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viernes, 20 de febrero de 2015

CATALUÑA, ESA BONITA REGIÓN ESPAÑOLA I



  



“más de cuatrocientos moros me han aporreado a mí, de manera que el molimiento de las estacas fue tortas y pan pintado.”

Por eso mismo, amigo Sancho, para que no les sucediera lo que a ti te aconteció los francos no se entretuvieron con chiquitas pues no estaban dispuestos a que los invasores se acercasen si quiera a los Pirineos cuando entraron en este suelo y, en prevención de futuros ataques, cruzaron la cordillera para entrar en España y establecer así una serie de condados defensivos tras empujar hacia el sur a los moros. Llegaron hasta pasar Barcelona con sus facas y espadas francesas. Bien sabes que para los estrategas militares es habitual trazar una marca en el mapa, un límite defensivo. Así nacería no sé dónde el título de “marqués”, el que cuida la marca, mas tus méritos sólo te llevaron a gobernador, amigo Sancho.

Según te decía los franceses trazaron una línea dentro de la península, la “Marca Hispánica”, o marca española y dividieron en condados el terreno comprendido entre esa marca y los Pirineos más otros condados situados en la actual parte francesa. Pero aquellos condados, especialmente los de este lado de los Pirineos, pronto quedaron olvidados de la corona francesa por estar sus regios mandatarios más pendientes de los asuntos europeos y por andar los moros bien sujetos a manos de leoneses, pamploneses y después de castellanos. La autonomía de aquellos condes se fue consolidando al afirmarse los derechos de herencia entre sus familias. Cada conde transmitía a su hijo el título sin consultarlo siquiera con el rey franco. Rápidamente, y gracias a su magnífico puerto, el condado de Barcelona se convierte en el más poderoso de ellos. Así dijo Don Alonso, tu señor, de tan magnífica ciudad española:

"¡Barcelona! archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única.”

Muy pronto el condado de Barcelona absorbió al resto de condados, y fue un tal Wifredo el Velloso  el último conde designado directamente por el rey franco. A partir de él, y aunque aún dependían del reino francés, el título de conde de Barcelona definitivamente fue hereditario (esto “pa” mi niño y que el rey franco se la envaine, la espada, pensaría el Velloso). Ni Wifredo se enfrentó a los reyes francos ni fundó ningún Estado independiente.

Algún tiempo después los moros arrasaron Barcelona en una de sus razias veraniegas allá por el año 988 y el olvido definitivo de los monarcas franceses hace que el conde de Barcelona, por aquel entonces Borrel II, no jure ante el nuevo rey franco recientemente coronado. Atención, amigo Sancho, es en esos momentos cuando el condado de Barcelona se hace independiente de facto, más por el olvido francés que por cualquier otra causa y, naturalmente, busca abrigo y consuelo político en sus hermanos españoles aragoneses y navarros. A pesar de todo, formalmente el condado de Barcelona y sus condados satélites siguen perteneciendo a la corona franca hasta el 11 de mayo de 1.258 cuando Jaime I de Aragón y el rey franco Luis IX, con motivo de la boda entre sus hijos, firman el Tratado de Corbeil por el que los condados al sur del Pirineo y alguno que otro al norte pasan a depender de la corona de Aragón mientras que el resto lo hace de la corona francesa.

“Es universalmente conocido que existen desavenencias entre el señor rey de Francia y el señor rey de Aragón, de las Mallorcas, y de Valencia, conde de Barcelona y Urgel, señor de Montpellier; por lo que el señor rey de Francia dice que los condados de Ampurias, Barcelona, Besalú, Cerdaña, Conflent, Gerona, Osona, Rosellón y Urgel son feudos suyos; y el señor rey de Aragón dice que el señor rey de Francia tiene derechos en Carcasona, Tolosa, Narbona…”  (Tratado de Corbeil, 11 de mayo de 1.258.)

