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jueves, 6 de septiembre de 2018

ENTRE FACHAS, PROGRES Y GILIPOLLAS



"Cada uno es como Dios le hizo, y aún peor muchas veces"


Aún peor la mayoría de las veces, diría yo, querido Sancho.


Hoy quisiera hablarte de una de las epidemias más trágicas que asolan nuestro reino desde tiempos pretéritos y que, en esta mi época, se manifiesta con mayor intensidad. Me refiero a los gilipollas. Quien esté libre de haber hecho alguna gilipollez que tire la primera piedra, podría decir cualquier gilipollas, aunque no por haber hecho algunas gilipolleces en la vida se es digno de estar incluido en dicha categoría pues en tal caso todos sin excepción lo seríamos, sino que, más bien, pertenecen a ella los que habitualmente las hacen o aquellos que defienden planteamientos vitales de carácter gilipollesco, los cuales por naturaleza son dignos y meritorios representantes de tal estirpe. También hay gilipollas por inocencia, es decir, por haber bebido de sapiencias engañosas, aunque estos más bien son del tipo "tontolhaba" que es algo así como un gilipollas exento de maldad. Ya D. Francisco de Quevedo nos adelantó algunas cuestiones relativas a tales individuos en su "Genealogía de los modorros". Y como los locos, los gilipollas suelen creer que no lo son.


Nos cuentan algunos lingüistas que del término árabe "yahil", "yihil" o "gihil", que significa "bobo", deriva nuestro "gili", aunque son otros muchos los que afirman que es un término adscrito al caló, de "gil" que significa "necio". Y no es cierto ese bulo de que al órgano viril le llamen polla (gallina) por estar situado encima de los testículos (huevos) sino que afirman que la palabreja proviene de los romances latinos, concretamente de "pulla", que es una vejiga que se hincha, o también una vara inhiesta terminada en punta o capullo. Vengan de donde vengan lo que sí sabemos es que el matrimonio entre ambas palabras se produjo allá por el siglo XIX, apadrinado por D. Francisco Rodríguez Marín, buen poeta y estudioso del folclore, y también sabemos que fue el gran maestro Galdós, en su obra "Misericordia", quien dio el empujón definitivo para que este maridaje léxico se extendiera cual sacramento por doquier, recibiendo una gran acogida por ser expresión que describe fielmente a esa manada pandémica de la que te hablo.


El gilipollas más típico es aquel que habla convencido de ser sabio. Para este individuo todos los que no piensan como él son gilipollas, y en la barra del bar conversa con los amigos manteniendo la sensación interna de estar tratando con pobres gilipollas a los que debe iluminar con su sabiduría. Este tipo de gilipollas se manifiesta especialmente cuando habla sobre cuestiones políticas, principalmente desde posiciones progres, aunque también cohabitan multitud de correligionarios de la gilipollez en otras trincheras ideológicas, pero sucede que éstos suelen darse menos a conocer por la sencilla razón de que el progre gilipollas necesita destacar, bien con sus palabras, bien con su indumentaria, sobre todos los que están a su alrededor para satisfacer y retroalimentar su convencimiento ególatra de superioridad moral e intelectual. Por tal motivo es por lo que hoy te hablo de este tipo de gilipollas, simplemente por ser de los que más abundan, aunque no por ello, querido Sancho, son más gilipollas que los existentes en otras raleas, sencillamente se hacen notar más.


Para estos individuos existe una frontera que determina casi todos los aspectos de su propia vida que no es otra que la que divide al mundo entre progres y fachas. Sí querido Sancho, ya sé que te estás preguntando qué es un progre y qué es un facha pues en la época de tus andanzas no existían vecinos de estas layas. Verás qué rápidamente lo entiendes. Según el progre: él es el bueno y el facha es el malo. El progre es de izquierdas y quiere lo bueno para todos, una especie de cristiano y de revolucionario activo pero alejado de Dios y enemigo acérrimo de los curas y de todo lo religioso, mas no así de lo musulmán, es el defensor de los pobres, de los trabajadores, de las mujeres y de los gays, mientras que el facha es un hijo de Satanás, de derechas, que sólo desea el mal para la mayoría de los paisanos en favor de una minoría: los ricos.

