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martes, 17 de noviembre de 2015

¿POR QUÉ NOS ODIAN?



¿Por qué nos odian?


Amigo Sancho, Esa misma pregunta  ya se la hizo un tal Herodoto allá por el siglo V A.C., mucho antes de que se hablase de cristianismo, antes de que los judíos fuesen estrictamente monoteístas y, por supuesto, mucho antes de que naciera el gran profeta Mahoma. Entonces me pregunto, amigo Sancho, si esa cuestión ya se la planteó un eminente sabio de aquella época tan lejana ¿no sería prudente, en aras a la razón, buscar las raíces de ese odio con anterioridad a la existencia de las tres grandes religiones monoteístas actuales? además de convenir en que éstas no son sino argumentos o instrumentos que han servido para avivar esa animadversión prexistente y esa sed de sangre. ¿Por qué a los pueblos de Oriente y Occidente les resulta tan difícil vivir en paz? se preguntaba el bueno de Herodoto mientras concluía diciendo que las diferencias generaron la sospecha, la sospecha engendró la guerra y la guerra reafirmó el odio. Veamos si atinamos a ver dónde arrancan esas diferencias que enfrentan a esos dos mundos que llamamos Oriente y Occidente. Para ello nos asomaremos a tiempos bastante pretéritos.


Para no ir tan lejos, empecemos por el gran Imperio Persa, el cual dominó lo que hoy llamamos Oriente Próximo desde el siglo VI AC hasta principios del siglo VII de nuestra era, justo hasta que los árabes de Mahoma lo conquistaran de un solo golpe. Doce siglos (en números redondos) donde los cambios generales que se producían en aquella sociedad se limitaban principalmente a la existencia de una mayor o menor estabilidad política y de una mayor o menor amplitud de fronteras. Sin embargo en lo estrictamente sociológico el imperio persa se reafirmó como un sólido hormigonado de prejuicios sociales, morales y religiosos. Los persas poco innovaron sobre dichas cuestiones, se limitaron a respetar las creencias prexistentes aunque promovieron el mazdeísmo, religión monoteísta de Zoroastro con un único dios de luz, amor y justicia, Ahura Mazda.


Y aquellas antiguas creencias y formas de vida de la muchedumbre, de lo que hoy llamamos “el pueblo”, se sintetizaban en una profunda religiosidad repleta de dioses furiosos, tiranos y misteriosos, de multitud de demonios que hostigaban las conciencias, de espíritus malignos que acechaban por las noches los hogares, una estructura de pensamientos en los que la vida del hombre poco o ningún valor tenía pues era un simple servidor de aquellos dioses. Así el individuo era una simple hormiga que fácilmente podía ser aplastada por la ira o el capricho de una divinidad, cuya palabra ningún valor poseía, seres los humanos, en definitiva, que nada tenían que decir en este mundo, formando de esa manera un esqueleto social de conciencias asustadas y conformistas, de costumbres inmovilistas heredadas de aquellos a quienes los persas vencieron y sustituyeron en el poder, una masa obediente y fácilmente manejable desde la divinidad a través de sus mensajeros e intérpretes en las personas de los reyes y de los sacerdotes dentro de unas  superestructuras rancias y conservadoras celosas vigilantes de aniquilar cualquier idea sospechosa que se enfrentara al orden establecido.


Así continuaron gobernando a unos pueblos regidos por las tradiciones milenarias del antiguo Iraq o Mesopotamia, reinos en los que siempre se había dado por sentado que un monarca debía mandar y conquistar por la fuerza, un campo fértil para sistemas dictatoriales, donde el poder se concentraba en un jefe y la sociedad se limitaba a acatar sus órdenes. Pero los persas deseaban más, lo llevaban grabado en su ADN. Tan convencidos llegaron a estar de su supremacía moral, política y militar que, por momentos, su afán expansionista respondió principalmente a la prerrogativa de ser dueños del mundo. El mundo debía ser persa ¡Qué buena fortuna para las pequeñas naciones haber terminado como esclavas del rey persa!... y todo aquello, aquella argamasa de ideas dictatoriales, sanguinolentas y de prejuicios de la antigüedad, aquella sociedad monolítica conservada por los persas fue traspasada a sus herederos, los árabes de Mahoma, el islam que sustituyó al imperio persa y que se extendió a golpe de espada por las posesiones más frágiles de un extenuado imperio romano oriental, es decir, por el norte de África y gran parte de Anatolia.


A lo ya añadido, querido Sancho, con los cambios que supone el sustituir numerosas religiones y ritos por una sola religión a punta de espada, digamos que la fe islámica persigue fundamentalmente construir una sociedad musulmana universal, para lo cual es de obligado cumplimiento defender y propagar el islam por todo el mundo, continuando con la idea expansiva de sus predecesores los persas, y todos los musulmanes por mandato divino deben participar del esfuerzo de universalización de su fe. Ese esfuerzo se llama yihad y no necesariamente se refiere a usar la violencia. Pero como bien sabes, aunque muchos no compartan el uso de la violencia, en su fuero interno ven con cierta simpatía tal circunstancia por ser un objetivo común entre los violentos y los no violentos, e imitando tu locuacidad al caso viene el refrán que nos dice que “unos mueven el árbol y otros recogen las nueces”.


Ahora bien, en justicia hay que decir que no todos los musulmanes responden a tal arquetipo, cuestión esta que trae locos a los servicios secretos de muchos países en las últimas décadas. Te lo digo, amigo Sancho, porque en nuestros tiempos tendentes a simplificar hasta lo más simple yihad suele entenderse como guerra santa, y guerra es sinónimo de uso de la fuerza, pero reitero que su sentido es mucho más amplio. El uso de la fuerza es sólo una de las posibles vertientes de la yihad. Y esto no lo inventaron los musulmanes. También los judíos y los cristianos, herederos de las religiones y costumbres mesopotámicas, lo tienen como mandato divino en sus Escrituras Sagradas, en concreto te invito a que repases el Levítico 26, 7 y 8:


“Perseguiréis a vuestros enemigos, que caerán ante vosotros a filo de espada. Cinco de vosotros perseguirán a ciento, y ciento de vosotros perseguirán a diez mil; vuestros enemigos caerán ante vosotros a filo de espada.”


Bien, por tanto, amigo Sancho, debemos convenir en que Oriente está formado por unos modelos sociales cuyos principales condimentos son la represión política, militar y religiosa, la nula participación activa en lo social del individuo en tanto se somete voluntariamente y en conciencia al líder y a su Dios, y todo ello con independencia de los cambios de reyes, emperadores, guías religiosos y religiones mismas a través de milenios, pues dichos rasgos han permanecido con abrumadora solidez desde las culturas mesopotámicas, pasando por el imperio persa o el antiguo Egipto hasta llegar a los actuales Islam y a las últimas tendencias socialistas y nazis, como es el caso de los partidos Baath en Iraq o en Siria.


