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viernes, 9 de septiembre de 2022

EL CALENDARIO


 

 

“Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”

 

Amigo Sancho, lo que es confiar no confíes demasiado pues dicen que el tiempo es una magnitud física, al menos así lo indica la R.A.E. en su diccionario, mas llegó el bueno de Einstein y nos aseguró que dicha magnitud no existe sino que lo que en realidad existe es la magnitud espacio-tiempo, y tras él una multitud de sabios dedicados a esos menesteres lo corroboran. Vete a saber. Uno ya no puede fiarse de casi nada en este mundo. A pesar de todo seguimos teniendo relojes y calendarios. De los primeros poco sé por pertenecer al mundo de la ingeniería y de la técnica pero de lo segundo sí que voy a hablarte algo sobre su historia.

 

También dicen que Rómulo fundó la ciudad de Roma allá por el siglo VIII AC… Como siempre: mitos y leyendas. Que el personaje de Rómulo existiera parece ser cierto, que fuera el fundador de la ciudad o el primer rey romano es algo que está por confirmar, más bien yo diría que no, y de que Numa Pompilio existiese y fuera su sucesor tampoco tenemos certeza absoluta. Y afirman que fue el tal Pompilio quien organizó el primer calendario romano con doce meses. Mejor decir que bajo su mandato, o bajo sus órdenes, algún erudito personaje debió ser quien hizo tal división. Quién sabe. Lo cierto es que dos mil años antes los sumerios, allá por donde hoy está Irak, ya utilizaban la docena de meses pues alternaban con el decimal el sistema sexagesimal, múltiplos de 6, algo mucho más correcto para otras tantas mediciones matemáticas.

 

Y es que aquellos romanos eran cabezotas y siempre se caracterizaron por aferrarse a sus más arraigadas tradiciones, entre ellas lo decimal. Todo se medía en múltiplos de diez y naturalmente el año también. Tampoco se fijaban mucho en el sol y el año lo medían a través de las fases lunares. Diez meses con 304 días y un período extra que ni era un enorme mes ni era nada, días tontos, días muertos, a la espera de la llegada de marzo, porque marzo era el primer mes del año romano antiguo ¿Que cuáles eran esos diez meses antes de que Don Pompilio le añadiera al año otros dos? Pues eran estos:

 

·     * Martius (marzo): en honor a Marte, dios de la guerra. Justo con la entrada de la primavera, el comienzo de la vida y cuando aquellos impetuosos romanos iniciaban las campañas de guerra. Parece ser que por aquellos entonces no les gustaba mucho darse de palos con los fríos invernales.

 

·     * Aprilius (abril): en honor a la diosa Venus, o Apru en idioma etrusco, un pueblo más al norte que ejercía el poder sobre la primitiva Roma. La guerra y el amor eran las principales pasiones de aquellas gentes de ahí que sus dos primeros meses los dedicaran a los dioses más adorados, más estridentes y excitantes.

 

·    *  Maius (mayo): en honor a los mayores, es decir, a sus antepasados. Y es que estos individuos veneraban a sus antepasados por encima incluso de a cualquier dios (mores maiorum o costumbres de los antepasados, vamos, tradición por encima de todo). Creían que sus padres, y los padres de sus padres, los observaban desde el otro mundo y para ellos el honrarlos, dar honor a su estirpe, a su familia, era el motor que guiaba sus vidas, el foco que dirigía todos sus actos.

 

·    *  Iunius (junio): por supuesto, no podía faltar la diosa Juno. Si la familia era lo más importante en la vida de un romano, la diosa de la familia debía ser una de las divinidades principales, y más aun si era la reina de los dioses y del cielo, la protectora de Roma.

