Antes de la Segunda República española hubo una Primera. Esta era la bandera oficial republicana.
De colores se visten los campos en la primavera y de colores rojo y amarillo se viste nuestra bandera, amigo Sancho, aunque en tus tiempos no ondeara estandarte tan vapuleado por cambiar algo del rojo por el morado, así han hecho con el color del partido de la coleta, así hicieron en el segundo intento los del bando republicano. Pero dejemos de jugar con las rimas, y hagámoslo mejor con esa hogaza que asoma en tu alforja. Bien sabes que no me agrada hablar de política pero sí me fascina hacerlo de
Historia a pesar de que muchas veces la Historia se encuentra repleta de
sucesos políticos, de carácter noble los menos y de carácter sibilino,
maquiavélico o esperpéntico los que más, especialmente esto último, lo
esperpéntico, suele ser lo que más abunda en la historia de nuestro país. Y bien sabes también que lo
bueno de hablar de sucesos alejados en el tiempo es el notable grado de
libertad para hacerlo sin herir demasiadas sensibilidades, cosa que suele amplificarse
al hablar de cuestiones más recientes.
Cuando repaso la historia de los
últimos doscientos años no me queda más remedio que llamar cariñosamente
“manicomio” al resultado del devenir político que aconteció sobre este suelo
que pisamos, al que muchos seguimos llamando España desde hace ya más de dos
mil años y al que otros muchos hoy no saben cómo llamarlo, o les molesta
hacerlo de ese modo, y se refieren a nuestro suelo como Estado, Iberia, Al
Ándalus, etc., evitando de ese modo pronunciar ese nombre que les produce urticaria con el que lo
bautizaron los fenicios cartagineses.
El próximo once de febrero se cumple el aniversario de la
proclamación de la Primera República Española, allá por el año de 1.873. Pues sí,
a pesar de que parece que nada sucedió con anterioridad en nuestras tierras
antes de la Segunda República hubo una Primera, aunque sólo sea por respetar la
estricta sucesión ordinal, justo 58 años antes, algún tiempo menos del
transcurrido desde la proclamación de esa Segunda República hasta nuestros días,
casi 84 años ya de ello. Una Primera República que vino a “ordenar” nuestro
sistema político tras un largo período de inestabilidad y turbulencias que
arrancara desde principios del siglo XIX con el derrumbamiento del gran edificio
español, la pérdida de todos los territorios continentales americanos,
numerosas guerras incluidas las de la independencia con los franceses, las de
las independencias americanas, dos guerras civiles de sucesión al trono
llamadas Carlistas pero que realmente fueron campos de batalla por tensiones entre liberales y
conservadores, caídas de efímeros gobiernos y un largo etcétera de acontecimientos
que sólo generan estupor y perplejidad a quien se asoma a repasarlos, aunque
mayor estupor y perplejidad produce en sí mismo ese esperpento republicano de
nuestra historia.
Situémonos en 1868, cuando la crisis económica de la
industria textil catalana resentida por la falta de materia prima,
especialmente como consecuencia de la paralización de las importaciones de
algodón debido a la Guerra de Secesión de los USA, y el descontento con el
proceder de la reina Isabel II 1y de su primer ministro Narváez trajo consigo un
levantamiento dirigido por el general Prim, y al poco por el general Serrano,
conocido como la Revolución de 1868, o “la Gloriosa”, por el que se destituye
a Isabel II y comienza un período al que los historiadores llaman “el sexenio
democrático”. En estos seis años las Cortes nombraron regente al general
Serrano mientras se buscaba un rey apropiado en los mercados europeos.
Buscaron, buscaron y encontraron. De las rebajas italianas trajeron a Amadeo de
Saboya (Amadeo I) quien después de reinar durante dos años se fue, sí, se fue
sin más, sin decir una palabra se fue de España. Un día se levantó de la cama y
desapareció abdicando de la corona y del desatino español tras el estallido de
la tercera Guerra Carlista en 1.872. Con el trono vacante, y en plena guerra,
el 11 de febrero de 1.873 se proclama la Primera República española, y si los
acontecimientos anteriores fueron la “repera” aquello ya fue la “marimorena”.