La primera vez que aparece la palabra “Catalania” en un texto escrito fue en el año 1.117, en el “Liber Maiolichinus de gestis pisanorum illustribus”, o “Libro mallorquín de los hechos ilustres de los pisanos” que fuera escrito por un pisano anónimo. De Gotholania, tierra de godos, probablemente así llamada por los francos a quienes empujaron en su momento hasta el otro lado de los Pirineos, o bien de Castelluniam, tierra de castillos, al igual que Castilla, no sabemos a ciencia cierta la procedencia del término pero sí que así empezaban a llamar desde el exterior al conjunto de condados francos y después aragoneses situados al sur de los Pirineos a partir del siglo XII.

Ya sé que es un poco lioso pero este dato es importante: es el momento en que el reino de Aragón se hace con el poder de aquellos condados. Fíjate: con anterioridad al reparto que hicieron Jaime I de Aragón y Luis IX de Francia en el Tratado de Corbeil, el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, se casó con la hija del rey aragonés Ramiro II en el año 1137, uniendo definitivamente para su descendencia el título de conde de Barcelona a la persona del rey de Aragón.

No pierdas la perspectiva, amigo Sancho. Nosotros hoy tenemos una concepción de Estado distinta a la de otras épocas. Para aquellas gentes el poder político se basaba, no en una organización administrativa y jurídica como la que construyeron sus majestades Doña Isabel y Don Fernando, sino en un contrato de vasallaje bastando con poner una simple fortaleza, una simple torre, en un territorio para recaudar impuestos.

Por tal motivo, el rey de Aragón no pretendió unificación administrativa ni jurídica alguna, por lo que el condado de Barcelona y sus condados satélites mantuvieron sus instituciones de gobierno presididas por el rey de Aragón, al igual que después hicieran los monarcas maños en Valencia y en Mallorca tras sus respectivas conquistas, tal y como desde un principio hicieron en el propio reino de Aragón. Un gran reino, el original aragonés, al que se sumaron otros dos reinos conquistados (Valencia y Mallorca) y un principado (el condado de Barcelona y el resto de condados) que fue gobernado a través de cuatro asambleas autónomas o Cortes, las de Zaragoza, también capital del reino, Barcelona, Mallorca y Valencia, más las posesiones en el Mediterráneo, cada cual con sus propios órganos de gobierno.

Terminando por hoy, Amigo Sancho, bien sabes que cuando las ideas escasean, las mentes hueras  cambian sus pocas y endebles ideas por estandartes haciendo que sus dueños mueran por esos trapos, trapos con colores que condensan no sé qué sentimientos y difusos conceptos de imposible concreción para tan armoniosas seseras. Te cuento. Hubo un soldado y escritor gerundense, un tal Ramón Muntaner que en el año de 1335 escribió una crónica relatando algo de la historia de Aragón. En ella nos dice que Carlos el Calvo, rey franco, conmovido ante las heridas de muerte del anteriormente citado Wifredo el Velloso, conde de Urgel, Cerdaña, Barcelona y Gerona a su servicio, el que le dejó todo en herencia a su niño, introdujo cuatro dedos de su mano en las heridas y, manchadas sus yemas en sangre, dibujó en la pared de la estancia cuatro trazos rojos como enseña para él y para sus descendientes.

Pues bien, aunque coincidieron en vida durante algunos años, Carlos el Calvo murió en el año 877 y el Velloso en el 897. A no ser que el tal Calvo volviera de la tumba veinte años después difícilmente podría meter los dedos en las heridas de muerte de Wifredo, qué crueldad para con un moribundo, quizás para rematarlo. Al parecer, a mediados del siglo XI, cuando el nombre de Cataluña aún no había asomado en la escena española, la casa real de Aragón, como tal, adopta el estandarte de cuatro barras rojas sobre fondo plateado basado en un escudo circular de madera pintada con un color agresivo, rojo, reforzado con tiras metálicas colocadas en paralelo. Fue el papa Alejandro II quien, en agradecimiento al rey aragonés Sancho Ramírez por la ayuda prestada para una cruzada, otorgó la dignidad del color papal (amarillo, oro) para el fondo del pendón de la casa real. Además, hasta la unión con Aragón, el emblema de los condes de Barcelona fue la cruz de San Jorge. Mientras tanto, curiosamente Cataluña no aparece en ningún mapa de la época, pero sí Barcelona, Gerona o Urgel.

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