 

Supongo que se cansaron de tanto dios. Bastante tenían ya con los nombres de los días de la semana. La verdad es que aquellos romanos, en comparación con el fanatismo religioso de los pueblos de la antigüedad, eran unos auténticos agnósticos. Temían más que amaban a los dioses. Si los griegos incluso los odiaban, los romanos sumergidos más aun en el mundo de lo material y de lo práctico pasaban de ellos. De hecho Roma llegó a tener más de 30.000 dioses oficiales puesto que absorbían a los de los pueblos conquistados o federados. Allí los tenían, en sus templos, manteniendo ritos y sacerdotes más o menos poderosos, pero el ciudadano romano procuraba pasar la vida al margen de las divinidades lo cual resultó fundamental para el nacimiento de su Derecho, hoy el nuestro, enfocado a las normas de los hombres y no tanto a las de los dioses. Por tal motivo llamarían al resto de meses simplemente de forma numérica: quinctilis al quinto mes, sextilis al sexto, septembris, octobris, novembris y decembris. Por el momento no consideraron a más dioses dignos de tener su propio mes.

 

Y Don Pompilio añadió dos meses más al final de la lista para cubrir aquellos días tontos, naturalmente en honor a otros dos dioses. Si Juno era la diosa protectora de Roma, Jano fue su homólogo masculino además de ser el dios del presente y del futuro (qué cosas, diría Rappel), y en su honor nació el mes de januarius (enero), mientras que februarius (febrero) responde al dios Februo, dios de lo puro. Precisamente en las fiestas de februarius, se celebraban las purificaciones con baños de agua que lavaban todo lo impuro del año viejo y alguna que otra mugre y cascarria para comenzar el año nuevo en marzo todos limpios. Por eso mismo, por ser dichas fiestas en febrero, el último mes del año, las llamaban Terminalia, dedicadas al dios Términus, dios de las fronteras y de las lindes. Hoy mantenemos palabras como terminar, término municipal, etc. Así que gracias a Don Pompilio tenemos doce meses siendo marzo el primero y febrero el último.

 

Además definió el año con meses de 29 o 30 días cada uno, pero aquello no funcionaba demasiado bien puesto que pronto se dieron cuenta de que faltaban días para cuadrar su año que sólo tenía 355. Por tal motivo el pontifex maximus cada dos o tres años, o bien cuando le daba la gana, incluía un mes en mitad de febrero justo antes de las fiestas de la Terminalia, un “mensis intercalaris” (mes intercalado) al que llamaron mercedonius (mes de trabajo). Pero ¿quién era el pontifex maximus? La entrada principal a la primitiva Roma se hacía a través de un puente sobre el río Tíber. Por él pasaban todos los carros cargados de mercancías. Era la aduana, y los encargados de controlar la aduana y cobrar las correspondientes tasas o prebendas eran unos funcionarios llamados pontífices (los del puente). Al mismo tiempo eran sacerdotes encargados de mantener los cultos de distintos dioses y su jefe, el jefe religioso, era el pontifex maximus, título que hoy sigue ostentando el Papa de Roma.

 

Antes de seguir te aclaro unas cuestiones. Con anterioridad a que midieran el año por el sol, y con él la división en los doce meses, los romanos lo ajustaban basándose en la luna como antes te dije. A los primeros días de cada mes los llamaban calendas (de ahí viene la denominación de calendario) y coincidían con el último día de luna nueva, así el mes comenzaba justo cuando ésta empezaba a crecer. Más tarde y a pesar de que cambiaran el calendario, siguieron llamándoles calendas a los primeros días de cada mes. A los días del cuarto creciente exacto los llamaron nonas y a los días de plenilunio los llamaron idus. Finalmente los idus quedaron fijados los días 15 de marzo, de mayo, de julio y de octubre, y los días 13 fueron los idus del resto de los meses. Famosa es la anécdota de aquel adivino que le dijo a Julio César: “los idus de marzo no te son propicios”, día en el que lo asesinaron.