Aprovecho para indicar que la expresión “se armó la
marimorena” se debe a un acontecimiento sucedido en una famosa taberna
madrileña del siglo XVI regentada por una tal María Morena en la que se produjo
una trifulca descomunal entre soldados que desfogaban allí sus instintos y
clientes habituales donde la tal María que, al parecer era una mujer de armas
tomar, dio más golpes que todos los soldados y clientes juntos. Aquello fue tan
sonado que después de varios siglos aún lo solemos mencionar como frase hecha,
además de cantarlo en el famoso villancico. Hecho este inciso volvemos a la
“marimorena” de la Primera República española. Así relata mi muy admirado
Benito Pérez Galdós, periodista y escritor de la época, lo que sucedía en
aquellas Cortes esperpénticas:
“Las sesiones de las Constituyentes me atraían, y las
más de las tardes las pasaba en la tribuna de la prensa, entretenido con el
espectáculo de indescriptible confusión que daban los padres de la Patria. El
individualismo sin freno, el flujo y reflujo de opiniones, desde las más
sesudas a las más extravagantes, y la funesta espontaneidad de tantos oradores,
enloquecían al espectador e imposibilitaban las funciones históricas. Días y
noches transcurrieron sin que las Cortes dilucidaran en qué forma se había de
nombrar Ministerio: si los ministros debían ser elegidos separadamente por el
voto de cada diputado, o si era más conveniente autorizar a Figueras o a Pi
para presentar la lista del nuevo Gobierno. Acordados y desechados fueron todos
los sistemas. Era un juego pueril, que causaría risa si no nos moviese a
grandísima pena”.
Y aquel potaje de mentes pensantes redactó un proyecto
de Constitución que declaraba la existencia de diecisiete Estados. Por suerte
no llegó a promulgarse y la “nonata” como le llamaron decía en su artículo
primero:
“Componen la Nación Española los Estados de Andalucía
Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla la Nueva,
Castilla la Vieja, Cataluña, Cuba, Extremadura, Galicia, Murcia, Navarra,
Puerto Rico, Valencia, Regiones Vascongadas. Los Estados podrán conservar las
actuales provincias o modificarlas, según sus necesidades territoriales”.
Al poco se declaran repúblicas independientes, entre
otras, Valencia, Málaga, Alcoy, Bailén, Cádiz, Sevilla, Torrevieja, Tarifa,
Almansa, Andújar, Cartagena, Cataluña, Granada, Motril, Salamanca, Jumilla o
Camuñas. Otros pretendían resucitar la corona de Aragón, otros la independencia
de Galicia, Granada declara oficialmente la guerra a Jaén, Cartagena bombardeó
el puerto de Alicante el 12 de julio de 1.873 con la fragata Vitoria y poco
después se anexiona Torrevieja arrebatándosela a Alicante, aunque Torrevieja ya
era una república independiente, mientras Jumilla declara la guerra a Murcia en
estos términos:
“La nación jumillana desea vivir en paz con todas las naciones
vecinas y, sobre todo, con la nación murciana, su vecina; pero si hoyara su
territorio, Jumilla se defenderá, como los héroes del Dos de Mayo, y triunfará
en la demanda, resuelta completamente a llegar, en sus justísimos desquites,
hasta Murcia, y a no dejar en Murcia piedra sobre piedra.”
Por suerte aquello duró muy poco. Se parece a nuestra España actual ¿verdad? Aunque aun
no hemos llegado a ese nivel todo indica que seguimos un camino parecido si no
ponemos pronto remedio. Y aquí traigo a colación ese dicho de que “el pueblo que
no conoce su historia está condenado a repetirla”. Recordar de vez en cuando lo sucedido en la Primera República, en mi modesta opinión, sería algo beneficioso.
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