Translate

domingo, 31 de mayo de 2015

DEL 711 A PEREJIL





“Si a tu vecinos quieres mal mete tus cabras en su corral”

Así dice el refrán, querido Sancho, uno de los refranes que Don Miguel no incluyó en la novela de tus gloriosas hazañas. Y como no pudieron llegar a nuestro corral, nuestros vecinos metieron sus cabras en la ínsula de Perejil y después algunos soldados, policías o como quisieran llamarlos. En cualquier caso el perejil es esa hierba con la que el gran Arguiñano remata los platos ricos, ricos, cuyas recetas nos descubre en televisión para deleite de paladares. Así, con Perejil, nuestros vecinos adornaron el remate de lo que hasta hoy ha sido un guiso de refriegas y rifirrafes pues no demasiado nos quieren y tampoco demasiado los queremos, como buenos vecinos que ambos países demostramos ser.


Resulta Sancho que mi muy querido maestro me dijo que contigo divagase sobre la “Guerra de Marruecos” pero nada me dijo acerca de cuál de las muchas guerras se refería, por ello he decidido contarte algo sobre más de una riña de las que se conocen, cosa habitual en los patios de vecindad y cotilleo, es decir, litigios y habladurías. Así, disparando a todo lo que se mueve, seguro que con alguna acertaré.


Sabe amigo Sancho que más al sur de nuestra España hay una tierra a la que el imperio romano llamó la Mauritania Tingitania, inicialmente adscrita a la propia Hispania, y que esa tierra alcanzaba desde el océano Atlántico hasta los límites de la provincia de África, donde hoy está Túnez. Al igual que nuestro suelo, inicialmente aquello fue asentamiento de colonias púnicas, como lo fuera Cartago, o Ikosim después llamada Argel donde Don Miguel pasó una larga temporada de obligado retiro. A las gentes que allí vivían los romanos los llamaban mauros, en general, y después moros, y de entre los moros al vecino de las montañas y de los sitios más alejados de la civilización, en particular y al igual que al resto de extranjeros, lo llamaron bárbaro, resultando bereber con la lógica evolución lingüística de esa zona.


Así transcurría la vida en esas tierras estrujadas y explotadas por unas cuantas familias romanas. Ciudades costeras y alguna otra interior inicialmente fenicias y después romanas servían de nudos de comunicación marítima para enlazar rutas comerciales, ciudades alejadas entre sí con débil y escasa conexión terrestre que ejercían su influencia sobre radios de acción territoriales pequeños y, entre ciudad y ciudad, el vacío civilizado y numerosas tribus diseminadas de bereberes. Una vez más te recuerdo Sancho que nosotros llamamos indios a todas las tribus de las Américas, que los griegos llamaban celtas a todas las tribus del norte de Europa y que sabemos que había innumerables diferencias entre sus costumbres, idiomas y rasgos culturales. Aplica esto a los bereberes y acertarás.


Con la disolución de la administración romana, vándalos del norte expulsados de España por visigodos se adueñaron efímeramente de aquellos territorios. Después los mismos visigodos hicieron lo propio aunque nada tardaron los romanos orientales, o bizantinos, en recuperar gran parte de aquellas ciudades hasta que los árabes de Mahoma apoyados por bereberes, unidos ahora bajo la fe del islam y sobre todo por una magnífica oportunidad de rapiña, se adueñaron de ellas. Los árabes nombraron a la Mauritania Tingitania con el nombre de “Reino donde el sol se pone” o “Al Magrib”, es por ello por lo que se le conoce también como “el Magreb”. Y fueron dos facciones posteriores de estos bereberes, los almorávides (morabitos o monjes soldados ermitaños habitantes de las rábidas) e inmediatamente después los almohades (los que reconocen la unidad de Dios), quienes impusieron una tutela más o menos sustantiva en un amplio territorio a través del dominio militar sobre gran parte de la antigua Mauritania Tingitania, incluso con gran expansión territorial en algunos momentos.


Proclamado califa independiente (sucesor de Mahoma) el gran caudillo almorávide Ibn Tashfin funda en 1.062 la ciudad “Tierra de Dios” o “Marrakus” en árabe, conocida por nosotros como Marrakech, instalando allí su corte y dando con ello el nombre de Marruecos a aquellos dominios para ser su capital hasta que Rabat en 1.911 le arrebató esa prerrogativa. Contra Castilla Tashfin unas veces se alió con diversos reyezuelos de taifas que despotricaban en ese producto enlatado que quieren vendernos los estafadores de la Historia llamado “paraíso de Al Ándalus”, y otras veces guerreó contra esos mismos reyezuelos para apoderarse de gran parte de la Bética regando cumplidamente con sangre nuestro suelo, ese líquido que junto con el aceite de oliva y el buen vino tanto ha circulado por estos lares.


