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lunes, 24 de abril de 2023

EL TUNAR: HONOR Y DIGNIDAD


 

EL TUNAR: HONOR Y DIGNIDAD.

 

Amigo Sancho, hoy te hablaré de una honorable institución que agoniza en nuestro reino a la cual yo pertenecí y pertenezco en calidad de hermano mayor en estado de reserva, al igual que pertenecen todos los que un día fueron caballeros de tan excelsa y distinguida Hermandad. No voy a entrar en las causas de dicha agonía pues sólo con mirar de soslayo a la sociedad de mi época se explica fácilmente tal circunstancia. Pero sí voy a contarte algo sobre la tradición de aquellos estudiantes que D. Alonso y tú pudisteis observar y a los que D. Miguel refirió en más de uno de sus escritos. Comienzo sin más.

 

A principios del siglo XVII, en su entremés “¿Quién hallara mujer fuerte?” nos dijo Calderón de la Barca:            

               Si verdad le cuento

aunque siempre vengo y voy,

no sé de dónde voy ni vengo,

que es lo que en frase escolar

se llama “tunar”.

 

Pero esto, querido Sancho, se hunde en tiempos mucho más antiguos incluso que los tuyos. Observa:


“Titulo XXXI. De los estudios en que se aprenden los saberes et de los maestros et de los escolares.

Ley seys como los maestros et los escolares pueden fazer ayuntamiento et hermandad entre si et escoger uno que los castigue.

Ayuntamiento et cofradias de muchos onbres defendieron los sabios antigos que no se fiziesen en las villas nin en los reynos porque dello se leuanta mas mal que bien pero tenemos por derecho que los maestros et los escolares puedan esto fazer en estudio general porque ellos se ayuntan con entençion de fazer bien et son estraños et de logares departidos onde conuiene que se ayunten todos a derecho quando les fuere menester en las cosas que fueren a pro de sus estudios et a anparança de si mismos et de lo suyo. Otrosi pueden establesçer de si mismos un mayoral sobre todos que llaman leedor del estudio al qual obedescan en las cosas conuenibles et guisadas et derechas et el lector deue castigar et apremiar a los escolares que no leuanten vandos nin peleas con los onbres de los logares do fueren los escolares nin entresi mismos e que se guarden en todas guisas que no fagan desonrra nin tuerto ninguno et defender les que no anden de noche. Mas que finquen sosegados en sus posadas et que punen de estudiar et de aprender et de fazer vida onesta et buena: ca los estudios para esto fueron establesçidos et no para andar de noche nin de dia armados trabajándose de pelear et de fazer otra locura o maldades et daño de si et estoruo de los logares et si contra esto fiziesen estonçes el nuestro iuez los deue castigar et de endereçar que se quiten de mal et fagan bien.” (Partidas, Alfonso X).

 

Su majestad, Alfonso X, dio los primeros Fueros Universitarios en el año 1254. Esta forma de legislar para los estudiantes y sobre los estudiantes, única en el mundo, se extendió durante siglos a todas las universidades españolas y estuvo vigente hasta finales del siglo XVIII. Los Fueros Universitarios concedían a los estudiantes privilegios para practicar la mendicidad y escudillar ollas ajenas en los largos caminos de ida y vuelta, desde la universidad a sus lugares de origen, permitiéndoles además cantar y formar algazaras por calles y caminos, algo que generalmente solían prohibir alcaldes, gobernadores y demás autoridades…

 

Algunos textos del siglo XVI nos hablan de varios tipos de estudiantes:

 

Por un lado “los colegiales”, como aquella casta privilegiada por tener abrigo, casa y comida durante sus estudios y un porvenir más o menos asegurado.

 

Por otro lado estaban “los sopistas también llamados capigorrones”: que no eran otros que aquellos estudiantes que andaban de capa y gorra para sobrevivir o poder hacer vida algo más ociosa y “desta suerte entremeterse a comer sin hacer gasto”. A mano siempre llevaban su propia cuchara y su tenedor, prestos para abordar mesas ajenas. Y sopistas eran llamados especialmente cuando sin otro recurso acudían a la sopa boba que por caridad repartían los conventos.

 

A estos estudiantes humildes la necesidad y el hambre les obligaban a agudizar el ingenio. Era necesario desplegar todos los recursos de la imaginación, todas las astucias que la inspiración pudiera invocar. Había que poner en práctica toda la picaresca y toda la truhanería que de unos a otros se heredaban y, sin lugar a dudas, lo que más resultado dio fue amenizar a las gentes con músicas y coplas, músicas que no sólo daban sustento y consuelo a la andorga, sino que también algún que otro favorcillo y entendimientos con mozas debieron otorgar.