Y obsesivamente califican de facha o de gilipollas a todo el que no piensa como ellos, y se congratulan en comunidad, son felices de compartir sus planteamientos con otros progres, algo así como el gozo de pertenecer a una misma familia donde todos se regocijan de su excelsa hermandad. Para ellos la palabra "facha" es un misil dialéctico que lanzan a todo aquel que no comulga con sus ideas y que, a fuerza de repetirlo, efectivamente provoca dolor o escozor a muchos otros gilipollas que la reciben como destinatarios de tal ataque. Y esta palabra se ha convertido en un insulto como consecuencia de la gilipollez que alimenta las mentes tanto de quienes la disparan como de quienes la sufren.

"Progre" es una abreviatura de "progresista", y según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, en su primera acepción, no es otra cosa que un adjetivo que califica a personas o colectividades de ideas y actitudes avanzadas… (hagamos un respetuoso silencio)… una auténtica laguna conceptual porque ¿qué es en realidad una idea o una actitud avanzada? Se lucieron con ello los académicos, querido Sancho. Pero en su tercera acepción, los mismos eruditos afinan más y dicen que la palabra "progresista" se refiere a un liberal español, concretamente del sector más radical del liberalismo que se constituyó en partido político, y resulta que los liberales se encuadran hoy en día en posicionamientos de derechas. Es decir, los doctos en nuestro idioma llaman progresistas a una parte de la derecha política, mas para nada relacionan el progresismo con las izquierdas, por lo que debemos suponer que estos últimos han afanado el término y han desvirtuado su significado. Y yo me pregunto: entonces ¿Qué son realmente los progres? ¿Son tontos del haba o gilipollas a secas de la izquierda política por llamar fachas a los auténticos progresistas, es decir a los liberales?

"Facha" es una abreviatura utilizada con carácter despectivo del término "fascista". El fascismo ha sido definido como un movimiento político y social de carácter totalitario y nacionalista fundado en Italia por Benito Mussolini tras la Primera Guerra Mundial que después se extendiera a otros países. Bien. Nadie duda que es un movimiento, que es nacionalista y que es totalitario. Pero ¿cuáles son sus fundamentos, en qué consiste? Veamos, amigo Sancho, lo que dicen algunos eruditos politólogos sobre el fascismo.

Para Roosvelt "el fascismo es la propiedad del Estado por parte de un individuo o grupo, o de cualquiera que controle el poder privado". Parece ser que el amigo Franklin no estuvo muy afinado, pues de su definición se deduce fácilmente que dentro del fascismo podríamos incluir al absolutismo monárquico, donde el Estado era propiedad del rey, y al comunismo, pues el partido comunista allá donde gobierna es quien controla todos los medios privados que pudieran existir en el Estado.

Para Ramiro Ledesma, fundador de las JONS, el fascismo se fundamenta en la unión en torno a la "Patria", concepto vago pero que se convierte en algo visceral, es un sentimiento nacionalista de pertenencia a un grupo excluyente. Está en contra de la democracia liberal, del capitalismo y del liberalismo, es decir, de esos mismos que son tildados de fachas por los progres, y del marxismo, o sea, de los propios progres. Vincula a los hombres bajo una dirección autoritaria y disciplinaria "bajo verdaderos jefes", pero nada dice de qué hacer, cómo planificar el modelo social salvo el simple sometimiento a esa jefatura arbitraria. Como el amigo Franklin, parece que Ledesma habla de algo similar al absolutismo monárquico, o al comunismo.

José Antonio Primo de Rivera nos dice que el fascismo está enfrentado al marxismo y a la democracia liberal pues se basa en la unidad en la Patria, algo que trasciende a la lucha de clases y a la lucha de partidos. Una sustanciosa definición.