Lo mismo hicieron después los almohades, usurpadores del poder almorávide, con su califa Muhammad An Nasir, al que los cristianos llamaron Miramamolín. Sí, querido Sancho, aquel que puso los pies en polvorosa cuando vio al gigante Sancho de Navarra cabalgar como loco hacia su tienda en la batalla de las Navas de Tolosa. Estas guerras fueron las primeras que los españoles cristianos tuvieron contra los africanos del norte cuando estos ya eran algo que podía llamarse más o menos reino de Marruecos, aunque en nada se parecía a lo que hoy es nuestro país vecino, ni cultural ni políticamente hablando. De hecho se les conoce a tales acontecimientos con el nombre de invasiones almorávide y almohade, pero no como conflictos con Marruecos.


Hasta ese momento las desavenencias entre españoles y norteafricanos, como es el caso de la invasión del año 711 y las demás campañas contra Ceuta, contra Melilla y contra el resto de territorios españoles del norte africano no pueden llamarse en ningún caso guerras contra Marruecos, puesto que Marruecos aun no existía y dudosamente lo hizo después durante bastantes siglos como ente político. A partir de los tiempos de Doña Isabel y Don Fernando, España mantuvo diversos enfrentamientos y estableció puntos de control en el norte de África para vigilar el tráfico del Mediterráneo, especialmente para luchar contra la piratería bereber que hostigaba las rutas comerciales.


Uno de esos puntos clave siempre fue Ceuta. Derivado de siete en latín (septem, septa, seuta), inicialmente ciudad fenicia (Abyla) y tras la caída de Cartago ciudad romana (Septem Fratres, o siete hermanos por sus siete montes más o menos simétricos) situada en la Península Tingitana, primero fue adscrita a la Hispania romana, y así se mantuvo hasta que el conde Don Julián, visigodo él, traicionó al rey Rodrigo para facilitar la invasión musulmana de nuestra península. Después Abderramán III la conquistaría para su califato cordobés, después fue una taifa independiente, después fue almorávide, después almohade, después perteneció al reino de Granada vasallo de Castilla, después fue de los benimerines, sucesores de los almohades marroquíes que intentaron una nueva invasión peninsular pero, claro, los ejércitos de Castilla ya no eran como aquel débil y traicionado ejército de Don Rodrigo que encontraron  seis siglos atrás. Vuelve Ceuta a la órbita del reino de Granada hasta que en 1.415 los portugueses se hacen dueños de la ciudad y el Reino de Fez la reconoce como portuguesa.


Respira Sancho, toma un buen trago de vino y algún chorizo pues tanto nombre y dato acabará por nublar la mente de quien me lee.


Seguro que te preguntarás ¿qué era el Reino de Fez? Pues más o menos la mitad del actual Marruecos  en poder de una facción bereber. Bien sabes que esos reinos se expandían y contraían constantemente, que igual una familia bereber se hacía con unos dominios, o que al poco otra familia hacía otro tanto extendiéndose o arrebatando los dominios de la anterior o los de sus vecinos mostrando así una discontinuidad entre gobiernos despóticos, anarquías y demás inestabilidades que azotaban constantemente a esas pobres gentes. De vez en cuando alguna familia consolidaba su poder y se lanzaba a conquistas y trifulcas variadas. Muchas de ellas lo hicieron a la piratería y al tráfico de esclavos. Más o menos lo que hacían en nuestras tierras en tiempos de las taifas con la diferencia de que las estructuras sociales romanas, al contrario que lo sucedido con las estructuras tribales norteafricanas, sí estaban por aquí muy consolidadas y ofrecían un esqueleto social suficientemente consistente y vertebrador de una sociedad que tuvo que soportar durante algunos siglos las correrías sanguinolentas de tales desgobiernos entre poderosas familias musulmanas. Recuerda amigo Sancho que taifa significa bando o facción.


Poco después, tras referéndum entre los habitantes ceutíes, sí, referéndum en aquellos tiempos, la ciudad se proclama nuevamente española siendo reconocida como tal en el Tratado de Lisboa de 1.668. Como siempre el estratégico y goloso puerto de Ceuta continuó recibiendo asedios y presiones de distinta intensidad por diversas facciones bereberes y por gentes de otras nacionalidades, ingleses incluidos. De Melilla y del resto de territorios españoles en África no hablo. Nos llevaría más de una conversación junto al fuego, amigo Sancho, y ya es momento de centrarnos en lo que creo que mi maestro me pidió.


