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sábado, 31 de enero de 2015

UN TEXTO ALTERNATIVO PARA EL DÍA DE ANDALUCÍA




Amigo Sancho, sin intención de herir sensibilidades, aunque por cosas como esta suelo ganarme el afecto de mis conciudadanos, en aras a la libertad de expresión y a la verdad histórica supongo, si suponer se me permite, que también deberían leerse y hacerse públicos textos como este el próximo día 28 de febrero. Dígase sin más que:

Ese señor, a quien el Parlamento Andaluz nombró por unanimidad en 1983 “padre de la patria andaluza”, Blas Infante, dejó meridianamente claro su andalucismo en su obra “El ideal andaluz” comenzándola así:

“Andalucía necesita una dirección espiritual, una orientación política, un remedio económico, un plan cultural y una fuerza que la apostolice y salve.”

Analicemos:

1. Andalucía necesita una dirección espiritual (hijos míos, andaluces perdidos en la vida…)

2. una orientación política (¿cuál? Blas Infante inicialmente era un liberal, un masón ¿se refería a esa ideología en concreto?)

3. un remedio económico (precisamente eso es lo que yo necesito, querido Sancho, y creo que cualquiera ¿o no?)

4. un plan cultural (sin comentarios, remitámonos a los informes PISA)

5. y una fuerza que la apostolice y salve (apostolizar ¿en qué sentido? y eso de salvar… ¿de qué, de quién? por favor, dejen de apostolizarnos y no nos salven más).

   Digamos que, según estas afirmaciones, Andalucía lo necesitaba todo puesto que no tenía nada, que era un proyecto de “algo”, según deduzco de lo que nos dice el amigo Blas, su proyecto de nación, creo, porque para un nacionalista ¿qué es un pueblo o nación si no tiene una dirección espiritual, un sistema político y económico y una identidad cultural? Evidentemente los andalucitos del momento necesitaban de todo eso para sobrevivir y, en consecuencia, ahí estaba él creando la maravillosa fuerza que pretendía salvarlos, dirigirlos y apostolizarlos. Pobres de aquellos pueblos que no son apostolizados.

Para ello, Infante, con su inconmensurable y pétreo rostro, el de todos los nacionalistas dicho sea de paso, se atreve a entroncar Andalucía con “Tartesia”, un territorio que jamás existió. Por Herodoto y otros autores del momento conocemos, y por escasos restos arqueológicos afirmamos que en las provincias de Sevilla, Cádiz, Huelva y el Algarve portugués, incluso en Badajoz, habitaban unas gentes que vivían en un escalón por encima del neolítico, sin ciudad alguna que sepamos, a quienes los antiguos griegos bautizaron como tartessos, pero no existe ninguna referencia a una comunidad, pueblo, nación o como queramos llamarla denominada Tartesia según la tesis del propio Blas, quien mejor debiera ser proclamado en base a esta circunstancia “padre de la patria tartesia”, claro que, en ese supuesto, más derecho ostentaría el gran rey Argantonio o el mítico Habis (leyendas y oscuridades perdidas en esos siglos de la antigüedad). 