Sociedades que nunca construyeron grandes Estados a partir de la voluntad y las ideas de una gran mayoría de individuos, unidades sociales que no fueron creadas desde los cimientos propios del pueblo, sino desde la dirección y la represión, bien sea desde el poder militar, bien sea desde el poder religioso, aunque más bien diría yo que de ambos. Y la ausencia de grandes Estados desde la caída del imperio persa, salvo los primeros califatos, trajo consigo la disgregación, la diseminación, las taifas (como sucediera en épocas pasadas de la España conquistada), los enfrentamientos tribales.


Date cuenta, amigo Sancho, que en el siglo XIX y gran parte del XX todas estas sociedades mostraban un alto componente de articulación a través de familias, tribus y pequeñas congregaciones que se enfrentaban los unos contra los otros por cualquier motivo, donde el señor de cada familia dicta lo que cree conveniente y todos le siguen de forma ciega. Muchos señores, demasiados, príncipes, reyes, jeques, emires, ayatollah, sultanes, señores de la guerra, que imponen su parecer sobre grupos étnicos con marcadas diferencias y conciencias sociales e individuales, cuanto menos, con un fuerte y notable carácter medieval. Y en eso llegaron los occidentales, la otra parte del conflicto.


Respira y sazona tus viandas, amigo Sancho, porque volvemos atrás en el tiempo para ver cómo nace occidente. Viajemos a las escarpadas islas de los mares Egeo y Jónico, al Peloponeso y a la Macedonia. Tierras agrestes, aisladas, tierras de pueblos marineros que salieron del neolítico algunos milenios después de que lo hicieran los mesopotámicos. Algunos miles de años son muchos años. Y estas sociedades aisladas de las grandes urbes donde se condensaba el conocimiento, la religión y los señores poderosos poco bebieron de sus mitos, de sus tradiciones y de su forma de ser.


Frente a la concentración de grandes masas de población dirigidas con férrea mano la diseminación en aldeas y pequeñas urbes con alto nivel de aislamiento; frente a la concentración del poder político de casi un continente en manos de un único rey la diseminación en innumerables ciudades estado con regímenes distintos e independientes; frente a dioses omnipotentes que regían la vida del individuo dioses que, a pesar de ser súper poderosos, perdían batallas contra enemigos tan poderosos o más que ellos, dioses que también guerreaban entre sí cayendo heridos e incluso muertos, dioses que comenzaron a existir después de otros seres, los gigantes, y que, por tanto, no crearon el mundo, dioses temibles pero odiados, para quienes los humanos eran juguetes a su capricho, dioses no respetados por no existir castas sacerdotales ni poderes políticos que asumieran su imposición; y principalmente frente al sentimiento de opresión desde el nacimiento del individuo, la libertad de elegir su propio destino, de buscar explicaciones racionales al mundo lejos de contestar a cada pregunta con el “así lo quieren los dioses”, la libertad de construir sociedades distintas a las ya existentes en la zona civilizada oriental y, sobre todo, el sentido práctico de la vida por meras cuestiones de supervivencia, pues en nada se parecían los fértiles terrenos mesopotámicos y del Nilo a las escarpadas islas griegas.



Y los persas toparon con aquellos individuos en las famosas batallas de Maratón, Salamina y las Termópilas. E inesperadamente aquellos griegos sometieron al más esperpéntico de los ridículos al todopoderoso ejército oriental pavoneándose por ello y ridiculizando a los persas en la más mínima ocasión que encontraban. Y al poco el gran Alejandro se internó y sometió al imperio persa a la mayor humillación padecida hasta entonces. Los persas, de repente, se veían invadidos por aquellos occidentales pueblerinos que se reían de sus dioses ¡Qué desgracia para el gran imperio, para su forma de vida!


Mientras tanto la Magna Grecia (Sicilia y el sur de Italia) se llenaba de florecientes ciudades donde el aislamiento religioso se pronunciaba más aun, ciudades que empezaron a comerciar con otra pequeña algo más al norte llamada Roma. Y Roma asimiló la sabiduría helena y la añadió a su ruda, clara, sencilla y pragmática forma de hacer las cosas y de ver el mundo. Un mundo lleno de superstición y de dioses paganos, miles de dioses que provocaban la falta de respeto de las gentes al hecho religioso, incluso la comicidad, pues la diseminación de creencias y de ritos hacían parecer que sus verdades no lo fuesen tanto y, por consiguiente, hablamos de dioses bastante aislados de las tareas cotidianas y comunes del normal de los ciudadanos. Así los primeros romanos concluyeron en separar las leyes divinas de las leyes humanas. El mundo de los dioses del mundo terrenal, lo material de lo espiritual, la Religión del Derecho. El gran hito de Occidente.


Atento, amigo Sancho, porque ahora viene lo importante de este sermón que te estoy infligiendo. Posteriormente el cristianismo se fundió fácilmente con lo romano por dos motivos esenciales. El primero por ser una religión que, en sus fundamentos teóricos (no me lo confundas con el desarrollo práctico) no persigue conformar régimen político o religioso alguno ni tampoco someter a las personas a algo parecido sino separar el poder espiritual del material (“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”) para que el hecho religioso germine desde el interior del individuo a la sociedad y no al contrario. El segundo motivo radica en que el cristianismo, a pesar de la resistencia institucional de la Iglesia Romana, promueve la libertad del individuo incluso frente al mismísimo Dios, por ser Éste, el Dios de Jesús, quien así lo desea según sus prescripciones que no son otras en su esencia que todos los mandamientos de Dios, es decir, toda la doctrina cristiana, se resumen en dos. Lo demás son artificios, desarrollo intelectual, parábolas explicativas, ornamentación al fin y al cabo por distintas personas en distintas épocas, resultado lógico de estas mentes complicadas e imperfectas que tenemos.


Y la libertad del individuo se manifestó tras la opresión eclesiástica medieval en forma de lo que llamamos “Humanismo” allá por la época del Renacimiento en la que tú deambulabas junto a tu señor por estas tierras de España. Y ese Humanismo cristiano se convirtió después en el Humanismo racional con la proliferación de las universidades (instituciones creadas por la propia Iglesia). Y el Humanismo racional dio lugar al Siglo de las Luces donde numerosos pensadores forjados en las propias universidades buscaban una sociedad más libre alejada de los poderes políticos y religiosos tradicionales. Así nació el liberalismo que acabó con el Antiguo Régimen.