Por ello te digo que El Rif es una región norteña montañosa con aspiraciones nacionalistas e independentistas adscrita de manera intermitente al sultanato marroquí. De organización tribal y de carácter bereber en su más pura esencia y significado etimológico los mismos marroquíes lo llaman “El país del desgobierno”. Las tribus rifeñas tradicionalmente reclamaron Ceuta para su soñada nación y acosaron en todo momento a quienes gobernaban en dicha ciudad, sea cual fuere su nacionalidad.


Los hostigamientos que los rifeños hicieron sobre la ciudad desde 1.840, apoyados por el propio sultán marroquí, al ser conocedores de la debilidad del ejército español distraído en numerosos frentes de batalla tanto internos como en América, crecieron en gran medida hasta que el general O´Donnell puso orden. Dice Josep Fontana que aquello fue un invento del propio O´Donnell para colgarse sus medallas, que aquello fue “una  guerra injusta porque los infelices moros daban todas cuantas satisfacciones pedíamos los españoles…/… pero era preciso distraer a la corte con la guerra contra los infieles, que por su atraso y pobreza se los vencía con facilidad, y de este modo la gloria militar haría fuerte al gobierno y mataba las intrigas cortesanas”.


Supongo que algo de cierto habría en ello, aunque la parcialidad de tal historiador en sus obras me hace dudar de casi todo lo que cuenta, entre otras cosas porque siempre extrae conclusiones ideologizadas en la misma dirección allá donde no hay datos que afirmen una realidad empírica, e incluso aun habiéndolos. En cualquier caso debemos afirmar que aquello fue una acción militar dirigida a sofocar numerosas acciones de acoso, de guerrilla y de sabotaje coordinadas y planificadas que venían sucediéndose desde hacía más de diez años, que se aprovechó asimismo la ocasión para intentar mejorar la imagen exterior de España y que con ello se pretendió dar un impulso de patriotismo al alicaído pueblo español.


Resulta curioso cómo ese patriotismo caló con más intensidad en Cataluña y en las Vascongadas, tradicionales nidos de carlistas y de patriotas, lo digo por el gran número de voluntarios alistados al efecto. Quién lo ha visto y quién lo ve. Digamos que ocurrió entre 1.859 y 1.860 y que muchos historiadores lo llaman curiosamente la “La primera guerra de Marruecos”. Está visto también que las matemáticas, aunque sólo sea por el simple hecho de contar, no son materia de dominio de tanto historiador. Antes de este conflicto bélico hubo algunos otros entre España y Marruecos, como el sucedido en tiempos de Muley Ismaíl, sultán de Fez, o el asedio y bombardeo de Melilla de 1.775 y otras refriegas menores. Supongo que a esas dos guerras las llamarán “menos una y menos dos guerras de Marruecos”, eso sin contar otros conflictos como los que antes mencioné.


Tras esa guerra las tensiones y los ataques no dejaron de sucederse. Entre los actos que más conmovieron a la opinión pública española se encuentra el secuestro y la posterior venta como esclavos de seis comerciantes españoles. Este clima de tensión condujo a nuestro gobierno a reforzar las defensas de los territorios españoles y con la excusa de boicotear una de las nuevas edificaciones militares que se estaban construyendo junto a la tumba de un famoso santo adorado por los rifeños, seis mil de ellos atacaron a la escasa guarnición española melillense en 1.893 iniciándose la llamada “Primera guerra del Rif”, también llamada “guerra de Margallo” por ser éste el más destacado general español de aquella contienda. Justamente también fue protagonista un joven militar llamado Miguel Primo de Rivera.


Los rifeños, sin el apoyo del sultán marroquí que dio la razón a los argumentos españoles, aguantaron hasta que los barcos de nuestra armada sometieron a un duro bombardeo las posiciones del enemigo. Aquello terminó con una paz transitoria ya que en 1.909 otra vez volvieron los rifeños a atacar Melilla. Con el Tratado de Fez de 1.912 Francia cede a España el protectorado de la zona del Rif y algunos otros territorios, un 5 % del total del suelo de nuestros vecinos, pero lo más destacado es que con dicho Tratado el sultán marroquí quedó relegado a ejercer el papel de una simple marioneta en poder de los franceses.


