUENTAS VIEJAS, LÍOS Y QUEJAS


 

CUENTAS VIEJAS, LÍOS Y QUEJAS

Amigo Sancho, hablemos de algunas cosas viejas puesto que lo viejo muchas veces nos brinda algo de sabiduría que es fuente de toda clase de bienes espirituales. Y es que de saberes algo nos provee la Historia, que de cosas viejas está hecha, y no sólo nos cuenta el pasado sino que, más importante aun, nos explica el presente para todo aquel que quiera o pueda entender, lo cual a veces no sabemos si proporciona alivio o, por el contrario, desazón. Pero, en fin, algo de seso deben tener quienes dicen que una rana en un estanque no sabe que existe el mar. Y viejo, lo que se dice viejo, es el tiempo en que nuestros abuelos vinieron por primera vez a nuestro reino. Lo malo es que al contarnos sus aventuras nos castigan el discernimiento con muchos nombres raros donde se pierde lo más elemental. Hoy te cuento algunas cosas viejas que utilizan con engañifas para formar líos y quejas en la España de mi tiempo.

Para construir los puntos de vista sobre lo que vamos a hablar los estudiosos usan cuatro herramientas fundamentales cuales son: en primer lugar los objetos y los restos que encuentran a lo que llamamos arqueología; en segundo lugar los documentos y los escritos de quienes estuvieron más cerca de aquello, a los que nos debemos acercar con el adecuado escepticismo; en tercer lugar las formas antiguas de hablar y también las formas modernas sometidas todas ellas a la lingüística comparativa; y, por último, los estudios genéticos que están revolucionando mucho de lo que creíamos saber. Querido Sancho, si utilizamos esas cuatro herramientas podremos obtener conclusiones más o menos razonables sobre lo remoto que hubo en nuestras tierras, conclusiones que desbaratan alguna que otra patraña de la que viven muchas sanguijuelas. Saquemos pues a la rana del estanque y hagámosle ver el mar.

En su día te dije que todos los homo sapiens eran inicialmente de piel negra, y dicen que negros también fueron los primeros que llegaron a nuestro reino por el sur hace ya unos 35.000 años, aunque muchos estudiosos afirman que llegaron por los Pirineos, provenientes del Oriente Medio y que ya no eran tan negros. La Europa del norte estaba literalmente congelada y por aquí hacía buen tiempo así que todos aquellos abuelos se refugiaron en el sur buscando alivio para la reúma en distintas oleadas o temporadas turísticas. La cuestión es que seguramente se mezclarían y se diseminaron por toda la península. Hablamos de un tiempo en el que ya sabían hacer herramientas sofisticadas y pintaban animales en las paredes y techos de las cuevas. Sus primeros restos los encontraron en el Pirineo francés, en un paraje llamado Aurignac, por eso le llaman a todo lo de esa época: “auriñaciense”.

Adolf Schulten, uno de los más ilustres estudiosos, en su obra “La historia de Numancia” sostiene que los que vinieron por el norte eran los ligures italianos, abuelos de Colón si es que fue genovés y no catalán, como afirman socarronamente. Al bueno de Adolfo lo vilipendiaron por sostener esa teoría aunque últimamente parece ser que muchos la están admitiendo. Estos ligures, según Adolfo, se instalaron donde hoy lo hacen aquitanos, vascos, cántabros, asturianos, gallegos y, atención…, dice que llegaron hasta el Algarve portugués y se extendieron por toda Andalucía. Algunos lingüistas coinciden con la teoría de Schulten. Para ellos el término “ur” o “tur” es común en muchas partes del Mediterráneo y originario del Oriente Medio.

“Ur”, o “tur”, parece ser que significa “piedra o tierra primera”, y también “toro”. Ten en cuenta querido Sancho que el toro era una de las representaciones más comunes de las divinidades antiguas y aparece en numerosos topónimos (nombres de lugares) de la antigüedad. Ur fue la ciudad del Abraham bíblico, Uruk donde se inventó la escritura, astur (Don Pelayo), Turia (bonita Valencia), túrdulos (viva “Graná” que es mi tierra, y Córdoba la bella) y turdetanos (andaluces de hoy), turboletas (Teruel bonita y qué frío), Turonos (vecinos de Astérix), Turón (pueblo asturiano, otro pueblo granadino y un río malagueño), y un largo etc. de ejemplos.

