“La culpa del asno no se ha de echar a la albarda”.
Amigo Sancho, entre dialectos, lenguas y demás fablas andamos
por estos parajes del mundo para entendernos los unos con los otros, mas de palabras
que bien podría rebuznar tu jumento se encuentran llenas muchas albardas y es
que de asnos todos hicimos en algún momento de nuestra vida hasta que bien aprendimos
a causa y labor de nuestros maestros y de conversar los unos con los otros pues la experiencia también es ciencia. Ya
te dije que en nuestros días todos los chiquillos van a la escuela por mandato
general aunque unos pocos, por ser ello mera condición natural y estadística, siguen
manteniendo el rebuzno de por vida. La cuestión es que cada cual llena sus propias
albardas y carruaje con el habla que mejor entiende y le interesa pero mal andamos cuando dejamos
que sean otros asnos los que llenen nuestras albardas con sus roznidos.
Querido Sancho, te cuento que moran en las Españas política
y educativa de hoy algunos de esos asnos mal intencionados que pretenden llenar los serones
de tanto borrico suelto con giros de lo femenino allá donde crujen, rechinan,
desafinan y chirrían las más elementales reglas de la gramática. Bien sabes por
la pluma que te creó en buena ley y armonía gramatical, la más elevada de todas
las habidas desde la Creación, que los
idiomas nacen, se desarrollan y viven entre las gentes sencillas. Por tanto cavilo,
deduzco y afirmo que ni amparo ni cobijo el hecho de alzar barreras ilógicas en
contra de que nuestro idioma adopte términos, giros y demás estructuras
lingüísticas de manera natural y espontánea pues con ello bien se enriquece y mejor
aun se desarrolla, al igual que todo niño necesita nutrirse para crecer, pero
sí me parece violación y crimen aberrante imponer maneras para diferenciar algunas
ideas, perdón, algunos rebuznos políticos.
Ejemplo de una sana nutrición de nuestro idioma es la
interjección “ea” que tanto usamos aquí por estas tierras del sur. Del verbo latino
“ire”, nuestro verbo ir, cuyo presente de subjuntivo es “vaya”. En latín se
conjugaba “eiam, eias, eiat” (vaya, vayas, vaya), al perder la “i” intermedia
se convirtió en nuestro “ea”, es decir: ¡vaya! Otro ejemplo de nutrición, pero
menos sana por lo artificioso y lo graso de los usos norteamericanos, es el “ok”,
que no es en sí mismo una “o” y una “k” sino un “cero” y una “k”, que
significa cero killed, o cero muertos, expresión de los soldados cuando una
misión de combate concluía sin bajas, adaptándose después el 0k a los usos
civiles como expresión de conformidad.
Amigo Sancho, te cuento que hace ya unos cuantos años dejé
la escuela y, en aquellos momentos, las clases de Lengua no eran uno de mis
principales divertimentos, y recuerdo cómo mi maestro nos machacaba con aquel
libro (pequeño pero magnífico) que aún se sigue editando y que encontré hace
poco en una librería: "Breve ortografía escolar". Los suplicios
de aquellos dictados ("la aya halló un hoyo allá bajo el haya")
me sirvieron para conocer un poco mejor nuestro rico idioma, el idioma de Don
Miguel, el de Galdós, el de Unamuno, sí el que ahora algunas ilustres miembras y miembros representativas y representativos de
la manada y del manado de interetuales que nos inbadieron en
los urtimos haños quiere modificar porque ¡atención! es un idioma
machista, a pesar de ser una idioma y no
un idiomo. Así
apuntalan su verborrea haciendo ver a las gentes sencillas que son más defensores de lo femenino que
sus adversarios políticos a los que califican de machistas.