Después la Tartesia de Don Blas fue llamada Baetica por romanos y posteriormente no fue llamada Andalucía por los moros, sencillamente porque estos se referían y así lo siguen haciendo a toda la península. En honor a la verdad debemos decir que el primer nombre con el que se conoce a nuestra región es ese, la Bética, la tierra del río Betis. Por aquel entonces los moros eran los mauros del norte de África, los habitantes de la Mauritania Tingitania, provincia que originariamente fuera adscrita a la Hispania romana. Con la disolución del imperio romano, los vándalos, aquellos otros invasores  ilustrados y educados que llegaron a nuestra península se instalaron fugaz y pacíficamente en el sur para recoger florecillas en los campos de nuestra Bética, al poco fueron empujados por los visigodos (bajo órdenes de la misma Roma) hasta el norte de África, reorganizándose en el propio norte de las actuales Marruecos y Argelia a la espera de recuperar el perdido reino peninsular a manos de los visigodos, su “Vandalusía”. Así, los vándalos se mezclaron con los mauros quienes integraron rápidamente la denominación de “Vandalusía” en su acervo de conocimientos geográficos para llamar de ese modo a aquella “maldita” Hispania romana, en consonancia con su deseo de borrar del mapa todo lo que oliera a romano, especialmente por el considerable desprestigio que alcanzó el hecho de serlo allá por el siglo V, muy especialmente en el norte de África cuya expoliación latifundista fue excesivamente dura y cruel. A título de ejemplo baste decir que llegó un momento en el que las provincias romanas de África (más o menos la actual Túnez) y la Mauritania Tingitania, es decir, todo el norte africano desde Egipto al Atlántico, estuvieron en poder de unas pocas familias de acaudalados y explotadores esclavistas y latifundistas romanos.

Pero su gozo quedó en un pozo puesto que rápidamente los vándalos que añoraban recuperar su “Vandalusía” fueron barridos del norte de África hasta la total disolución de su pueblo por Justiniano, aquel gran emperador romano de oriente, quien reconquistó de nuevo incluso la Bética. Así quedó el nombre de “Vandalusía” grabado en los dialectos bereberes norteafricanos. El término bereber es la evolución del vocablo romano “bárbaro” con el que se designaba a las tribus nómadas de la Mauritania. Pero poco duraría la Mauritania bajo el nuevo dominio bizantino porque en los siglos séptimo y octavo los árabes de Mahoma derrotaron al imperio romano oriental arrebatándoles muchas de sus posesiones, entre ellas todo el norte africano. En esos territorios se organizó inmediatamente un ejército de bereberes capitaneado por algunos árabes, enemigos de todo lo romano y de todo lo cristiano para diferenciar lo máximo posible su joven religión continuista del judaísmo y del cristianismo, y ese ejército saltó a la península para conquistarla, dejar de llamarla Hispania y denominarla como los mauros la llamaban anteriormente pero con el nombre debidamente arabizado “Al Ándalus”, o Andalucía con el sufijo genitivo en su evolución latina (“ia” tierra de), territorio que abarcó toda la parte peninsular, ahora en poder de aquellos árabes, sirios y bereberes, desde Gibraltar hasta Asturias, desde Granada hasta Gerona, desde el Algarve portugués hasta el Cantábrico. Aclaremos otra vez por tanto que Andalucía no era, ni tampoco sigue siéndolo para los actuales musulmanes, el territorio de la antigua Bética, sino toda la península.

Andalucía, es decir, el espacio peninsular en poder de los moros, poco a poco fue perdiendo territorios. En lo político primero fue un emirato dependiente del imperio árabe, después se independizó con Abderramán, después se proclamó califato, después alrededor de 40 mini reinos independientes que nacían, guerreaban entre sí y dentro de sí, se expandían, se contraían y morían, después una provincia del imperio almorávide, después otros tantos mini reinos también independientes donde seguían matándose los unos a los otros, después una provincia del imperio almohade, después otros mini reinos hasta que sólo quedó el reino de Granada, vasallo de Castilla, poco después de la batalla de las Navas de Tolosa. Precisamente en aquellos momentos lo que quedaba de la Andalucía árabe/bereber lo formaba el territorio de las taifas de Sevilla y de Córdoba que pronto cayeron bajo la espada del castellano Fernando III. A estas taifas los cristianos les siguieron llamando Andalucía, pero no así a las taifas de Granada, Málaga, Jaén y Almería que ya se fundieron en las de Granada y Jaén. A título de curiosidad, la de Málaga se unió a la de Granada después de unas gratificantes negociaciones a filo de espada y de miles de gargantas cortadas y cuerpos destrozados, según era tradición en las maneras de proceder dentro de aquel pacífico paraíso donde "convivían armoniosamente" las tres culturas, como nos cuentan los actuales manipuladores de la historia. Estas demarcaciones siguieron llamándose reinos de Granada y de Jaén hasta la división territorial administrativa de Javier de Burgos en 1.839. Algunos registradores y notarios siguieron utilizando la inscripción "Reino de Granada" hasta finales del siglo XIX. Vamos, que jienenses, malagueños, granadinos y almerienses no llevamos ni doscientos años siendo andaluces, y lo somos por decreto ministerial, mientras que sevillanos, cordobeses, onubenses y gaditanos lo son desde hace unos mil trescientos años ininterrumpidamente.