Trotsky nos dice que el fascismo es toda forma de dictadura contrarrevolucionaria, que estuvo financiado por las potencias capitalistas y que emplea demagogia socialista, pero nada dice tampoco de cuáles son sus fundamentos ideológicos.

Roger Griffin define al fascismo como "una forma revolucionaria de nacionalismo que pretende ser una revolución política, social y ética, fusionando al "pueblo" en una dinámica comunidad nacional bajo el mando de las nuevas élites infusas en valores heroicos". Corramos un tupido velo.

Moisevich y Federovich, en su "Diccionario Filosófico" cuyo fundamento es el XXII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética nos cuentan que el fascismo es "una dictadura terrorista desatada por los grandes monopolistas y financieros cuando asumen definitivamente las riendas del Estado al llegar el capitalismo a su última fase como una forma de impedir la revolución socialista". Cuánta chicha ideológica.

Y no te caliento más la mollera, amigo Sancho, con otras tantas desacertadas definiciones pues ni en estas ni en ninguno de los textos que he podido explorar he encontrado una definición satisfactoria de qué es el fascismo como doctrina política salvo etéreas afirmaciones sobre la patria, sobre el control del Estado y sobre el sistema dictatorial, por lo que me remito a darte la del mismísimo padre de la criatura, de quien supongo algo entendería de su hijo, es decir, la del propio Benito Mussolini quien dejó dicho lo siguiente para escozor de muchos gilipollas actuales:

"Durante toda mi vida fui socialista internacionalista. Cuando estalló la Gran Guerra (Primera Guerra Mundial) vi que todos nuestros partidos internacionalistas se convirtieron en socialistas nacionalistas. Eso me pasó a mí y eso es el fascismo"

Cosas veredes, amigo Sancho…


miércoles, 21 de febrero de 2018

EL CASTIGO DE LAS FABLAS




 

"Si a los cultos estuviera confiado dar aliento a los idiomas, todavía estaríamos hablando en latín. Pero el vulgo romano lo dejó hablado y vulgar por las tierras, y los bárbaros dieron en equivocarlo. Más hicieron los bárbaros con su ignorancia fecunda que Quintiliano y Varrón con su equivocada sabiduría."


 
De esta manera habló Don Alfonso Reyes Ochoa, querido Sancho, a quien llaman el regiomontano universal, un español mejicano que con su palabra engalanó nuestra lengua. Y de lenguas que no separó la torre de Babel y de lingüistas maldicientes quería hablarte, que para mayor desgracia de nuestro reino haberlos hay los en abundancia. Presuntos eruditos que envían a sus borregos a rondar por escuelas, radios, televisiones y parlamentos con viperinas lenguas dirigidas al engaño. Algunos pretenden e incluso consiguen trabar, dominar y matar las otras lenguas para así imponer la suya más o menos inventada, y con ello crean falsos escenarios basados en maleables sentimientos de identidad con los que distraen y emboban al menguado en sapiencia y rico en inocencia, que también mucho de eso abunda por aquí. Mientras tanto, por detrás, mangonean a manos llenas.
 
Así vivimos en esta época de tortura y de castigo lingüístico pues ¿qué peor julepe puede atenazar el sosiego del alma que ver cómo se alimentan odios en nuestros hijos y hermanos con ponzoñas sobre algo tan natural como son las formas de hablar? Y es de esta suerte que rebuznan animosos en liceos y universidades, rebuznos que nos hacen digerir en forma de mentiras, fraudes y ficciones con las que los muy doctos nos instruyen, aunque yo prefiero decir que más bien como asnos nos doman, justo con esos engaños con los que ellos mismos, ignorantes y presumidos académicos al servicio de políticos petardos, fueron domados cuando los estudiaron como verdades auténticas en sus años mozos de escuela. Mientras tanto, los pocos que infunden la farsa de los idiomas y los muchos que la difunden, consienten y apadrinan se desternillan con nosotros a mandíbula llena y acumulan peculios, haciendas y demás caudales a costa de los nuestros propios.
 