Sin embargo Pedro Bosch, en su obra “Etnología de la Península Ibérica” estima que los primeros excursionistas vinieron desde el sur, al inicio del auriñaciense, y que después vino una oleada por el norte que se inició desde el Oriente Medio. La cuestión no está muy clara. Ya sabes que España es un destino turístico muy frecuentado lo cual parece ser que viene de antiguo. Los genetistas indican que cuanto más nos acercamos al sur y al Levante nuestros genes se parecen más a los norteafricanos, cuestión esta que parece de cajón, y cuanto más al oeste y al norte nuestro ADN tiene tendencia a lo atlántico, aunque también tenemos genes armenios, centroeuropeos… ojo, mongoles y hasta neandertales. Esto demuestra que los españoles somos el resultado de un sabroso gazpacho que dio lugar al genuino “macho ibérico” y a la estupenda “mujer española”.

Y en 25.000 años de auriñaciense no dejaron de llegar turistas de todas partes para quedarse aquí y formar el gran embrollo prehispánico aunque muchos de ellos volvieron a sus antiguos hogares según se iba sofocando el congelador europeo. Las investigaciones genéticas concluyen en que desde el sur se repobló el norte de Europa, que los galos y los británicos fueron migraciones que partieron desde la España atlántica manteniendo desde entonces costumbres comunes como demuestra el parecido de sus construcciones con grandes piedras (megalíticas) y que los alemanes, noruegos y suecos también provenían desde el sur, desde España, Italia y los Balcanes, ya con la piel más esclarecida que allí se volvió aun más blanca, naturalmente mezclándose entre ellos y todos ellos con más oleadas de turistas del Oriente Medio y con gentes del norte de África… y a saber.

Por aquel entonces ya había artesanos bastante más expertos que aprendieron a hacer cosas muy chulas con piedras y con huesos, que pintaban no sólo animales en las cuevas sino también hombres lo cual marca el final de eso que llaman auriñaciense. En Altamira, el Levante y el sur francés se hartaron de pintar, y no eran garabatos precisamente lo que dejaban sobre las paredes y techos de sus cuevas sino auténticas obras maestras. A esa nueva época le llamaron Magdaleniense porque en Tursac (otro topónimo con “tur”), a la altura de Burdeos, existe un paraje llamado “La Madeleine” donde encontraron muchos restos de esos hombres conocidos como “Cro Magnon”, en la cueva de un cerro que así se llamaba. Pues bien, esa misma gente es la que deambulaba por aquí en mayor número cuando los hielos se derritieron allá por el 10.000 A.C., justo cuando el neolítico, que traía consigo la agricultura, asomaba por el Oriente Medio.

Amigo Sancho, tú eres el claro ejemplo de la inquietud de nuestras posaderas y, como tú con Don Alonso, aquellos individuos iban de un sitio para otro buscando qué comer, un mejor refugio y algo de aventura. El Mediterráneo fue un hervidero, un bullicio de gentes que se desplazaban de un sitio para otro, navegando o a pie, por el sur y por el norte, comerciando, guerreando y explorando, intercambiando conocimientos y mezclándose. En unos sitios progresaban más por tener mejores tierras o ser puntos clave en las rutas comerciales. En otros progresaban menos por tener una vida más dura y ser más difícil sobrevivir.

Así que quítate la idea de que por aquí eran medio tontos cuando llegaron los fenicios porque, aun sin haber ciudades imponentes como las orientales, nuestros abuelos no les iban a la zaga, incluso los superaban en algunas cuestiones. Sabemos que nuestros tatarabuelos peninsulares comerciaban con las Baleares, con Cerdeña, con Sicilia y con el norte africano siglos antes de que presuntamente llegaran los semitas cananeos a los que llaman fenicios. Dicen que su llegada fue alrededor del año mil A.C., cuestión puesta en duda últimamente pues parece ser que mantenían relaciones con la península desde mucho antes, y que de aquellas tierras orientales trajeron su cultura que se mezcló con la más humilde de nuestros abuelos. Dicen que también nos trajeron el alfabeto, tesis ésta que hoy se cuestiona con la aparición de las escrituras de Huelva y las del Danubio, aquello que ya te comenté en https://ambigudesancho.blogspot.com/2016/05/ni-iberos-ni-celtas-ni-tartessos.html), y también dicen que nos trajeron el hierro, sus dioses, el olivo, la vid y hasta las gallinas (que no es broma).