Y después vino la Revolución Industrial, como consecuencia del nuevo sistema político y del avance cultural universitario que, por primera vez en la historia, alimentó a miles de mentes capaces de producir miles de nuevos inventos y de nuevas tecnologías. Y las convulsiones y desajustes del parto de esa nueva sociedad desde el siglo XIX llevaron a Occidente a las dos grandes Guerras Mundiales, dos esperpentos llenos de atrocidades. Y esas dos experiencias traumáticas sirvieron para que Occidente desease la paz, y para que construyera sistemas políticos garantistas de los Derechos Humanos, esos que se derivan de la propia religión cristiana, pero ahora separados de ella para ser aceptados como elementos ideológicos fundamentales y característicos de nuestra propia sociedad e independientes de cualquier religión o ideología. Y así el sentimiento religioso occidental permanece latente en el interior de los individuos mas no así en lo social desde una perspectiva estrictamente política, al menos en lo formal. Occidente sigue siendo cristiano pero los Estados son laicos o aconfesionales y no persiguen ningún objetivo religioso.


Mientras tanto Oriente continua con un sentimiento religioso más o menos similar al de épocas medievales ¿por qué? te preguntarás, amigo Sancho. Porque su religión, el Islam, no concibe la separación de los poderes espiritual y material. Mientras nosotros tenemos leyes garantistas que emanan del pueblo, de los  propios individuos que las proclaman y aprueban a través de sus representantes, su principal ley es El Corán, un libro religioso que en muchos aspectos continua manteniendo elementos que nuestra sociedad ya no comprende aunque en otras épocas los compartiera tácita o expresamente, como el menor valor de la mujer frente al hombre, o la violencia física manifestada en formas de castigo y un largo etcétera de ideas que chocan como dos concepciones distintas de lo justo y lo injusto entre islámicos y occidentales.


El poder religioso y el poder político se acumulan en las personas que gobiernan sobre estos países, países que no pasaron por los filtros del Humanismo, del Liberalismo y de la Revolución Industrial, países cuyo nivel económico y de vida eran y siguen siéndolo muy inferiores a los de Occidente. Países repletos de individuos que, en el fondo, miran con envidia lo conseguido por la sociedad occidental en cuestiones materiales pues pretenden imitarnos en bastantes cosas, así como servirse de nuestros avances, medios y conocimientos aunque no renuncian a su filosofía de vida por considerarla moralmente superior, puesto que para ellos es la propia palabra de Dios en la que se encuentra la imperiosa necesidad de extender su religión sobre toda la humanidad simplemente por ser ello un mandato divino.


Países en los que la fuerza de los ejércitos occidentales ha dejado su impronta, bien como daños colaterales en las guerras mundiales, bien por intereses estratégicos, petrolíferos e industriales en momentos más recientes, o bien por motivos religiosos felizmente olvidados por la población occidental pero no así por sus propias poblaciones, como es el hecho de las Cruzadas. Países en los que el odio ancestral a Occidente se mantuvo latente durante generaciones por otras cuestiones como la Reconquista española, las victorias y humillaciones a las que los españoles de la época y el resto de príncipes de la cristiandad sometieron al imperio turco, las colonizaciones y las barbaridades británicas y francesa del siglo XIX, etc.


Todo ello permanece latente en su memoria colectiva y se mezcla con ese odio ancestral casi irreconciliable que hoy siguen mostrando millones de estas personas hacia Occidente. Y ese odio se encuentra bien dirigido por los señores, príncipes o líderes religiosos musulmanes quienes siembran en esas ilustres mentes las ideas de que llegarán al paraíso cuando ametrallen a cuatro chavales en un concierto de rock o cuando se suiciden activando explosivos adheridos a su propia indumentaria para causar un daño inevitable a los infieles, a los malditos cruzados, a los occidentales, ganando así el favor de Dios y su recompensa paradisíaca por matar a gente inocente e indefensa. Valerosos combatientes de Dios que asesinan a mujeres, niños y demás civiles desarmados en su nombre sin oportunidad alguna de defenderse.


Muchos occidentales ya comparten lo que dijo el presidente François Holland tras los atentados de París de este maldito noviembre de 2015, Francia está en guerra, para otros muchos occidentales no es una guerra propiamente dicha y para otro gran número de occidentales no se trata de una guerra religiosa sino de un conflicto contra unas mafias de fanáticos religiosos. Pero, amigo Sancho, para estos musulmanes sí se trata de una guerra religiosa pues matan en nombre de Dios. El epíteto de religiosa o no religiosa es lo de menos.


En estos momentos los musulmanes no violentos deben mostrar su voz, deben condenar expresamente a esta basura que se llaman hermanos en la religión y deben colaborar con las autoridades de sus respectivos países, bien de origen, o bien de adopción, para que esto termine pues de no hacerlo estarán aceptando tácitamente la perversión que de su propia religión hacen estos asesinos y serán cómplices de ello extendiendo la mancha a lo que de bueno tienen sus creencias. Por suerte los occidentales, que según ellos seguimos siendo los cristianos o cruzados aunque ya no lo seamos formalmente, hace bastante tiempo que dejamos de matar en nombre de Dios. No creo que ningún Dios del amor y de la paz, sea cual sea su nombre, ordene a sus hijos cometer estos actos sangrientos, de cobardía y de muerte entre seguidores de religiones hermanas que en esencia adoran al mismo y único Dios, aunque Éste sea entendido de forma distinta por quienes se arrogan el derecho a describirlo en ambas doctrinas. Y si es así, si es cierto que Ese Dios admite en su paraíso a estos individuos, que Dios nos libre de ese dios.


domingo, 31 de mayo de 2015

DEL 711 A PEREJIL





“Si a tu vecinos quieres mal mete tus cabras en su corral”

Así dice el refrán, querido Sancho, uno de los refranes que Don Miguel no incluyó en la novela de tus gloriosas hazañas. Y como no pudieron llegar a nuestro corral, nuestros vecinos metieron sus cabras en la ínsula de Perejil y después algunos soldados, policías o como quisieran llamarlos. En cualquier caso el perejil es esa hierba con la que el gran Arguiñano remata los platos ricos, ricos, cuyas recetas nos descubre en televisión para deleite de paladares. Así, con Perejil, nuestros vecinos adornaron el remate de lo que hasta hoy ha sido un guiso de refriegas y rifirrafes pues no demasiado nos quieren y tampoco demasiado los queremos, como buenos vecinos que ambos países demostramos ser.


Resulta Sancho que mi muy querido maestro me dijo que contigo divagase sobre la “Guerra de Marruecos” pero nada me dijo acerca de cuál de las muchas guerras se refería, por ello he decidido contarte algo sobre más de una riña de las que se conocen, cosa habitual en los patios de vecindad y cotilleo, es decir, litigios y habladurías. Así, disparando a todo lo que se mueve, seguro que con alguna acertaré.