 

Y en los largos viajes a pie entre la universidad y sus hogares, viajes que duraban días o semanas, incluso meses para aquellos que, simplemente, no tenían morada a la que regresar, sopistas y capigorrones, muchos de ellos formando pandilla por aquello de ayudarse mutuamente en la adversidad,  corrían los caminos yendo de villa en villa a ganarse el chusco.

 

Unos cantaban o recitaban poesías en las calles o en la salida de las misas, otros hacían juegos de naipes, de dados y adivinaciones, otros tocaban la vihuela, la cítara, el laúd, alcanzando así algún bastimento de los aldeanos por una sesión de músicas y coplas y otras amenidades del más variado gusto.

 

A aquello lo llamaron “tunar” o “correr la tuna”. Y todos los de la villa los reconocían por llevar la indumentaria reglamentaria, o hábito escolar, comenzando a llamarlos desde entonces “tunantes” o simplemente “tunos”, los que corrían la tuna, “los de la tuna”. Bien es cierto, querido Sancho, que existen varias teorías sobre la procedencia del nombre mas debemos convenir en que nada cierto hay sobre el vocablo.

 

Unos dicen que el rey de los mendigos franceses, un gitano tunecino al que apodaban “Roi de Thunes” dio el nombre de “Tune” a los hospicios de los mendigos, hospicios donde solicitaban albergue los antiguos estudiantes. Cuanto menos perpleja e irrisoria afirmación. Otros dicen que procede del latín: “tonus, tonare” y de ahí tunar. Y otros afirman que estamos relacionados con el atún, pez que no tiene patria ni domicilio constante, y que al igual que tan provechoso animal marino, somos atunes de tierra, sin patria fija, sin domicilio constante conocido. Pienso que atún será quien afirma tal cuestión, querido Sancho.

 

Con la derogación de los Fueros Universitarios desaparecieron aquellos privilegios para cantar y mendigar por las calles, y con la aparición del ferrocarril en el siglo XIX, los estudiantes de la época comenzaron a abandonar la costumbre de correr la tuna. No obstante, aquella escuela musical y de vida, repleta de ingenio y de menesteres propios de la singularidad estudiantil española no llegó a desaparecer del todo. Tampoco los lugareños, ni la población en general, olvidaron la alegría y el colorido proporcionados por la estudiantina universitaria y continuaban expectantes para recibirlos en sus villas, especialmente algunas mozas.

 

Sin embargo nuestros antecesores de ese siglo decimonónico decidieron continuar la tradición, ahora respaldados por las propias universidades sabedoras de la importante merma que produjo la desaparición de los fueros universitarios con aquella obsesión de acabar con todo lo que se relacionara con el "Antiguo Régimen". Así cada universidad creaba, amparaba y fomentaba su tuna, después cada facultad hizo lo propio, definiéndose la Tuna como:

 

“Aquel yuntamiento que es fecho d´escolares trovadores por haber mantenencias, andar las tierras e servir a las dueñas dellas con cortesía. Ansímesmo, es escuela de vida, palestra de ingenios, urdidora de ensueños, crisol de amigos nuevos e probanza de los antiguos, fontana de alegrías e honra de las Españas”.

 

No sé quién concretó esta definición pero hay que reconocer, querido Sancho, que es la más aproximada a la realidad. Y siendo magnánimos dejemos de un lado la definición de “tunar” que propone la Real Academia Española de la Lengua aunque, conociendo a algunos de sus académicos, en absoluto resulta de extrañar. Seguro que ninguno de tan ilustres personajes ejerció magistratura alguna en tan venerable institución. Pobres individuos, individuas e individues que, en su día, también fueron estudiantes, estudiantas o lo que fueran, junto a tanto ignorante titulado y no titulado que aposenta su tafanario en los sillones de nuestras corporaciones universitarias y políticas.

 

Decirte por último, amigo Sancho, que las universidades siempre hicieron gala de sus tunas: caballeros universitarios que representaban a su Facultad o a su Universidad, pero también tunos que mantenían vivo ese espíritu ancestral y que seguían, a su modo, corriendo la tuna para su sustento, para conseguir mejor mantenencia o para obtener favor en cualquier ámbito de la vida, con su música, con su ingenio y con su saber estar ante todo tipo de personalidades y situaciones. Doy fe que mi tuna, la TUNA DEL DISTRITO UNIVERSITARIO DE GRANADA siempre fue fiel ejemplo de ello.