Aunque ya lo sabes te cuento de nuevo que allá en la antigüedad las gentes de lo que hoy es nuestro reino se entendían cada cual a su manera. No conocemos sus idiomas, fablas o jergas, ni sus expresiones, ni tampoco sus construcciones gramaticales, pero pensamos que racionalmente debía existir una multitud de formas. Las lenguas evolucionan en grupos más bien cerrados, progresan y se diversifican más cuanta menos comunicación existe entre los círculos de hablantes.
 
Eso es lo que debía suceder en aquel tiempo de casi inexistente escritura, cuando un jinete a caballo era el medio más rápido para enviar mensajes, cuando los escritores griegos llamaban íberos a todos nuestros abuelos y los cartagineses hispanos sin distinción, cuando Roma pisó por primera vez este suelo. Cientos de tribus y de pueblos neolíticos merodeaban por aquí, vecinos o alejados los unos de los otros, algunos un poco más civilizados que el resto, dispersos por toda la península, con distintos dioses, costumbres y seguramente distintos idiomas y jergas, guerreando a menudo entre sí o comerciando muy de vez en cuando, muchos de ellos inconexos, ocultos en oscuros valles, en escarpadas montañas o en llanuras con distancias de días o semanas a pie para poder hablar con sus vecinos.
 
Y fue en ese batiburrillo de gentes cuando sobrevino el poder de Roma. Roma construyó España a base de dominar a estos pueblos, por la fuerza de las armas a muchos de ellos y por la imposición de su cultura, de su Derecho y del latín como lengua vehicular para los negocios, para la actividad administrativa, para las relaciones con el imperio y, finalmente, con la Santa Madre Iglesia. Y el latín, tras seis siglos en los que nuestros abuelos fueron más o menos romanos, se impuso poco a poco, con distinta intensidad según el lugar, aunque es razonable pensar que las lenguas primitivas de aquellas gentes siguieron vivas en el día a día de su entorno inmediato, diversificándose cada vez más, agotándose poco a poco por ser lenguas más pobres que comenzaban a despreciar los lugareños quienes preferían la lengua romana por ser un instrumento más eficaz, además de ser el idioma con el que todos debían entenderse.
 
Por supuesto un latín cada vez más vulgarizado y más diversificado según Roma iba perdiendo poder hasta que la administración del imperio dejó de existir. Entonces aquellas gentes que antaño tuvieron algunos nexos comerciales, religiosos y administrativos entraron de nuevo en un proceso de atomización y de aislamiento como consecuencia del feudalismo creciente. Sus lenguas, sus dichos y sus acentos más o menos romanos se diferenciaban cada vez más entre sí, de valle a valle, de región a región, de aldea en aldea, hasta regresar de nuevo a una ensalada de idiomas, o lenguajes, jerigonzas, dialectos o como quieras llamarles, todos ellos unidos por un latín vulgar mezclado con arcaísmos, con nuevos vocablos y con acentos y expresiones lugareñas, un latín que la Iglesia seguía manteniendo como lengua vehicular pero que las gentes de las villas cada vez lo entendían menos transformándolo cada cual a su manera y antojo.
 
Entonces llegó el islam que estuvo algo menos de ocho siglos en mi tierra granadina, pero no en toda España como habitual y sibilinamente se da a entender. En el norte sólo estuvo unos años. Pasados otros tres siglos, más de media España era de nuevo cristiana y en cinco el islam sólo regentaba algunas zonas del sur. Un islam de élites que sustituyó el latín por el árabe para las cuestiones administrativas y religiosas pero no para la vida cotidiana de la mayoría de la población, gran parte de ella bilingüe, que continuaban hablando ese potaje de derivados del latín vulgar a los que llaman lenguas "romans", o romances, algo que sucedió en toda Europa, algo sobre lo que pululan numerosas teorías basadas en unos pocos documentos escritos. No entremos en esas teorías, amigo Sancho, por ser devaneos entre lingüistas del que poco provecho sacaríamos, pero sí te hago un paréntesis para contarte a grandes rasgos lo que sucedió con el idioma romano en nuestro país vecino, por ser de interés para la Marca Hispánica y nuestro condado de Barcelona.
 