Sabe amigo Sancho que más al sur de nuestra España hay una tierra a la que el imperio romano llamó la Mauritania Tingitania, inicialmente adscrita a la propia Hispania, y que esa tierra alcanzaba desde el océano Atlántico hasta los límites de la provincia de África, donde hoy está Túnez. Al igual que nuestro suelo, inicialmente aquello fue asentamiento de colonias púnicas, como lo fuera Cartago, o Ikosim después llamada Argel donde Don Miguel pasó una larga temporada de obligado retiro. A las gentes que allí vivían los romanos los llamaban mauros, en general, y después moros, y de entre los moros al vecino de las montañas y de los sitios más alejados de la civilización, en particular y al igual que al resto de extranjeros, lo llamaron bárbaro, resultando bereber con la lógica evolución lingüística de esa zona.


Así transcurría la vida en esas tierras estrujadas y explotadas por unas cuantas familias romanas. Ciudades costeras y alguna otra interior inicialmente fenicias y después romanas servían de nudos de comunicación marítima para enlazar rutas comerciales, ciudades alejadas entre sí con débil y escasa conexión terrestre que ejercían su influencia sobre radios de acción territoriales pequeños y, entre ciudad y ciudad, el vacío civilizado y numerosas tribus diseminadas de bereberes. Una vez más te recuerdo Sancho que nosotros llamamos indios a todas las tribus de las Américas, que los griegos llamaban celtas a todas las tribus del norte de Europa y que sabemos que había innumerables diferencias entre sus costumbres, idiomas y rasgos culturales. Aplica esto a los bereberes y acertarás.


Con la disolución de la administración romana, vándalos del norte expulsados de España por visigodos se adueñaron efímeramente de aquellos territorios. Después los mismos visigodos hicieron lo propio aunque nada tardaron los romanos orientales, o bizantinos, en recuperar gran parte de aquellas ciudades hasta que los árabes de Mahoma apoyados por bereberes, unidos ahora bajo la fe del islam y sobre todo por una magnífica oportunidad de rapiña, se adueñaron de ellas. Los árabes nombraron a la Mauritania Tingitania con el nombre de “Reino donde el sol se pone” o “Al Magrib”, es por ello por lo que se le conoce también como “el Magreb”. Y fueron dos facciones posteriores de estos bereberes, los almorávides (morabitos o monjes soldados ermitaños habitantes de las rábidas) e inmediatamente después los almohades (los que reconocen la unidad de Dios), quienes impusieron una tutela más o menos sustantiva en un amplio territorio a través del dominio militar sobre gran parte de la antigua Mauritania Tingitania, incluso con gran expansión territorial en algunos momentos.


Proclamado califa independiente (sucesor de Mahoma) el gran caudillo almorávide Ibn Tashfin funda en 1.062 la ciudad “Tierra de Dios” o “Marrakus” en árabe, conocida por nosotros como Marrakech, instalando allí su corte y dando con ello el nombre de Marruecos a aquellos dominios para ser su capital hasta que Rabat en 1.911 le arrebató esa prerrogativa. Contra Castilla Tashfin unas veces se alió con diversos reyezuelos de taifas que despotricaban en ese producto enlatado que quieren vendernos los estafadores de la Historia llamado “paraíso de Al Ándalus”, y otras veces guerreó contra esos mismos reyezuelos para apoderarse de gran parte de la Bética regando cumplidamente con sangre nuestro suelo, ese líquido que junto con el aceite de oliva y el buen vino tanto ha circulado por estos lares.


Lo mismo hicieron después los almohades, usurpadores del poder almorávide, con su califa Muhammad An Nasir, al que los cristianos llamaron Miramamolín. Sí, querido Sancho, aquel que puso los pies en polvorosa cuando vio al gigante Sancho de Navarra cabalgar como loco hacia su tienda en la batalla de las Navas de Tolosa. Estas guerras fueron las primeras que los españoles cristianos tuvieron contra los africanos del norte cuando estos ya eran algo que podía llamarse más o menos reino de Marruecos, aunque en nada se parecía a lo que hoy es nuestro país vecino, ni cultural ni políticamente hablando. De hecho se les conoce a tales acontecimientos con el nombre de invasiones almorávide y almohade, pero no como conflictos con Marruecos.


Hasta ese momento las desavenencias entre españoles y norteafricanos, como es el caso de la invasión del año 711 y las demás campañas contra Ceuta, contra Melilla y contra el resto de territorios españoles del norte africano no pueden llamarse en ningún caso guerras contra Marruecos, puesto que Marruecos aun no existía y dudosamente lo hizo después durante bastantes siglos como ente político. A partir de los tiempos de Doña Isabel y Don Fernando, España mantuvo diversos enfrentamientos y estableció puntos de control en el norte de África para vigilar el tráfico del Mediterráneo, especialmente para luchar contra la piratería bereber que hostigaba las rutas comerciales.


Uno de esos puntos clave siempre fue Ceuta. Derivado de siete en latín (septem, septa, seuta), inicialmente ciudad fenicia (Abyla) y tras la caída de Cartago ciudad romana (Septem Fratres, o siete hermanos por sus siete montes más o menos simétricos) situada en la Península Tingitana, primero fue adscrita a la Hispania romana, y así se mantuvo hasta que el conde Don Julián, visigodo él, traicionó al rey Rodrigo para facilitar la invasión musulmana de nuestra península. Después Abderramán III la conquistaría para su califato cordobés, después fue una taifa independiente, después fue almorávide, después almohade, después perteneció al reino de Granada vasallo de Castilla, después fue de los benimerines, sucesores de los almohades marroquíes que intentaron una nueva invasión peninsular pero, claro, los ejércitos de Castilla ya no eran como aquel débil y traicionado ejército de Don Rodrigo que encontraron  seis siglos atrás. Vuelve Ceuta a la órbita del reino de Granada hasta que en 1.415 los portugueses se hacen dueños de la ciudad y el Reino de Fez la reconoce como portuguesa.


Respira Sancho, toma un buen trago de vino y algún chorizo pues tanto nombre y dato acabará por nublar la mente de quien me lee.


Seguro que te preguntarás ¿qué era el Reino de Fez? Pues más o menos la mitad del actual Marruecos  en poder de una facción bereber. Bien sabes que esos reinos se expandían y contraían constantemente, que igual una familia bereber se hacía con unos dominios, o que al poco otra familia hacía otro tanto extendiéndose o arrebatando los dominios de la anterior o los de sus vecinos mostrando así una discontinuidad entre gobiernos despóticos, anarquías y demás inestabilidades que azotaban constantemente a esas pobres gentes. De vez en cuando alguna familia consolidaba su poder y se lanzaba a conquistas y trifulcas variadas. Muchas de ellas lo hicieron a la piratería y al tráfico de esclavos. Más o menos lo que hacían en nuestras tierras en tiempos de las taifas con la diferencia de que las estructuras sociales romanas, al contrario que lo sucedido con las estructuras tribales norteafricanas, sí estaban por aquí muy consolidadas y ofrecían un esqueleto social suficientemente consistente y vertebrador de una sociedad que tuvo que soportar durante algunos siglos las correrías sanguinolentas de tales desgobiernos entre poderosas familias musulmanas. Recuerda amigo Sancho que taifa significa bando o facción.