Eso sí, creo recordar que el español tenía tres
géneros antes de que los nuevos lingüistas aparecieran en escena, y creo que
eran el masculino, el femenino y el neutro. Después aprendí que en otros
idiomas existen más géneros, aunque los indoeuropeos, como el español, se
estructuran en tres. También pude comprobar que estos idiomas indoeuropeos no
utilizan el género para distinguir el sexo, aunque a primera vista así pueda
parecer. Por ejemplo, para el género neutro el sexo es indiferente ya que suele
aplicarse a conceptos genéricos y abstractos (lo humano, lo eterno). También
comprobé que el masculino y el femenino no mantienen una relación tan estrecha
con el sexo (el mar, la mar) o que existen multitud de sustantivos masculinos y
femeninos que no tienen sexo, propiamente dicho (no tiene sexo un sombrero, ni
una mesa, ni un ordenador, ni unas gafas), y también pude comprobar que
ciclista, electricista, periodista, astronauta, flautista, trompetista, etc.
son palabras cuyo género se conjuga dependiendo del artículo que las precede, a
pesar de aparentar ser femeninas. En sentido contrario, existen términos
supuestamente masculinos que se conjugaban en femenino dependiendo asimismo del
artículo precedente (la juez, la arquitecto), aunque ahora se hayan admitido los
términos jueza o arquitecta... los hombres deberíamos reivindicar que nos
llamasen “electricistos, ciclistos, periodistos o guitarristos”. También
comprobé que el participio activo es neutro, así, el que anda es andante, y la
que anda no es andanta, el fuego que quema es quemante y la llama que
quema no es quemanta,
el que canta es cantante y la que canta no es cantanta,
el que ama es amante y la que ama no es amanta, aunque me sorprendo al ver cómo se ha
aceptado que el que preside es presidente y la que preside es presidenta.
Un buen profesor que tuve me suspendió un examen de
literatura, allá en el bachillerato, por decir que Garcilaso de la Vega se
encontraba "influenciado" por las corrientes renacentistas italianas,
cuando esperaba una calificación más o menos decente. Tras pedirle la pertinente explicación, me
contestó que él no podía permitir que un alumno suyo llegara a la universidad
sin saber escribir correctamente y a continuación me preguntó: ¿cuál es el
participio del verbo influir? Le contesté: influido. Pues sí, el verbo
influenciar no existía en aquellos momentos, a pesar de que todo el mundo
hablaba de lo influenciado que estaba todo. Con posterioridad, la Real Academia
admitió como correcto el verbo influenciar. Naturalmente no me suspendió
y aquello lo hizo para darme un toque de atención que me sirvió para cuidar más mi
vocabulario desde ese momento.
Bien, repito que la lengua está viva, que sus
reglas suelen ser arbitrarias y que es el pueblo quien la crea y quien la
transforma a través de su uso cotidiano, pero sin perseguir con ello interés
alguno, simplemente por la natural evolución de las formas de expresión que han
hecho del español, probablemente, el idioma más rico del mundo. Lo que sí le
cuesta admitir a mi testaruda estructura mental es el hecho de que estos hazombrozos
inteletuales me quieran hacer
confundir el género natural con el género gramatical en su interés de defender
una supuesta corriente ideológica nacida en el mundo anglosajón cuyo principal
idioma no posee un claro género gramatical y cuya traducción mimética conduce a
las aberraciones que estos inteletuales nos
quieren imponer. Sirva como ejemplo que la expresión "violencia de
género" es la traducción literal de "gender violence", aunque
"gender" no debe traducirse por género sino por sexo, siendo la
traducción correcta en español: violencia sexual.
Así que, por favor, distinguidos miembros y distinguidas
miembras de la clase heducatiba y de la clase política, y del claso heducatibo y del claso político,
no torturen más las meninges de les pobres españoles,
de las pobras españolas y de los pobros españolos para hacernos ver que ustedes, ustedos y
ustedas son más defensores de lo femenino y dejen de
agredir a nuestra gramática pues para transformar nuestro lenguaje se basta el
pueblo solito sin ayuda de nadie, y son los verdaderos lingüistas quienes velan
para arbitrar los cambios naturales de ese gran tesoro que es nuestro idioma.
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