 

Y ahora te preguntarás, amigo Sancho ¿cómo es que enero y febrero pasaron de ser los últimos a ser los primeros meses del año?  Pues se debe a un suceso que ocurrió en nuestro reino. En tiempos de la República romana y a comienzos de cada año, es decir, de marzo, los romanos elegían a dos cónsules para dirigir la política de Roma, más o menos como dos presidentes del gobierno simultáneos. Durante su mandato cada mes gobernaba uno de ellos y en el transcurso de ese mes el que se apartaba del mando mantenía el derecho de veto respecto de lo que hiciera el otro. Una de las misiones del cónsul era organizar el ejército lo cual evidentemente necesitaba su correspondiente preparación con la debida antelación. Recuerda que empezaban a guerrear en marzo, concretamente tras los idus de ese mes. Recuerda también que después de la Segunda Guerra Púnica (201 AC), Roma se lanzó a la conquista de nuestras tierras y es evidente que les quedaban algo lejos.

 

Las guerras ya no se hacían a unos pocos kilómetros de Roma y la preparación de los ejércitos era bastante más compleja. Necesitaban más tiempo para organizarlos y trasladar los enormes contingentes a cientos o miles de kilómetros. Así que el Senado decidió adelantar las elecciones al consulado dos meses dando así a los gobernantes un plazo más amplio para elaborar sus planes militares y la correspondiente intendencia. Por cierto, el protocolo para aquellos candidatos les obligaba a llevar una túnica blanca o cándida, de ahí esta forma de llamar a los elegibles que aun mantenemos en la actualidad. 


Fue a primeros de enero del año 153 AC cuando por primera vez dejaron de elegir cónsules en las calendas de marzo, concretamente a Quintus Fulvius Nobilior cónsul de Roma tras la rebelión de Segeda, una localidad que se encontraba junto a nuestra Zaragoza. Desde aquel momento, a pesar de ser una decisión política sin que interviniera el pontifex maximus, con las elecciones al consulado enero empezó a considerarse poco a poco como el primer mes del año desplazando a marzo al tercer lugar. Y de esta manera, con tales apaños, fueron sobrellevando el almanaque durante unos seis siglos hasta que tuvo que llegar Julio César a poner algo de orden, pues él también fue pontifex maximus. Así que ordenó dar 30 días a los meses pares, 31 días a los meses impares y al que aun muchos consideraban último mes (februarius) el resto de días, es decir, 29.

 

Ahora bien, supieron desde el primer momento que tampoco ese cálculo era exacto puesto que estimaron el año en 365 días y un cuarto, por lo que debían añadir un día extra cada cuatro años para cuadrar el año solar. Y lo hicieron en el que todavía consideraban el primer mes del año, en marzo, justo cuando terminaban las fiestas de los idus, al sexto día, por lo que a ese día extra lo llamaron el día dos veces sexto, o bissextilli, lo que explica el nombre de bisiesto.

 

Tras las oportunas discusiones, finalmente concretaron el calendario al que llamamos “Juliano” en honor a Julio César de esta forma, con 32 días para marzo en año bisiesto:

 

Januarius

31

Quinctilius

31

Februarius

29

Sextilis

30

Martius

31

Septembris

31

Aprilius

30

Octobris

30

Maius

31

Novembris

31

Iunius

30

Decembris

30

 

A la muerte de Julio César, el Senado lo proclamó dios y bautizaron al mes quinctilius con su nombre. Igualmente hicieron con el mes sextilis a la muerte de Octavio Augusto. Pero fíjate en el detalle, amigo Sancho, sextilis tenía sólo 30 días y, por supuesto, no iba a ser menos que el mes de Julio César que tenía 31, por lo que el mes de Augusto pasó a tener también 31 días, y ese es el día que le afanaron al denostado febrero que pasó a tener desde entonces 28 y, como aquello quedaba poco estético, reorganizaron los días del resto de meses para que no hubiera tres seguidos (julio, agosto y septiembre) con 31 días. Finalmente al pobre febrero, para compensar, le dieron el día bisiesto y dejaron a marzo con 31 para los restos.

 

En 1582, el Papa Gregrorio XIII, otro pontifex maximus, a indicaciones de la Escuela de Salamanca concretamente de Pedro Chacón, ordenó la medición exacta del año solar quedando delimitado en 365 días, 5 horas, 49 minutos y 16 segundos, es decir, los sabios de Julio César se equivocaron en 0,01 días. Y de este modo llamamos Gregoriano a nuestro calendario.