Poco después, tras referéndum entre los habitantes ceutíes, sí, referéndum en aquellos tiempos, la ciudad se proclama nuevamente española siendo reconocida como tal en el Tratado de Lisboa de 1.668. Como siempre el estratégico y goloso puerto de Ceuta continuó recibiendo asedios y presiones de distinta intensidad por diversas facciones bereberes y por gentes de otras nacionalidades, ingleses incluidos. De Melilla y del resto de territorios españoles en África no hablo. Nos llevaría más de una conversación junto al fuego, amigo Sancho, y ya es momento de centrarnos en lo que creo que mi maestro me pidió.


Por ello te digo que El Rif es una región norteña montañosa con aspiraciones nacionalistas e independentistas adscrita de manera intermitente al sultanato marroquí. De organización tribal y de carácter bereber en su más pura esencia y significado etimológico los mismos marroquíes lo llaman “El país del desgobierno”. Las tribus rifeñas tradicionalmente reclamaron Ceuta para su soñada nación y acosaron en todo momento a quienes gobernaban en dicha ciudad, sea cual fuere su nacionalidad.


Los hostigamientos que los rifeños hicieron sobre la ciudad desde 1.840, apoyados por el propio sultán marroquí, al ser conocedores de la debilidad del ejército español distraído en numerosos frentes de batalla tanto internos como en América, crecieron en gran medida hasta que el general O´Donnell puso orden. Dice Josep Fontana que aquello fue un invento del propio O´Donnell para colgarse sus medallas, que aquello fue “una  guerra injusta porque los infelices moros daban todas cuantas satisfacciones pedíamos los españoles…/… pero era preciso distraer a la corte con la guerra contra los infieles, que por su atraso y pobreza se los vencía con facilidad, y de este modo la gloria militar haría fuerte al gobierno y mataba las intrigas cortesanas”.


Supongo que algo de cierto habría en ello, aunque la parcialidad de tal historiador en sus obras me hace dudar de casi todo lo que cuenta, entre otras cosas porque siempre extrae conclusiones ideologizadas en la misma dirección allá donde no hay datos que afirmen una realidad empírica, e incluso aun habiéndolos. En cualquier caso debemos afirmar que aquello fue una acción militar dirigida a sofocar numerosas acciones de acoso, de guerrilla y de sabotaje coordinadas y planificadas que venían sucediéndose desde hacía más de diez años, que se aprovechó asimismo la ocasión para intentar mejorar la imagen exterior de España y que con ello se pretendió dar un impulso de patriotismo al alicaído pueblo español.


Resulta curioso cómo ese patriotismo caló con más intensidad en Cataluña y en las Vascongadas, tradicionales nidos de carlistas y de patriotas, lo digo por el gran número de voluntarios alistados al efecto. Quién lo ha visto y quién lo ve. Digamos que ocurrió entre 1.859 y 1.860 y que muchos historiadores lo llaman curiosamente la “La primera guerra de Marruecos”. Está visto también que las matemáticas, aunque sólo sea por el simple hecho de contar, no son materia de dominio de tanto historiador. Antes de este conflicto bélico hubo algunos otros entre España y Marruecos, como el sucedido en tiempos de Muley Ismaíl, sultán de Fez, o el asedio y bombardeo de Melilla de 1.775 y otras refriegas menores. Supongo que a esas dos guerras las llamarán “menos una y menos dos guerras de Marruecos”, eso sin contar otros conflictos como los que antes mencioné.


Tras esa guerra las tensiones y los ataques no dejaron de sucederse. Entre los actos que más conmovieron a la opinión pública española se encuentra el secuestro y la posterior venta como esclavos de seis comerciantes españoles. Este clima de tensión condujo a nuestro gobierno a reforzar las defensas de los territorios españoles y con la excusa de boicotear una de las nuevas edificaciones militares que se estaban construyendo junto a la tumba de un famoso santo adorado por los rifeños, seis mil de ellos atacaron a la escasa guarnición española melillense en 1.893 iniciándose la llamada “Primera guerra del Rif”, también llamada “guerra de Margallo” por ser éste el más destacado general español de aquella contienda. Justamente también fue protagonista un joven militar llamado Miguel Primo de Rivera.


Los rifeños, sin el apoyo del sultán marroquí que dio la razón a los argumentos españoles, aguantaron hasta que los barcos de nuestra armada sometieron a un duro bombardeo las posiciones del enemigo. Aquello terminó con una paz transitoria ya que en 1.909 otra vez volvieron los rifeños a atacar Melilla. Con el Tratado de Fez de 1.912 Francia cede a España el protectorado de la zona del Rif y algunos otros territorios, un 5 % del total del suelo de nuestros vecinos, pero lo más destacado es que con dicho Tratado el sultán marroquí quedó relegado a ejercer el papel de una simple marioneta en poder de los franceses.


La aparición de nuevos recursos mineros en la zona y las concesiones que se hicieron a empresas españolas y francesas por el propio sultán marroquí para la explotación de las minas enervó de nuevo a los caudillos rifeños quienes buscaban obtener un trozo del pastel. La explotación de dichas minas necesitó de nuevas infraestructuras, especialmente de un ferrocarril, por lo que numerosos obreros especializados españoles se desplazaron a la zona. Acosados por rifeños emboscados fueron tiroteados en diversas ocasiones con algunos obreros muertos iniciándose así una mayor escalada de acciones bélicas sobre lo que, en un principio, pretendió ser una simple actuación policial, según Antonio Maura, presidente del Gobierno español por aquel entonces. A estos conflictos se les llama “Segunda Guerra del Rif, o “Segunda Guerra de Marruecos”, reafirmando así mi teoría de que contar no es una de las mejores virtudes de muchos historiadores.


Los rifirrafes continúan y en 1.921 el general Fernández Silvestre sufre una estrepitosa derrota en la localidad de Annual. La pérdida de cañones que fueron a parar al enemigo y la ineptitud de la dirección militar hicieron huir sin coordinación alguna a los 13.000 soldados españoles que fueron perseguidos y masacrados con saña en su retirada. Algunos supervivientes lograron parapetarse y resistir durante varias semanas sin apenas agua ni comida. Tras pactar la rendición los rifeños no cumplieron con su palabra y terminaron la masacre exterminando a los soldados españoles ya rendidos. Con esta victoria declararon la República Independiente del Rif.