Pero echemos un vistazo a cómo eran nuestros paisajes cuando fenicios, y después griegos, vinieron y se instalaron. Bien es cierto que el agua es el elemento más esencial para sobrevivir, por tal motivo las gentes se asentaban cerca de ella, y lo es igual de esencial si hablamos de cultivar la tierra. Es de Perogrullo deducir que los agricultores se asientan cerca de los ríos, y también que sus casas las construían algo apartadas y en terreno elevado, tanto para defenderse mejor como para huir de las crecidas fluviales, algo de lo que muchos no se enteran hoy en día. Y construían sus casas en lugares altos donde poder vigilar y controlar un amplio territorio, y alrededor de ellas construyeron una muralla para defenderse de los vecinos cuando les atacaban.

Ese conjunto de casitas, o chozas, rodeadas por una muralla se llama “castro”, y al castro más grande que se encontraba en una posición con defensas naturales debidamente reforzadas los romanos lo llamaron “oppidum” (oppida en latín plural). España estaba llena de oppida. No había grandes ciudades porque los recursos agrícolas eran insuficientes y la población aun era escasa, a diferencia del Oriente Medio, pero sí había muchos oppida que guerreaban entre sí, que se conquistaban o dominaban los unos a los otros y que se mezclaban para lo bueno y para lo malo. Casi siempre nos hemos estado peleando entre nosotros.

Amigo Sancho, en tu tiempo sólo había una España, orgullosa y grande en muchos aspectos. Pero desde hace un siglo aquí se habla de dos Españas que en realidad son pírricas, estúpidas, y fratricidas, y los estudiosos de lo viejo nos hablan de que hubo dos, tres y hasta cinco Españas. Así lo hacen argumentando lo anteriormente dicho apoyado también con documentos y testimonios de quienes contaron lo que aquí sucedió antes de que los romanos cosieran los hilos de nuestro reino. Ahora bien, ten en cuenta una vez más que aquellos periodistas antiguos nunca pisaron esta tierra sino que escribieron lo que otros les contaron. Destaquemos de entre todos ellos a Rufo Festo Avieno, un poeta italiano que en el 360 AC escribió su obra “Ora Marítima” con la que narraba un supuesto viaje desde Andalucía a Marsella y una descripción desde el Algarve hasta la Bretaña francesa. Se trata de una obra en verso, de la que sólo nos ha llegado una parte. El resto lo conocemos por otras referencias.

Resumiendo, para Avieno había dos Españas a las que en el siglo XX Adolf Schulten dijo que las habitaban “íberos” la una y “celtas” la otra. Hasta Schulten nadie había hablado de íberos. Esa denominación es el resultado de la clasificación que hizo el propio Adolfo pero nunca antes llamaron así a los pueblos de nuestro reino. Los griegos llamaban “íber” a la mayoría de los ríos. Sabemos que así bautizaron al Júcar y al Tinto, entre otros, siendo el Ebro heredero de ese nombre y el más importante de por aquí para ellos, por cuestiones evidentes que tú bien conoces, querido Sancho, pues fuiste regidor de Barataria. Y solían llamar Iberia (tierra de ríos) tanto a la península como a otras tierras, por ejemplo, a lo que hoy es Georgia, allá por el Mar Negro, en la otra esquina del Mediterráneo.

Por tanto, y para entendernos, aunque los llame íberos en esta conversación, tenlo en cuenta cuando escuches o encuentres en wikipedia y en manuales de enseñanza eso de que “en España había íberos, celtas y celtíberos”, estos últimos debían ser la mezcla de los que ya venían híper mezclados, pues así nos lo enseñaron los vetustos maestros en nuestras escuelas a golpe de regla (literalmente hablando). Te recuerdo otra vez más que sobre el tema ya divagamos en su momento. Pues bien, Avieno nos cuenta que Andalucía, todo el Levante, Aragón, el Pirineo, el Rosellón francés, la Provenza italiana y la Aquitania francesa estaban habitadas por pueblos similares en lenguajes, costumbres y cultura en general, una etnia podríamos decir. Pero ¿qué es una etnia, amigo Sancho?

No nos equivocamos si decimos que es un conjunto de personas que se ven como iguales entre ellas y distintas a los demás, y que los extraños los ven como iguales entre sí y diferentes de ellos. Lo que los hace iguales no es otra cosa que una intersección de rasgos que no necesariamente se deben cumplir. Por ejemplo, el aspecto físico, la ideología, la religión, la forma de comer, de vestirse o el idioma aunque, cuidado, el idioma tampoco es “conditio sine quad non” para definir una etnia. Sirva de ejemplo que no todos los judíos hablan hebreo, ni todos los galeses hablan el galés. En consecuencia digamos que esos pueblos tenían una intersección de características que seguramente eran la herencia de aquellos pueblos que penetraron en la península durante el auriñaciense. Ahora bien, la idea de que un pueblo permanece inmutable en lengua y costumbres es una idea absolutamente infantil.