Sobre el romano idioma de la Galia, Dante Alighieri, allá por el siglo XII cuando aun no existía Cataluña, quiso diferenciar los idiomas romances franceses dividiéndolos en tres grupos según la manera en que pronunciaban la palabra: "sí". Llamó lenguas del "oïl" al "puturrú" que formaban los idiomas lugareños de aquellos galos de Asterix y sus vecinos, es decir los del norte francés, mientras que a la jerga que chapurreaban en la mitad sur de Francia y en los condados españoles de la Marca Hispánica les llamó lenguas de "oc". Dejemos de un lado las lenguas del "si" de la parte más cercana a lo italiano por ser demasiado engorro. La verdad es que decir "oïl" y "oc" es como decir el "pues sí" del castellano puro o nuestro "poh zí" del sur, ya que se trata sencillamente de la diferente pronunciación del "hoc" latino en el sur francés y del "hoc ille" en el norte galo que después diera el famoso "oui de la France". Convendrás conmigo, amigo Sancho, en que el "hoc" latino es una afirmación a la manera de cuando decimos "pues esto" y el "hoc ille" es como decir "pues esto y aquello". Ahora las gentes también dicen en sentido afirmativo "pos vale".
 
Además de esas lenguas los galos mantuvieron las mezclas de sus antiguas verborreas con el latín y tenemos constancia de que en Francia hablaron, y muchas gentes siguen hablando, el borgoñón, el champañés, el berrichón, el galó, el anglo normando, el jèrriais, el loreno, el francino o francés que se impuso por la fuerza jacobina tras la Revolución Francesa al ser la lengua de París donde siempre moraban el rey y la corte, el auriagnis, el dgèrnéasis, o el sercquiais como idiomas del refinado "oïl" o "pues sí". Por el contrario, en el sur francés hablaron y siguen hablando las lenguas del "oc", o del "poh zí", es decir, del que hoy llaman idioma occitano. Entre estas lenguas del "oc" se encuentran el auvernense, el lemosín de Limoges del que dicen que el provenzal y el barceloní son dialectos, el vivaroalpino, el delfinés, el gascón, el aranés, el bigorrés, el bearnés, el languedociano o el shuadit judeo-francés.
 
Precisamente en ese presunto referéndum, o como se llame aquel esperpento separatista que aconteció en nuestra Cataluña de 2017, las posibles respuestas de las papeletas se mostraban en catalán: sí/no (que traducido al español es sí/no) y en aranés que como antes te dije es una especie más de occitano: òc/non (y que traducido al español del sur es "poh zí" o "poh no", aunque en el valle de Lecrín granadino dicen "poh hí").
 
Centrándonos ya en nuestro reino bien sabes que bajo una única denominación, la de mozárabe, llaman a los diferentes guisos lingüísticos latinos que hablaban los cristianos de Al Andalus, aunque también los hablaban los no cristianos pues aun siendo conversos al islam pocos utilizaban el árabe salvo para rezar. En el oeste de España las lenguas derivaron hacia el gallego, del que después surgió como dialecto el portugués, hacia el asturiano o bable y hacia el astur leonés al que algunos también lo identifican con el bable mientras otros sostienen que es distinto.
 
Entre el sur de Álava, el norte de Burgos y La Rioja nació el castellano, con esas vocales abiertas y claras de los idiomas vascos, pues numerosas variedades de vascuence existían desde tiempos inmemoriales, tales como el vizcaíno, el labortano, el suletino, el navarro o el roncalés, entre otras, y todas ellas sobrevivieron hasta que en el Congreso de Aranzazu de 1.968, sí amigo Sancho, curiosamente bajo la bendición del dictador Franco, se les dio sentencia de muerte con la unificación y construcción de ese revoltijo medio inventado que llaman euskera y que enseñan a las pobres criaturas en sus escuelas.
 