Pero la continuidad de las reyertas provocó la intervención de Francia para nivelar la situación hasta que en 1.923 el general Sanjurjo protagonizó el primer desembarco aéreo-naval de la historia, el Desembarco de Alhucemas, donde destacó meritoriamente el coronel Franco quien fue ascendido a general por su actuación, el más joven general europeo del momento. Dicen que Eisenhower estudió detenidamente las tácticas de los españoles y las aplicó en el Desembarco de Normandía, aunque quizás no sea más que otro intento de vanagloriar nuestro ombligo. Mientras tanto en la península la oposición política no perdía ocasión para criticar la actuación española y pedir la retirada de las tropas utilizando el conflicto como arma para minar más aun la ya desprestigiada monarquía de Alfonso XIII. El hecho de que actuasen tropas de remplazo reforzaba la idea en la ya herida conciencia social con aquella frase tantas veces repetida: “llevan al matadero a los hijos de los pobres”.


La intensidad de los combates empujó a Francia a adoptar una actitud más beligerante y envió refuerzos al ejército español. En 1.925 concluye la guerra y con ello la independencia de la República del Rif que volvió al protectorado español y a depender formalmente del sultán de Marruecos. También decirte, amigo Sancho, que los franceses utilizaron armas químicas de las mismas que usaron en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y de ello se acusa también a los españoles a pesar de no estar probada tal afirmación, al igual que tampoco está probado pero asimismo se sospecha que la Tercera Internacional, la comunista dirigida desde la URSS financió y asesoró el levantamiento militar rifeño. En 1.958 otra vez se sublevarían los rifeños, pero esta vez no nos tocó a nosotros roer ese hueso sino al sultán del momento.


Otro enfrentamiento también tuvimos en ese mismo año de 1.958 contra Marruecos a causa del protectorado del Sidi Ifni, un territorio saharaui cedido por el propio sultán marroquí a España desde 1.860. Dos años antes Marruecos obtuvo su independencia gracias al proceso de descolonización instado desde la ONU y pretendió recuperar para sí dicho territorio. Tras una importante contienda bélica en la que otra vez participó Francia junto a España, los marroquíes fueron derrotados de nuevo y el Sidi Ifni continuó perteneciendo a España hasta 1.969, fecha en la que cumplió su compromiso para proceder a su descolonización según resolución correspondiente de la ONU.


En 1.975, con la muerte de Franco, tuvimos aquel esperpento de “La Marcha Verde” de la cual no hablo por ser algo que casi todos los españoles conocen y muchos de ellos se avergüenzan. Como en el noble arte taurino la división de opiniones se posa sobre tal acontecimiento con encarnizadas disputas dialécticas en las que no deseo entrar por motivos obvios. Finalmente con el episodio de la isla de Perejil, al más puro estilo Arguiñano, concluyen por ahora los guisos bélicos, si es que aquello tuvo algo de eso, que hemos cocinado con nuestros buenos vecinos del norte africano. Y si con todo esto mala nota me pone mi maestro, a otra cosa mejor dedicarse ¿no crees, mi buen Sancho?


miércoles, 20 de mayo de 2015

Y ESPAÑA DOBLÓ LA RODILLA


       

 
 ¿POR QUÉ ESE ODIO A ESPAÑA?
 
 
        Difícil debía ser en tu tiempo, amigo Sancho, cuando España mandaba en el mundo, que pudiera ser vilipendiada la tierra de nuestros padres por sus propios hijos. Cierto que lo fue por franceses, ingleses, sarracenos y algunos otros enemigos, abundantes en el orbe por ser complejos de inferioridad y envidias las que nuestro país despertaba, pero si un español de tus tiempos hubiese levantado su lengua contra España, menos hubiera durado en su boca que un buen asado en el plato de tu almuerzo. Déjame que te cuente una serie de sucesos posteriores a tus experiencias que quizás te muestren el por qué en nuestros tiempos se aplaude a esas viperinas lenguas en lugar de cortarlas como en tu ínsula seguro ordenarías. Perdona esta sucesión esquematizada, pero así lo hago en busca de un mejor entendimiento.

 

·       De 1.808 a 1.813 tuvimos la guerra de la independencia contra los franceses. Mientras tanto, en América se produjo una dura oposición contra José Bonaparte organizándose desde aquellas tierras Juntas de Gobierno insurrectas contra el francés. Las Juntas estaban lideradas por la nueva burguesía liberal hispanoamericana que no estaba dispuesta a seguir pagando impuestos a reyes que no fuesen españoles, es más, simplemente ya no estaban dispuestos a pagar impuestos a ningún rey, y menos aún a Fernando VII, el rey felón, un gran traidor y un recalcitrante absolutista, así que el general San Martín proclama la independencia de la República Argentina en 1.810. Pocos años después nada pueden hacer las muy mermadas y aisladas tropas españolas y se proclama la independencia de Venezuela  en 1.815,  la de Chile en 1.818, la de Méjico en 1.821 y la de Perú en 1.824, junto a las pérdidas de Paraguay, Colombia, Panamá, Costa Rica y Bolivia, toda la América continental española.

 

·       En 1.820 se produce el golpe militar del general Riego con el que comienza el trienio liberal obligando a Fernando VII a jurar una Constitución.

 

·       En 1.823 llega un ejército francés al auxilio de Fernando VII, los cien mil hijos de San Luis que arrasan con todo lo que huela a liberal, y de camino con todo lo que pudieron.

 

·       De 1.833 a 1.840 tenemos la primera guerra carlista. Se estiman más de 200.000 muertos.

 

·       En 1.841 tenemos el levantamiento del general O´Donnell aplastado por el también general Espartero.

 

·       En 1.842 se produce una insurrección armada dirigida por los empresarios de la industria textil catalana debido a la intención del gobierno de firmar un acuerdo con Gran Bretaña por el que se rebajaban los aranceles de los productos textiles ingleses. Claro, los españoles teníamos que pagar más caras las telas catalanas para que aquellos industriales pudieran mantener sus pingües beneficios. Y lo consiguieron, pero tras un levantamiento que tuvo que aplastar el propio Espartero bombardeando Barcelona para liberar a las tropas asediadas por los insurrectos. Aquel acontecimiento es usado por los actuales nacionalistas catalanes como una ofensa de España contra Cataluña.

 

·       En 1.843 Narváez vence a Espartero y pone en el trono a Isabel II.

 

·       En 1.846 se produce el levantamiento en Galicia del coronel Solís con su batallón en contra de Narváez por la reforma tributaria que éste llevó a cabo. Otra arma que utilizan los actuales nacionalistas, en este caso los gallegos, como oprobio de España contra esas bonitas tierras españolas, la tierra del que fuera mayor símbolo de España durante siglos, el Apóstol Santiago.

 

·       También en 1.846 se inicia la segunda guerra carlista que durará hasta 1.849, por la que reivindicaban el trono para el hijo de Carlos María de Isidro, también llamado Carlos el nene.

 

·       La crisis económica de la industria textil catalana resentida por la falta de materia prima, especialmente como consecuencia de la paralización de las importaciones de algodón debido a la Guerra de Secesión de los USA, y el descontento con el proceder de Isabel II y de su primer ministro Narváez, trajo consigo un nuevo levantamiento dirigido por el general Prim, y al poco por el general Serrano conocido como la Revolución de 1.868, o “la Gloriosa”, por el que se destituye a Isabel II y comienza “el sexenio democrático”.