 


Admitiendo el hecho de llamarlos íberos deducimos un par de cuestiones. En primer lugar se refuerza la teoría de que los actuales andaluces, murcianos, valencianos, aragoneses, catalanes, navarros, aquitanos y provenzales somos hijos de una misma cultura peninsular, sin olvidar que estos pueblos se dividieron, se diseminaron, se volvieron a unir, se movieron, se volvieron a mover, se mezclaron, comerciaron entre ellos y con otros pueblos, guerrearon y evolucionaron cada uno a su manera en distintos momentos. Y sus lenguas prerromanas, probablemente provenientes de una misma raíz, hicieron lo mismo. Volvemos a la sílaba “ur” o “tur”, y ponemos otro ejemplo con el prefijo “ili” que significaría probablemente ciudad, como mi Iliberis (Granada), o la Iliberris de Gerona, o Iliturgi (cerca de Andújar), Ilici (Elche), Ilierda (Lérida), Iliorci (Lorca), Ilipa (junto Alcalá del Río), Iliurcis (en La Rioja), etc.

Por otro lado Avieno y el resto de autores que coinciden más o menos con nuestro amigo, como Estrabón, Herodoto o Plinio, nos hablan de otros pueblos al oeste y al norte peninsular. Nos dicen que eran pueblos ganaderos, más sufridos, con una vida más dura y difícil que la de los pueblos íberos. Y es que los turistas europeos que volvían a la península, allá por el 3000 A.C. que ya utilizaban metales, se querrían instalar en nuestras mejores tierras para el cultivo y seguramente encontrarían una feroz resistencia de los íberos machotes que ya las ocupaban, por lo que se tuvieron que conformar con criar cabras y ovejas en las duras montañas y en la meseta donde había más secano y las tierras eran más pedregosas y difíciles de roturar pero con mucho pasto. Tenemos noticias de que la trashumancia ya era algo habitual por aquellos entonces.

Esos pueblos a los que han catalogado como “celtas” provienen genéticamente de lo que hoy es el norte turco. Algunos los identifican con los abuelos de los hititas (en Turquía). Se extendieron hacia el este (la India) y hacia el Oeste (Europa). Por tal motivo se les llama indoeuropeos y sus idiomas son la raíz de la mayoría de los idiomas de Europa, los derivados del latín, los del griego, los eslavos, los germanos o los nórdicos, más no así de los idiomas que hablaban nuestros abuelos íberos.

Y en eso llegó Roma. Amigo Sancho, no te voy a contar el episodio de los cartagineses, que también eran fenicios o púnicos, ni de sus guerras con los romanos a pesar de ser el gran episodio que todo lo transformó, porque una vez descrita, más bien menos que más, cómo era la tierra sobre la que se plantó el árbol de España pretendo detenerme en una de sus principales ramas. Perdona el fustigamiento precedente pero creí necesaria la explicación para tener una mejor comprensión de lo que viene ahora. Querido Sancho, imagina que nos situamos en el norte español de la época. Tenemos lo siguiente:

 

1.- Pueblos esencialmente íberos en el Pirineo: Vascones (en Navarra y Huesca) y aquitanos (en la Gascuña francesa). Se cree que la capital de ambos pueblos inicialmente fue Jaca (de ahí el probable gentilicio “jaquitanos”), por lo que muchos estudiosos consideran que fueron el mismo pueblo. Hoy llaman “País Vasco francés” a la Aquitania. Sin embargo los vascones no fueron los habitantes iniciales de las Vascongadas. Controlaban el Pirineo, aunque su tendencia fue la expansión por el valle alto del Ebro y por la llanura gascona.

2.- Pueblos íberos con influencia celta: A través del paso natural de Irún entraron numerosos pueblos indoeuropeos y, aunque se establecieron principalmente por Galicia, Portugal y la Meseta dejaron sus particularidades a los pueblos íberos que vivían alrededor de la cordillera Cantábrica. Várdulos, Caristios y Autrigones ocupaban lo que hoy es mayormente el País Vasco pero no su delimitación geográfica exacta puesto que los cántabros en algunos momentos llegaron hasta el mismo Bilbao.

No podemos definir unas fronteras estables ya que estos pueblos guerreaban continuamente entre sí ampliando o disminuyendo sus territorios. En otros momentos todos ellos fueron considerados como cántabros, así los llamaba Julio César, y todos ellos participaron de alguna manera en las guerras cántabras, cuando Roma terminó de conquistar la península a la que ya llamaron España, o Hispania que es lo mismo. Y fueron los astures y los cántabros los que más resistencia ofrecieron, y es que la triada de várdulos, caristios y autrigones fueron rápidamente derrotados por los ejércitos romanos.

