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lunes, 2 de febrero de 2015

EL ENGAÑO DE LA ARMADA INVENCIBLE






           
“… y volvámonos a andar por el suelo con pie llano, que si no le adornaren zapatos picados de cordobán, no le faltarán alpargatas toscas de cuerda. Cada oveja con su pareja, y nadie tienda más la pierna de cuanto fuere larga la sábana; y déjenme pasar, que se me hace tarde”

Sí, amigo Sancho, carguemos sobre nuestros lomos una dosis de optimismo y dejemos de caminar descalzos por los riscos pedregosos de ese noventayochismo trasnochado que aun castiga la médula de nuestra sociedad, muestrario ocioso de pesares nutridos por numerosos elementos que nacen y deambulan en estas tierras hasta alcanzar irracionales odios dirigidos contra todo lo que huela a español; pesimismo, masoquismo y complejos también alimentados por los discursos que, en su día, divulgaron nuestras potencias enemigas, hoy amigas y aliadas, divulgaciones que nuestro país padeció durante siglos y que llegaron a filtrarse en el subconsciente colectivo en forma de grandes embolados repletos de mentiras que asumimos como ciertas. Una de estas campañas embusteras no es sino el caso de la mal llamada “Armada Invencible” sobre el que los ingleses tendieron la pierna más allá de la largura de la sábana robándonos la ropa de la verdad hasta el punto de que aun seguimos creyendo tales falsedades y las seguimos contando a nuestros estudiantes sintiendo algo de vergüenza por ello. Ellos, los ingleses aseguran orgullosos que aquello fue una victoria impresionante sobre la armada española, y nosotros, los españoles, nos consolamos con excusas de perdedor ciñéndonos a repetir la famosa frase de Felipe II “mandé mis barcos a combatir contra los ingleses, no contra los elementos”. Pues ni lo uno, ni lo otro. Ya verás, amigo Sancho lo que aconteció en aquellas aguas del norte situadas más allá del gobierno de tu ínsula.

Cansado Felipe II de la irritante presión a la que la flota comercial española en el Atlántico era sometida por parte de navíos piratas, piratas respaldados por las coronas inglesa y francesa, y cansado también de que Francia e Inglaterra financiaran a los rebeldes de la por entonces provincia española de Flandes (esencialmente las actuales Bélgica y Holanda), curiosamente con los mismos botines obtenidos por sus piratas en los asaltos a las naves españolas, y sabedor de que, entrar en guerra contra Francia hubiera supuesto un coste demasiado alto debido al estimable poderío del ejército francés, pensó que Inglaterra era un país más fácil de conquistar por varios motivos que a continuación te comento. De ese modo Felipe acorralaría a Francia quien tendría que recapitular en su ya más que histórico recelo, utilizando un eufemismo, hacia España. Y los motivos de Felipe para pensar así debieron ser estos, y digo debieron ser porque sin existir pruebas fehacientes que confirmen alguna de las versiones existentes, probablemente es lo más cercano a la certeza de lo que sucedió:

- En primer lugar porque existía una importante parte de la población inglesa que seguían siendo católicos y abominaban de las sangrientas represiones que contra ellos ejercía la anglicana corona de Isabel I de Inglaterra. Estas gentes verían con muy buenos ojos a un rey inglés católico amigo de España y de Roma. Felipe encontraría en el propio pueblo inglés al mejor aliado, pensó.

- En segundo lugar, reinaba por entonces en Escocia la católica María Estuardo quien esperaba sentarse también en el trono de Inglaterra reclamando derechos de sucesión, cuestión ésta que la enfrentaba directamente con la reina inglesa, además de ser una fiel aliada de España en el objetivo de erradicar el anglicanismo de todas las islas británicas. También los católicos irlandeses apoyarían tal pretensión. Sin embargo a María la quitaron pronto de en medio las intrigas de sus propios nobles protestantes con el apoyo de la corona inglesa tras interceptar la correspondencia que mantenía tanto con los cabecillas de los católicos ingleses, galeses e irlandeses como con Felipe II, quedando al descubierto sus pretensiones. Murió decapitada acusada de alta traición.

- En tercer lugar, el ejército inglés nada podría hacer contra la impresionante infantería española. Los tercios de Flandes desembarcarían en Inglaterra para pasar como una apisonadora sobre la débil infantería inglesa.

- En cuarto lugar, Sixto V, conocido como el “Papa de hierro”, prometió un millón de ducados de oro al rey español si desembarcaba en Inglaterra para favorecer la rebelión católica.

En consecuencia, Felipe II diseñó una gran flota de barcos principalmente de transporte de tropas para desembarcar en Inglaterra un impresionante ejército y no para combatir expresamente en el mar contra la armada inglesa como pocos años antes hiciera la armada española contra la turca bajo el mando de Juan de Austria en Lepanto, allí donde D. Miguel, tu creador, fue a perder movilidad en su mano. Primer punto a tener en cuenta, desembarcar y derrocar a Isabel I para reimplantar el catolicismo en suelo inglés, evitar las ayudas que concedían a los rebeldes flamencos y ganar un potente aliado para España en el reino de Inglaterra acorralando más aún a Francia.