 

·       En estos seis años del sexenio democrático, las Cortes nombraron regente al general Serrano mientras se buscaba un rey apropiado. De Italia trajeron a Amadeo de Saboya (Amadeo I) quien después de reinar durante dos años se fue, sí, abdicó de la corona y del esperpento español tras el estallido de la tercera guerra carlista en 1.872.

 

·       Con el trono vacante, y en plena guerra carlista, la tercera, el 11 de febrero de 1.873 se proclama la Primera República española.

 

·       Al poco se declaran repúblicas independientes, entre otras, Valencia, Málaga, Alcoy, Bailén, Cádiz, Sevilla, Torrevieja, Tarifa, Almansa, Andújar, Cartagena, Cataluña, Granada, Motril, Salamanca, Jumilla o Camuñas. Otros pretendían resucitar la corona de Aragón, otros la independencia de Galicia, Granada declara oficialmente la guerra a Jaén, Jumilla a Murcia, Cartagena bombardeó el puerto de Alicante el 12 de julio de 1.873 con la fragata Vitoria y poco después se anexiona Torrevieja arrebatándosela a Alicante, aunque Torrevieja ya era una república independiente aquel día.

 

·       En 1.874 el general Martínez Campos, en plena tercera guerra carlista, deroga la república y sube al trono a Alfonso XII comenzando lo que se llamó “la Restauración”.

 

A todo ello debemos sumar la guerra contra Marruecos por diversos ataques a Ceuta entre 1.859 y 1.860, la Guerra de la Restauración en la Dominica entre 1.863 y 1.865, la Guerra del Pacífico contra Perú, Chile, Ecuador y Bolivia siendo ya países independientes, la Guerra de los Diez Años de Cuba, entre 1.868 y 1.878, primer intento cubano de independencia, la Guerra de África o de Margallo entre 1.893 y 1.894, esta vez en defensa de Melilla y el trágico año de 1.898 con la guerra contra los USA, perdiendo Cuba y Filipinas, los últimos grandes reductos españoles del imperio. El gigante español no sólo dobló la rodilla acosado entre una multitud de guerras sino que cayó tumbado como consecuencia de su descomposición interna y la podredumbre de sus dirigentes. Aquel fabuloso proyecto de Isabel y Fernando que unió a un país como nunca ningún otro lo estuvo en la historia, hasta los USA del siglo XX, se disolvió en medio de una enorme desazón que se manifestó como “La Depresión del 98”.

 

El orgullo de ser español comenzó a perder su significado. En el subconsciente colectivo penetró la idea de que España era un proyecto fracasado. Se enfatiza la aversión hacia España. Por los intelectuales con más proyección de la época, aquellos que se llamaban a sí mismos regeneracionistas, como Joaquín Costa, Unamuno, Ortega, etc., se tiende a pensar que nuestra historia es un desastre, algo anormal, una anomalía, incluso una enfermedad, y fomentan con sus opiniones un afán denigratorio que se sumó a la idea colectiva de fracaso, momento que aprovecharon los nacionalismos separatistas, que hasta entonces eran totalmente marginales, trasladados ahora desde las antiguas posesiones del imperio hasta la propia península. Las oligarquías catalanas y vascas, dueñas de la única industria de España, elaboran la simiente independentista.

 

 Para qué mantener una rémora de país si ellos podían construir el suyo propio. Para qué pagar impuestos a Madrid cuando ese dinero lo podían manejar ellos a su antojo. Su objetivo prioritario consistió en inventar dos países, Euskadi y Cataluña rebuscando rasgos identificativos entre los acontecimientos históricos y retorciéndolos en base a sus pretensiones. Cualquier cosa que los distinga del resto de España es válida, y si no existe, se inventa. Se reunifican los dialectos vascuences conocidos en torno al vizcaíno acicalando una nueva gramática y un gran número de vocablos. También se adaptan las lenguas del lemosín provenzal u occitano habladas en la parte oriental de España en torno al barceloní y se articula su gramática hasta confeccionar de ese modo la actual lengua catalana. Hoy en día sobreviven algunos de esos dialectos, en concreto el aranés, como lengua propia, o el ibicense, u otros más debilitados como el bable en Asturias, la fabla aragonesa o el panocho murciano.

 

Aquel fue el tiempo de los nacionalismos, consecuencia del movimiento liberal y romántico del siglo XIX. El volksgeit, el espíritu del pueblo en alemán, (“volks” en su pronunciación “folk” dará la palabra folklore). Cuando un pueblo tiene rasgos comunes que permanecen inmutables a lo largo de la historia diferenciándose por ellos de los demás pueblos, ese pueblo es una nación según estos ilustres. Los intelectuales y juristas interpretarán la voluntad de ese pueblo, estudian sus costumbres, su lengua, su raza y sintetizarán su identidad. Claro, ellos son los listos, el pueblo debe ser conducido, debe ser dirigido, orientado, apostolizado y salvado por estos listos, como decía aquel intelectual llamado Blas Infante que quiso salvar a Andalucía. Así nació el concepto de raza aria en la Alemania de Hitler y así nació el nacionalismo vasco con ese personaje llamado Sabino Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco, la ETA y el actual nacionalismo catalán.

 

La desmembración de España iniciada en América ya llegó a la península. Los nacionalismos no pierden ocasión para medrar con todos sus recursos y agitar ese gazpacho de complejos y de odios contra España. En un principio la izquierda socialista y comunista nada simpatizan con tales movimientos por dos motivos esencialmente. El primero de ellos se resume simplemente en que es una izquierda internacionalista. Para ellos la nación es un concepto burgués y capitalista. El mundo debe aspirar a ser un único Estado donde los obreros conquisten el poder y se reúnen en internacionales obreras. Un mundo sin fronteras gobernado por el socialismo. En segundo lugar, los nacionalismos para ellos son la máxima expresión de los reaccionarios conservadores, empresarios explotadores de obreros que ansían obtener mayores cuotas de poder político y actuar en sus territorios como señores feudales explotando más si cabe a los trabajadores. Así manifiestan sus posturas contrarias al nacionalismo, tanto PSOE como PCE, hasta el final de la guerra civil en 1.939, pero...