La aparición de nuevos recursos mineros en la zona y las concesiones que se hicieron a empresas españolas y francesas por el propio sultán marroquí para la explotación de las minas enervó de nuevo a los caudillos rifeños quienes buscaban obtener un trozo del pastel. La explotación de dichas minas necesitó de nuevas infraestructuras, especialmente de un ferrocarril, por lo que numerosos obreros especializados españoles se desplazaron a la zona. Acosados por rifeños emboscados fueron tiroteados en diversas ocasiones con algunos obreros muertos iniciándose así una mayor escalada de acciones bélicas sobre lo que, en un principio, pretendió ser una simple actuación policial, según Antonio Maura, presidente del Gobierno español por aquel entonces. A estos conflictos se les llama “Segunda Guerra del Rif, o “Segunda Guerra de Marruecos”, reafirmando así mi teoría de que contar no es una de las mejores virtudes de muchos historiadores.


Los rifirrafes continúan y en 1.921 el general Fernández Silvestre sufre una estrepitosa derrota en la localidad de Annual. La pérdida de cañones que fueron a parar al enemigo y la ineptitud de la dirección militar hicieron huir sin coordinación alguna a los 13.000 soldados españoles que fueron perseguidos y masacrados con saña en su retirada. Algunos supervivientes lograron parapetarse y resistir durante varias semanas sin apenas agua ni comida. Tras pactar la rendición los rifeños no cumplieron con su palabra y terminaron la masacre exterminando a los soldados españoles ya rendidos. Con esta victoria declararon la República Independiente del Rif.


Pero la continuidad de las reyertas provocó la intervención de Francia para nivelar la situación hasta que en 1.923 el general Sanjurjo protagonizó el primer desembarco aéreo-naval de la historia, el Desembarco de Alhucemas, donde destacó meritoriamente el coronel Franco quien fue ascendido a general por su actuación, el más joven general europeo del momento. Dicen que Eisenhower estudió detenidamente las tácticas de los españoles y las aplicó en el Desembarco de Normandía, aunque quizás no sea más que otro intento de vanagloriar nuestro ombligo. Mientras tanto en la península la oposición política no perdía ocasión para criticar la actuación española y pedir la retirada de las tropas utilizando el conflicto como arma para minar más aun la ya desprestigiada monarquía de Alfonso XIII. El hecho de que actuasen tropas de remplazo reforzaba la idea en la ya herida conciencia social con aquella frase tantas veces repetida: “llevan al matadero a los hijos de los pobres”.


La intensidad de los combates empujó a Francia a adoptar una actitud más beligerante y envió refuerzos al ejército español. En 1.925 concluye la guerra y con ello la independencia de la República del Rif que volvió al protectorado español y a depender formalmente del sultán de Marruecos. También decirte, amigo Sancho, que los franceses utilizaron armas químicas de las mismas que usaron en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y de ello se acusa también a los españoles a pesar de no estar probada tal afirmación, al igual que tampoco está probado pero asimismo se sospecha que la Tercera Internacional, la comunista dirigida desde la URSS financió y asesoró el levantamiento militar rifeño. En 1.958 otra vez se sublevarían los rifeños, pero esta vez no nos tocó a nosotros roer ese hueso sino al sultán del momento.


Otro enfrentamiento también tuvimos en ese mismo año de 1.958 contra Marruecos a causa del protectorado del Sidi Ifni, un territorio saharaui cedido por el propio sultán marroquí a España desde 1.860. Dos años antes Marruecos obtuvo su independencia gracias al proceso de descolonización instado desde la ONU y pretendió recuperar para sí dicho territorio. Tras una importante contienda bélica en la que otra vez participó Francia junto a España, los marroquíes fueron derrotados de nuevo y el Sidi Ifni continuó perteneciendo a España hasta 1.969, fecha en la que cumplió su compromiso para proceder a su descolonización según resolución correspondiente de la ONU.


En 1.975, con la muerte de Franco, tuvimos aquel esperpento de “La Marcha Verde” de la cual no hablo por ser algo que casi todos los españoles conocen y muchos de ellos se avergüenzan. Como en el noble arte taurino la división de opiniones se posa sobre tal acontecimiento con encarnizadas disputas dialécticas en las que no deseo entrar por motivos obvios. Finalmente con el episodio de la isla de Perejil, al más puro estilo Arguiñano, concluyen por ahora los guisos bélicos, si es que aquello tuvo algo de eso, que hemos cocinado con nuestros buenos vecinos del norte africano. Y si con todo esto mala nota me pone mi maestro, a otra cosa mejor dedicarse ¿no crees, mi buen Sancho?


No hay comentarios:

Publicar un comentario