En el levante español nacía el valenciano y el mallorquín con la etiqueta de ser los idiomas más viejos que tenemos en España después del castellano y del gallego, además del ibicenco, el menorquín y las variedades o dialectos del lemosín y provenzal occitanos como es el barceloní, una de las lenguas romanas más habladas en el condado de Barcelona pero no la única, pues desde aquella época medieval Barcelona nunca tuvo un único idioma. Te recuerdo que Cataluña no empezó a existir hasta entrado el siglo XIII y por ello hablamos del condado de Barcelona, epicentro de todos los condados de la Marca Hispánica.
 
Sí, querido Sancho, en lo que hoy es nuestra Cataluña convivió junto al barceloní el resto de romances occitanos y no occitanos. Por ejemplo, si mirásemos de norte a sur veríamos cómo se iban diseminando las lenguas, cómo se iban mezclando las unas con las otras y transformando según avanzamos atravesando Barcelona hasta llegar a tierras de más al sur con las lenguas mozárabes, pasando al castellonenc, al tortosí, al propio valenciano, incluida su variante meridional, al alicantín o al panotxo murciano. Y junto a ellas vivió el árabe, el hebreo en sus variantes sefardíes, los romances italianos por las muchas relaciones comerciales y universitarias que se mantenían y el castellano… ¿el castellano? Sí, amigo Sancho, el idioma de Don Miguel de Cervantes, con el que tan acertadamente escribiera tus hazañas, se hablaba en aquellas bonitas tierras españolas tanto o más que el resto de los idiomas, lo cual muy bien conoces directamente por tu ilustre mandato como gobernador de la ínsula de Barataria, sita allá en el Ebro, y tu muy emocionante y aventurada estancia en la capital condal.
 
En el siglo XII los poetas de aquellas benditas tierras catalanas seguían escribiendo en occitano, y en las cortes de Barcelona lo hablaban por ser la lengua más culta y prestigiosa entre las élites. El resto de aquellos españoles se comunicaban a través de las verborreas romances y mozárabes. Date cuenta, amigo Sancho, que la inmensa mayoría de la población nacía, vivía y moría analfabeta y pocos esfuerzos invertían en refinamientos. Jaime I de Aragón, ya en el siglo XIII, fue quien desplazó el occitano de las cortes barcelonesas por ser idioma más francés que español y, como hiciera su buen amigo Alfonso X con el castellano en su propio reino, dio prioridad al romance barceloní que ya empezaba a ser llamado catalán. Y es que Jaime "el conquistador", supuesto monarca de esa ridícula farsa que hoy difunden en las escuelas catalanas llamada "corona catalano-aragonesa", era un español de pro y enemigo de todo lo francés. Además de ser suegro y gran amigo del castellano Alfonso X "el sabio", colaboró con Castilla en la pacificación de Murcia que, como él mismo dejó escrito en su Llibre dels Fets, lo hizo por dos cosas: "la primera cosa per Deu, la segona per salvar Espanya".
 
Convendrás conmigo, amigo Sancho, en que el catalán nunca fue la lengua única de Cataluña sino una lengua española más de las que allí se hablaba. Si nos asomamos al archivo de la corona de Aragón encontrarás documentos de la época escritos en latín, en parla aragonesa, en hebreo y en catalán, pero también podrás comprobar que la inmensa mayoría están escritos en castellano. El mismo Jaime escribía en catalán las cartas a su hijo mayor, en latín a su hijo Sancho, arzobispo de Toledo, y en castellano a sus hijas Sancha, María e Isabel.
 
Y me dirás que por qué causa, motivo o razón el castellano se abrió camino por aquellas tierras sin que por aquel entonces estuvieran presentes Felipe V ni el general Franco "para imponerlo", sencillamente porque todos se entendían en este idioma de pocas vocales abiertas y claras con consonantes fuertes, en contra de la multitud de pronunciaciones del gazpacho de romances, unas formas de hablar con muchos más matices en sus vocales y con consonantes suaves que confundían a cualquiera, por eso un idioma sencillo y raro como era el castellano se abrió paso de manera voluntaria entre las gentes no sólo en Cataluña, sino en Aragón, en Galicia, en Valencia, en las Baleares y en todas las zonas reconquistadas, además del prestigio, de la utilidad comercial y diplomática, del refinamiento y de la ostentación que suponía hablar el idioma predominante en el reino más poderoso de España.
 