Por aquel entonces el general español Alejandro Farnesio había pacificado Flandes e incluso entabló negociaciones con la reina inglesa para que retirase el apoyo a los rebeldes flamencos a cambio de la ayuda financiera española, pues las finanzas inglesas no andaban muy boyantes. Farnesio mostró un total desacuerdo con su rey puesto que Felipe II pretendía embarcar 30.000 soldados de los tercios de Flandes para la invasión que nunca llegaron a embarcar, dicho sea de paso, lo que supondría dejar desguarnecida la provincia española en manos de una más que probable rebelión protestante, en lugar de buscar la paz con Inglaterra. Todos sus argumentos fueron desoídos por el necio rey español que empecinado en desembarcar aceleró los trabajos de construcción de buques y la logística de la invasión.

Eso de la “Armada Invencible” es un mito, un engaño más que hemos asumido como verdadero los acomplejados españoles para convertirlo en uno de los más bochornosos episodios de nuestra historia. Ciento treinta y siete barcos, de los cuales sólo diecinueve eran buques de guerra y cuarenta naves mercantes acondicionadas con cañones obsoletos frente a los más de doscientos que capitaneó Juan de Austria en Lepanto. El resto eran buques de transporte de tropas y embarcaciones menores de apoyo logístico. A pesar de ser un importante contingente nada más lejos de la realidad la falsa imagen de una armada gigantesca, puesto que España tuvo que dejar el grueso de su flota manteniendo el control del Mediterráneo y las rutas comerciales americanas.

Otro elemento significativo a tener en cuenta es que tardaron tres semanas para llegar a La Coruña desde su salida del puerto de Lisboa, lo que indica que encontraron vientos poco favorables a la navegación, algo más a añadir para mayor quebradero de cabeza del duque de Medina Sidonia, el inepto almirante que nombró Felipe II para dirigir la operación. Un inepto que daba órdenes a un numeroso grupo de nuevos capitanes recién ascendidos, sin la experiencia necesaria para gobernar las nuevas embarcaciones repletas de artilleros que no conocían su oficio.

Los buques ingleses tenían claro que el ejército de Flandes no debía embarcar y que debían impedir a toda costa el desembarco español en su tierra y tras varias escaramuzas, algunas de notable intensidad, consiguieron dilatar los planes españoles. El hacinamiento de personas en los barcos y la sobrecarga de municiones era desesperante y, sobre todo, el estado de putrefacción del agua potable fue determinante porque los toneles fabricados aceleradamente para su almacenamiento no guardaron el tiempo necesario de curación de la madera, lo que provocó infinidad de enfermedades intestinales e infecciones a los soldados y marineros. Casi un tercio de los embarcados enfermó, mientras que el resto pasaba una desesperante sed por el racionamiento del agua potable restante de los pocos toneles que no se vieron infectados. Aquello debía fracasar irremediablemente.

Con la moral por los suelos se produjo algún que otro amotinamiento, con los ingleses golpeando duramente, con un inepto al mando de otros ineptos, el cual seguía las órdenes de un rey aún más inepto que el mismo almirante pues desoyó a sus mejores generales que se tiraban de los pelos ante semejante estupidez de empresa, que nunca reunió a su Estado Mayor para diseñar la expedición, que subestimó el poderío de la armada inglesa muy superior a la expedición española tanto en número como en preparación, y que despreció la inteligencia de sus mandos, en este caso a Francis Drake, un corsario comerciante de esclavos magnífico marino a quien los ingleses pusieron al mando, junto a varias tormentas de dimensiones salvajes que hundieron un gran número de barcos, basta decir que los capellanes dieron la absolución a todos los marinos porque creían que no se salvaría nadie de aquellas tempestades, todo ello propició la derrota del plan real español de desembarcar en Inglaterra.

El bisnieto de Isabel y Fernando poco heredó de sus ancestros en lo personal; más bien se asemejó a cualquier político actual en aquella maldita empresa. Por otro lado, los ingleses, que creyeron haber desarbolado la armada española, al año siguiente organizaron la “Armada Invencible Inglesa”, o la “Contraarmada” con los objetivos de saquear las costas españolas en una expedición de castigo, conquistar las Azores y establecer allí una base permanente. Al mando del “gran vencedor Drake”, unas doscientas naves inglesas, muchas más que las de la “Armada Invencible española” y estas sí que eran buques modernos de guerra en su mayoría y no de transporte de tropas, se dirigieron a las costas gallegas, atacaron La Coruña que pudo repeler el ataque a un alto coste y después destrozaron Vigo, pero finalmente se encontraron con la flota española del Atlántico y, claro, aquello no era un grupo de barquitos ineficaces y mal dirigidos como con los que se enfrentó un año atrás el tal Drake así que, después de una derrota escandalosa y extremadamente costosa y unas pocas tormentas tan virulentas como las que antes azotaron a los barcos españoles, volvió a Inglaterra donde fue degradado y humillado.

Qué país el nuestro donde se habla para mayor vergüenza del desastre la “Armada Invencible” de Felipe II y se esconde la victoria sobre la “Armada Invencible” inglesa, “cosas veredes”, amigo Sancho.

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