Ahora pregunto: ¿Andalucía es un pueblo, querido Blas? Quizás el formado por los descendientes de aquellos cristianos viejos que aquí habitaban antes de las expulsiones de moros y judíos, bastantes conversos y muchos, muchísimos repobladores del norte. La mayoría de los apellidos de los actuales andaluces son gallegos, castellanos, incluso godos. El sufijo “ez” de Jiménez, Pérez, Rodríguez, Fernández, Martínez, Ramírez, etc. es el genitivo godo, que significa “hijo de” (sin doble intención, conste), así Fernández es el hijo de Fernando, o Rodríguez el de Rodrigo, o Rodericus, para ser más exactos. 

El pobre Blas era un nacionalista del momento, de aquellos románticos del siglo XIX y principios del XX, un noventayochista apesadumbrado con la idea de que España era el resultado de una derrota, un error histórico, embriagado con las independencias americanas, especialmente con la cubana, y seguidor de los nacionalismos gallego, vasco y catalán, continuistas del proceso de desintegración de España que se iniciara en Argentina y terminara en Cuba y Filipinas, fascinado con el cuento de Al Andalus y con el islam, hasta el punto de que, a pesar de que su hija lo ha desmentido, existen pruebas fehacientes de que el día 15 de septiembre de 1924, durante una estancia en Marruecos, se convirtió a esa religión en la mezquita de Agmat, ante la tumba de Al-Mutamid, último rey musulmán de la taifa de Sevilla, en un acto de directo homenaje a aquel cadáver, cambiándose el nombre de Blas por el de Ahmed (¡ay Blas, que te vas!). Antes de eso solicitó su entrada en una logia masónica perteneciente al Gran Oriente de España llamada Isis y Osiris. Creo que no era Andalucía quien necesitaba una orientación espiritual y cultural precisamente, querido Blas. Tú eras quien las necesitaba, además de una orientación psiquiátrica.

Pidiendo perdón de antemano, usando un tono irónico con cierto fondo de amabilidad e intentando dejar al margen la inocencia del sentimiento de muchos andaluces de hoy en día, repito: ¡Ay Blas, que te vas!... y te fuiste, sí, te fuiste de la razón. Y diste una bandera a tu sueño diciendo que el verde era el color de los Omeya, precisamente de aquel Abderramán que, para desgracia de los cristianos y mediante un sangriento golpe de estado, pasó a cuchillo a árabes, a judíos, a bereberes, a los propios cristianos y a todo el que se antepusiera a sus pretensiones. Por cierto ¿de dónde sacaste eso de que el verde era el color de los Omeya? Y diste el blanco al centro de la bandera afirmando que era el color de los estandartes del imperio almohade, según se deduce de tu excelsa cultura histórica y de esos datos tan fehacientemente contrastados que traes a colación para ello, supongo que en honor a que lo que quedaba de la originaria Andalucía era una provincia más de su imperio con capital en el actual Marruecos sin independencia de ningún tipo, claro que Miramamolín corría despavorido ante la embestida de Sancho de Navarra en las Navas de Tolosa, quizás por ello en medio del blanco debiste poner un toque de marrón, en deferencia al acongojo del emperador almohade…, ah, sí, quizás lo tapaste con un escudo donde aparece un tal Hércules, más conocido por Melkart o Heracles, lo digo por aquello de las columnas, a pesar de que una de ellas representa al continente africano… ¡uy, uy, uy!. Bien. Nada que objetar a tu elección cromática salvo que si hubieras tenido visión de futuro podías haber puesto en la bandera algo de amarillo por ser el color del sol que tanto beneficio turístico nos aporta en nuestros días, y por qué no el fucsia si fue el color de la corbata que llevaste el día de tu boda, si es que fue de ese color, querido Blas. Bandera, por cierto, que nunca existió hasta que el bueno de Blas la inventó, eso sí, nos hacen cantar que vuelve tras siglos de guerra. Y yo me pregunto ¿Cómo puede volver algo que nunca se fue por la sencilla razón de no haber existido? Cosas veredes, amigo Sancho, cosas veredes...