Así el catalán, desde el siglo XVI al XVIII va desapareciendo como idioma más usado en las cortes de Barcelona y en la vida administrativa, siendo el propio Antonio Capmany en su obra de 1.779 "Memorias históricas sobre la marina, comercio y artes de la antigua ciudad de Barcelona" quien dice que "el catalán es un idioma antiguo provincial, muerto hoy para la república de las letras" y en la "Historia de la literatura catalana" de Marti de Riquer y Antoni Comas se indica que "el catalán había perdido su condición de lengua cultural y se había convertido en un idioma provincial y plebeyo, rancio y semimuerto". 
 
Por tanto, amigo Sancho, convendrás conmigo en que el catalán era un romance más, inicialmente el barceloní, que adquirió fuerza en la vida administrativa y después artística por ser un idioma español que desplazó al occitano francés del imperio carolingio y que se fue diluyendo y distorsionando nuevamente como consecuencia de la asunción voluntaria del castellano por parte de las gentes del pueblo, al igual que sucedió en el resto de España, hasta que Pompeu Fabra, un ingeniero industrial metido a filólogo, pero muy separatista él, escribió en 1.912 su "Gramática catalana" en un intento de dar a Cataluña un idioma basado en lo que quedaba de aquellas lenguas romances que aun se mantenían fuertes en bastantes sitios y del antiguo catalán con el fin de dar fundamentos a su proyecto nacionalista. Naturalmente, los auténticos filólogos de la época y estudiosos del tema se echaron las manos a la cabeza. Ramón Miquel y Planas lo llamó "maldito reventador de lenguas, promotor de una tiranía odiosa de gramáticos al servicio del independentismo". Antoni María Alcover i Sureda dijo allá por la década de 1920 que "Fabra es uno de los gramáticos más funestos que ha tenido la lengua catalana y ha hecho de la lengua bandera de separatismo y odio contra España". Hoy, querido Sancho, el catalán que enseñan a los niños en las escuelas es el de Pompeu Fabra.
 
Y no es mal asunto unificar idiomas con el fin de entendernos todos, como lo hizo Alfonso X con el castellano para la actividad administrativa, a pesar de que escribía sus poemas en gallego primitivo por ser el idioma más melodioso de aquellos tiempos, recuerda sus famosas "Cantigas de Santa María"; o como hizo Antonio de Nebrija con su primera "Gramática castellana" allá en el año de 1.492, la que desde entonces se estudió en las universidades. Pero unificar, o fabricar idiomas con la intención de generar una falsa identidad que sirva de sustento a un proyecto político, y que este proyecto político vaya dirigido a crear enfrentamientos entre hermanos, odios, guerras civiles y rupturas sociales sólo está al alcance de fascismos, supremacismos y racismos, rasgos típicos que identifican a los nacionalistas, como también lo fueron los seguidores de Hitler, los de Mussolini y hoy lo son los separatistas vascos y catalanes.
 
La diferencia es que los primeros usaron la fuerza de las armas para conseguir sus objetivos y estos últimos, al no tenerlas, lloran como niños caprichosos que se hacen las víctimas y que siempre quieren más y más dulces, más caprichos y más golosinas. Y lo peor de esto es que nuestros gobiernos llevan demasiados años dándoles todo lo que piden y los nenes se han convertido en unos obesos mórbidos y unos monstruos repelentes, estúpidos e insoportables, pero mucho más indecentes son quienes los excusan, los defienden y siguen pactando con ellos. La receta, amigo Sancho, es muy sencilla: una estricta dieta de adelgazamiento y ni un capricho más hasta que recuperen la salud esas magníficas tierras españolas.