 

Franco recurrió al orgullo de ser español como argumentación propagandística de su régimen. Recuperó las glorias del pasado para usarlas en su provecho y ensalzar una conciencia contraria a la desmembración de España. Su ideario se resumía en el siguiente eslogan: “España una, grande y libre”. Sus derrotados fueron las izquierdas y los nacionalistas. Ambos, anteriormente enemigos entre sí, ahora simpatizan frente al enemigo común: Franco. Las izquierdas olvidan su origen internacionalista y luchan contra todo lo que pueda parecerse a Franco, todo lo que expela algo de su olor debe ser rebatido, aplastado, denigrado, y España, manque nos pese, estaba continuamente en su boca. Así que España y la idea que de ella tenía Franco, aunque anteriormente la compartieran en su esencia, ahora pasa a ser un argumento a destruir por las izquierdas, una rémora, un escozor del que hay que librarse. Por ello odian la unidad, por ello odian los estandartes que Franco usó, por ello sufren de urticaria al oír los nombres de Doña Isabel y Don Fernando, o cuando ven la bandera que representa a España desde tiempos de Carlos III.

 

Mal hicieron los púnicos varios siglos antes de Cristo al llamar España a estas tierras si “tierra de conejos” es su significado, por aquello de la abundancia de tan simpáticos animalillos ¿No crees, amigo Sancho, que hoy quizás la llamarían “tierra de asnos”? Tanto asno pesa demasiado y puede hacer doblar la rodilla hasta a una poderosa nación.

domingo, 5 de abril de 2015

ABREVIANDO, QUE ES GERUNDIO


 
Es tan ligera la lengua como el pensamiento, que si son malas las preñeces de los pensamientos, las empeoran los partos de la lengua.

 

Y la lengua pare tanto beldades como tosquedades, afeamientos e indignidades, amigo Sancho. Por aquello del mal vicio que tengo al extenderme en demasía intentaré hacer lo contrario en este alegato y abreviar en la medida de lo posible si buenamente se me permite, y si no, también. Hablando de abreviar, ello significa hacer breve, acortar, o reducir. También podríamos entender que abreviar consiste en optimizar recursos si lo aplicamos en un sentido estrictamente economicista. Querido Sancho, menudencias aparte y salvo en gobiernos y administraciones públicas, optimizar trámites siempre fue una propensión natural en las maneras del hombre… y de las mujeres, que si no se me enfadan las feministas y los “feministos”, bien sea por aquello de la escasez de los recursos o sencillamente por la comodidad a la que aspiramos en casi todos los ámbitos de la vida y ello también se manifiesta, como no podía ser de otra forma, en el lenguaje.

 

En la búsqueda de esa comodidad a veces escatimamos en nuestra forma de hablar la pronunciación de palabras enteras sustituyéndolas por su primera letra, como cuando decimos FM en lugar de Frecuencia Modulada. Resulta que a la letra inicial de cada una de estas palabras la llamaron sigla, que tampoco es el femenino de siglo y, curiosamente, las siglas a menudo se unen para formar palabras en ese juego ingenioso llamado bautismo de entidades y cosas. Es entonces cuando decimos que las siglas forman un acrónimo, como RENFE, ONU, SIDA, etc. También decretan los que aprueban las reglas ortográficas que debiéramos colocar un puntito tras cada una de las siglas aunque finalmente las costumbres se imponen y la soberanía popular hace caso omiso a dichas normas, sobre todo en cuestiones de “fablas”. Amigo Sancho, si nuestros mandamases fuesen tan poco derrochadores en los asuntos de gobierno y tan ahorrativos como lo es el pueblo con el lenguaje otro gallo nos cantaría. Tú en ello tienes sólida experiencia.

 

Economizar está bien, casi siempre está bien, y cuando entramos en las maneras de hacerlo descubrimos cómo se catalogan por sí mismos los usuarios según aplican sus actitudes personales al lenguaje. Por ejemplo, en el ámbito coloquial, la palabra "para" da origen a su pronunciación abreviada como “pa”, y con ello no buscamos la optimización de recursos sino que simplemente nos dejamos llevar por la pronunciación relajada o descuidada de esa palabra. Es la flojera del lenguaje que también se manifiesta en otros casos, como la desaparición de la “d” en la última sílaba de los participios pasivos (comido o pesado lo sustituimos por “comío” y “pesao”). Los que así hablamos, salvo que se desconozcan las reglas elementales de la gramática, damos a entender ese matiz de vagancia, podría concluirse, aunque en nuestro descargo nada impide alegar el hecho de habernos criado en el entorno de esas costumbres a la hora de hablar y así justificar y encubrir la realidad de nuestra flojera.

 

También las cuestiones administrativas y mercantiles han generado multitud de abreviaturas en la expresión escrita. Admon. por administración, cta. cte. por cuenta corriente, son ejemplo de ello. Tenemos asimismo abreviaturas usuales como fdo. por firmado, pág. por página,  o adj. por adjetivo, y abreviaturas de cortesía y tratamiento, como atte. por atentamente o  excmo. por excelentísimo. Cuestiones todas ellas generalmente admitidas que se han convertido en usos habituales y que sólo persiguen economizar espacios en los textos escritos o bien dotar de agilidad las redacciones sintetizando fórmulas cansosas y repetitivas en los documentos a modo de formularios prestablecidos. Abreviaturas estas que en ningún caso obstaculizan la pronunciación de la palabra comprimida pues no pronunciamos “admon” cuando lo leemos, sino administración, ni tampoco decimos “adj” sino adjetivo cuando nuestros ojos escudriñan esas tres letras en un diccionario. En definitiva, contracciones que por sí solas no dañan al lenguaje ni dan lugar a su transformación.

 

Existe sin embargo otro tipo de abreviaturas que también responde en cierto modo a la flojera, como el “quillo” granadino por el chiquillo, el “aeh” por el sabes, y el “lavín” por la Virgen, que son primas hermanas de la deformación familiar del lenguaje, como también lo es el “poh jí” por el pues sí. Fórmulas consistentes en recortar, unir o transformar las palabras sin otro ánimo que el dado por la expresión natural. Pero últimamente, amigo Sancho, se están introduciendo abreviaturas que no responden a la natural evolución de las formas lingüísticas y que rayan, aunque más bien se adentran, en el límite de la cursilería. Cuando un niño habla de su profesor como “profe”, de sus compañeros como “compis” o de las matemáticas como “mates”, poco reproche puede hacérsele en primera instancia según el sentimiento maternal o paternalista que nos fluye instintiva y cariñosamente hacia estas personillas, aunque no está de más advertirles que utilicen de forma correcta el lenguaje, pues buenos consejos deben abundar en épocas de aprendizaje que lo es toda la infancia.

 

Pero, amigo Sancho, las entendederas debieran sublevarse puesto que las meninges se irritan escocidas y los oídos zumban dolorosos cuando se escucha a personas ya entraditas en años y conocedoras de las más elementales leyes de la lingüística utilizar abreviaturas como que la “pandi” se va de “finde” y “buenrro”, cuya traducción a nuestro idioma sería: la pandilla se va de fin de semana y buen rollo. Evidentemente cada cual tiene la libertad de definirse a sí mismo frente a los demás según utilice el lenguaje, ajá, o sea… entre otras muchas más cosas, naturalmente, faltaría más...