Pero lo que me provoca sonrojo y otras veces pena, las que más, es contemplar cómo todo un Parlamento por unanimidad declaró padre de la patria andaluza al bueno de Blas, y de cómo lo homenajean cada año el día 28 de febrero, por ser aquel día en el que el pueblo andaluz NO votó conforme a la legalidad existente para que el primer Estatuto de Andalucía se redactara de conformidad con el artículo 151 de la Constitución Española de 1978. Preguntemos a todos los andaluces si saben qué dice y qué significa el artículo 151 de nuestra Constitución o si saben su verdadera historia, o la del bueno de Blas, o la verdadera historia de su Andalucía, desgraciadamente hoy nuestra, para mayor gloria de "EREs" fraudulentos, políticos ladrones y demás devaneos.

Como dijo Cicerón, “no saber lo que sucedió antes de que uno naciera equivale a seguir siendo un niño para siempre”, niños a los que fácilmente se les puede engañar con un simple caramelo. A veces es mejor no saber, puesto que sabiendo todo esto más de uno, una, o “une”, preferiría llamarse bético (habitante de la Bética) antes que andaluz (similar a vándalo en su estricto significado etimológico), aunque los sevillistas del Sánchez Pizjuan tendrían mucho que decir sobre el tema. 

José Manuel Rubio López.
   30-01-2015

1 comentario:

  1. Gracias a los amigos que me habéis comentado algo sobre esta mi divagación. Respecto de la bandera de Andalucía decir lo siguiente:

    Verde Islam, verde Omeya, verde paraíso andaluz, blanco Magreb, verde y blanco, esperanza y paz, estandartes de la taifa de Almería, incluso así serían algunos estandartes de la de Granada, junto a los estandartes de los colores oficiales, verdes algunos, rojos otros y verdirrojos algunos otros. También algún estandarte verde, o blanco, o verdiblanco ondearía en más de una atalaya mora, con el negro, con el rojo, desde Andalucía hasta Damasco. Verde y blanco de la revuelta morisca, aquella del duque de Medina Sidonia, colores panárabes junto a los citados negro y rojo, colores representativos de las familias descendientes de Mahoma…

    Andalucía nunca tuvo una bandera, por tanto ¿cómo es posible que vuelva algo que nunca se fue por no haber estado jamás? Especulaciones aparte, la verdad es que la actual bandera andaluza fue el resultado de un acuerdo adoptado en la Asamblea de Ronda de 1918 a propuesta del Sr. Infante, creador de la misma y del escudo, alegando las ascendencias Omeya y almohade para justificar dichos colores.

    Por otro lado, la acidez a veces resulta gratificante para aliviar la pesadez de estómago que generan tanta grasa y pringues, igual que lo hace un buen zumo de limón, y también puede servir para aligerar las grasas saturadas con las que pretenden invadir nuestras mentes esos apostólicos líderes con sus figuradas entelequias. Y me pregunto: ¿Qué es más ácido, apostolizar con falsedades históricas o utilizar un poco de ironía típica de nuestra tierra, de esa con la que nos reímos de cualquier apostolado incongruente?

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