Efectivamente, amigo Sancho, los pueblos que habitaron lo que hoy llaman País Vasco fueron derrotados y literalmente exterminados por los ejércitos romanos, degollados sus habitantes en edad militar o cortadas ambas manos y deportaron hacia los valles interiores a los ancianos, mujeres y niños para ser controlados y que no volvieran a crear focos de resistencia en las montañas. Por otra parte, a los vascones y a los aquitanos (navarros y gascones actuales), que no opusieron resistencia a Roma los dejaron tranquilos en sus caseríos y en sus oppida sin hacerles demasiado caso y, como colaboracionistas que fueron con lo romano, más tarde repoblaron bajo órdenes o consentimiento de Roma, los territorios de los exterminados várdulos, caristios y autrigones, a los que llamaron tierras “vasconizadas” o Vascongadas.

Mientras tanto cántabros y astures seguían resistiendo e hicieron pagar a Roma un alto precio. Los soldados romanos desertaban. No querían volver a esas montañas donde aquellos locos los mataban arrojándoles piedras y morían en la cruz cantando himnos de victoria. Finalmente Augusto mandó a su mejor general, Agripa, quien terminó con la resistencia de aquellos fieros íberos borrando del mapa todo vestigio de su cultura y de sus idiomas o lenguas astures y cántabras, lenguas seguramente provenientes de la misma raíz que hablaron nuestros abuelos prehistóricos y que convivieron con el latín durante siglos disolviéndose y terminando por desaparecer aunque nos han dejado su herencia en numerosas palabras y topónimos.

Lenguas, no una sino varias, que sí pervivieron entre los vascones, los aquitanos y ahora los vascongados, precisamente por no ser incordios de Roma, por colaborar y vivir tranquilos en sus poblados mientras que los astures y los cántabros las perdieron del todo por haber sido exterminados. Justo lo contrario de lo que argumentan los nacionalistas vascos que presumen de ser inconquistables, de ser el único pueblo de España que permanece inmutable desde el inicio de los tiempos, y no exagero amigo Sancho, desde el mismísimo Génesis bíblico, capítulo 10. Aunque hoy lo esconden, por ser objeto cuanto menos de una sonrisa, desde hace siglos contaban la siguiente historia. Respira mi buen Sancho que, si tú no la oíste, en tu tiempo deambulaba por nuestro reino semejante bola difícil de tragar hoy en día.

Noé tuvo tres hijos: Sem, Cam y Jafat, o Jafet. Jafet tuvo un hijo al que llamó Túbal y este señor pobló Iberia, él con su hijo Aitor. Eso nos dice Flavio Josefo (“historiador” judeo-romano del siglo I) en su obra “Antigüedades judías”. Pero a la Iberia que se refería, seguramente era a la Georgia del Mar Negro, no a la nuestra, querido Sancho. Y fue el bueno de Isidoro de Sevilla en el siglo VII el que recogió lo que dijo el tal Josefo refiriéndolo a nuestra península. En resumen, el mito vasco dice que todos los españoles éramos hijos de Túbal, pero nos mezclamos con romanos y después con árabes y con judíos mientras que ellos conservan la esencia y el verdadero idioma de los íberos, el idioma de Noé, el del paraíso e incluso el de los ángeles y el de Dios mismo, han llegado a decir, idioma que ha permanecido inmutable desde tiempos del Diluvio Universal.

Creo que no hacen falta más comentarios. Lo de los fueros de las tres provincias vascongadas y los derechos por “tener todos los vascos el título de hidalgo” y por ello estar exentos de pagar impuestos lo dejamos para otro momento. Termino repitiéndote una vez más que es un grave error enjuiciar el hoy con criterios del ayer y más agudo es aun el error de enjuiciar el ayer con criterios del hoy; ese es el despiste más común a la hora de interpretar la Historia, y también el veneno con el que nos tratan de embucharla. Y cuanto más viejos son los trastos históricos más difícil es probar que fueron tal y como nos los cuentan, y con cada nuevo descubrimiento cambian tanto como la noche cambia a la mañana. La Historia resulta menos definitiva cuanto más viejas son las cosas que se estudian y nos debemos contentar simplemente con dar por válido aquello que nos parece más plausible en la mayoría de las ocasiones pero, cuidado con los mitos, querido Sancho, al igual que la Historia puede ser fuente de sabiduría, los mitos son, con toda seguridad, fuente de ignorancia.